Cuando trabajé en Milenio, le dije muchas veces al editor de Qrr y el Ángel Exterminador, Jairo Calixto Albarrán, que no era necesario que yo fuera a la redacción, que podía mandar mis textos desde mi casa, y siempre respondía: “Es que si tú no vienes, no va a querer venir nadie”, respuesta que me parecía malísima, pues por mí, que no fuera nadie, si su presencia no era requerida.

Hubiera sido más fácil convencerme de asistir puntualmente, con esa canción de Martirio que dice: “Porque yo voy al trabajo a reírme y a descansar”. En realidad, siempre aprecié entrar a la redacción iluminada de Milenio, con gente ocupada con noticias que están sucediendo en el mundo. Al entrar, me sentía como en los créditos de una sitcom, cuyas temporadas pensé durarían mucho tiempo. Y por supuesto, las cantinas (por aquel entonces yo chupaba).

He laborado en centros de trabajo tres veces (donde nunca tuve que checar tarjeta): En la Coordinación de Cine, Radio y Televisión de Tlaxcala; en el Instituto Latinoamericano de Comunicación Educativa SEP y en Milenio Diario. En esos lugares me daban un pavo, aguinaldo y un electrodoméstico a fin de año (estaba chido), pero también me he movido en el freelanceo. Entre periodos de chamba fija, me he sostenido escribiendo, sobre todo guiones por televisión; solo salía a juntas, entregar y cobrar, trabajaba en mi casa. Estoy acostumbrad al home office. Algunas chambas las pude haber hecho en mi casa. No hace falta tanta gente en la calle.

Salir a las calles me parece sobre todo una costumbre latina, cuando he viajado a los Estados Unidos y países más desarrollados, las calles están vacías; son como esas zonas residenciales que se extienden de Ciudad Satélite, Edomex, pa’ arriba: calles donde no hay gente ni misceláneas.

Salir a las calles en pleno semáforo rojo también tiene raíces sociales, lo mismo que nuestros irreprimibles instintos desmadrosos. Los mexicanos creemos que la Navidad se inventó para nosotros, celebrando preposadas desde las primeras horas del Maratón Guadalupe-Reyes. A mucha gente lo costó reprimir sus fiestas y desobedecieron las reglas o están pasando un horripilante síndrome de abstinencia; otras le bajaron a invitar únicamente a los indispensables, y otros celebrar en solitario.

Aunque en mis tiempos de actividad alcohólica no me perdía ni una fiesta y organizaba grandes reventones, ahora prefiero estar encerrado en mi casa; la edad se me juntó con lo huevón.

Las cenas de Navidad nunca me llamaron la atención (no así la cena que se armaba en año nuevo en casa de mi abuelita en Tlaxcala, a la que venía hasta la familia de Monterrey, Nuevo León. Esa sí era una fiestotota, ya despareció).

Desde antes de la pandemia yo ya había cenado solo, eso sí, sin dejar de sentir la alegría y la tristeza propias del ambiente, pero muchísima gente tuvo que celebrar con poca concurrencia (incluso, únicamente con los familiares con los que viven); otras personas, se reunieron en línea.

Lo que me divierte de las reuniones a distancia, es que queda un registro de las conversaciones, para uso de biólogos, antropólogos y psicólogos sociales, donde se expone la vanidad que domina en las reuniones (lo cual ya había sucedido en redes sociales, pero ahora con imágenes documentales), donde la gente busca “apantallar” en la primera oportunidad (“yo sé”, “yo hice”, “yo soy”, etc.), quien está en pantalla no suelta el micrófono (y luego interrumpe a los demás), y lo más cura: ¡hacen una captura de pantalla de quienes estuvieron en el “conversatorio”! No importa lo que se habló, sino quienes estuvieron, haciendo “grupitos” como en la secundaria.

Falleció Armando Manzanero. Gran compositor; aunque sus melodías no me parecían muy variadas, sus letras son maravillosas. Recuerdo sobre todo la magnífica interpretación de Carlos Lico a “No”.

Armando Manzanero fue líder de los compositores, emparejado al gremio de los músicos, uno de cuyos líderes, Venus Rey, acuñó la frase: “La música viva siempre es mejor!, para alentar la contratación de músicos en eventos sociales, en vez de sonideros y DJ’s (si supiera que ahora se puede armar el reven con un teléfono).

Muchísimas personas dedicadas a la música han sido afectadas por la pandemia. Sí se ayudan con las presentaciones en línea, pero en muchísimos casos la presentación requiere de público en vivo, particularmente cuando juega la improvisación, como muchas artes escénicas, tipo el cabaret (es admirable cómo se han impuesto a la pandemia las Reinas Chulas, que hacen presentaciones en línea de su Teatro Bar el Vicio; búsquenlas en redes sociales, siguiendo el hashtag: #Cabarezoom).

Cuando pase todo esto, se deben organizar festivales con las presentaciones de artistas que no pudieron estar en contacto con su público.

Para quienes siguen en el gusgo, tragando todo lo que encuentran, les dedico una canción de Armando “Manzanegro”, también conocido como el “Relleno Nagro”.

“Obesidad”.

(Cántese como “Felicidad”, de Armando Manzanero).

“Obesidad, hoy te vengo a encontrar

Cuánto tiempo huiste de mí.

Obesidad, ya no vuelvo a bajar

No podría vivir más sin ti.

Hoy amanece y ya estoy

Con mi taco al pastor

Escucho la olla silbar

Los frijoles ya están.

Al mismo espejo, lo miro

De otro grosor, nada es nuevo

Solo que embarnecí”.