Muñoz Ledo “el ajonjolí de todos los moles”
Lo que Porfirio Muñoz Ledo ha demostrado al transitar del PRI de 1987 a la militancia de facto en el grupúsculo político y golpista conocido popularmente como Priand de 2021 (que agrupa al PRI, PAN y PRD; y Priand-mc, si se agrega al “partido naranja”), ha sido gran habilidad y astucia para vivir permanentemente dentro del poder sin importar el partido en el mismo; siempre en escena como demagogo deliberado. En su ruta de viaje PRI-PRD-PARM-PAN-MC-Morena, logró embaucar a mucha gente que lo apoyó. Ahora como militante del Priand-mc, ha perdido este elemento de respaldo. ¿La razón?: que este grupo confronta al presidente López Obrador y su gobierno, que tienen gran nivel de legitimidad y aprobación.
Pensé en titular este texto “Porfirio Muñoz Ledo, de rupturista del Pri a golpista del Priand”, pero durante mi ejercitación diaria concluí que era mejor realizar una reflexión del tránsito de este político a partir de su ruptura con el PRI; cesura en que lo acompañaron Cuauhtémoc Cárdenas, Ifigenia Martínez y satélites. Asociación que utilizó un discurso de apertura democrática –simulador o verdadero; depende del análisis- para justificar la exigencia de posiciones de poder dentro del partido hegemónico y el gobierno gobernado por él, hacia 1987, por más de 55 años. Cuando no obtuvieron esa “apertura democrática”, es decir, posiciones, “hueso”, decidieron romper creando la “Corriente Democrática del PRI”, que no fue ni corriente (un puñado de políticos) ni democrática (como demostraría el tiempo) ni del PRI sino de priistas inconformes (ardidos, pues).
En algún momento de finales de 1987 o principios de 1988, Cuauhtémoc, Porfirio e Ifigenia visitaron la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM para conferenciar sobre su movimiento de ruptura, en realidad, para reclutar a jóvenes que habíamos participado en el movimiento de 1986 en contra de las reformas que pretendía Jorge Carpizo, entonces rector de la UNAM; relativamente politizados, habíamos hecho asambleas, marchado y finalmente ido a la huelga. Los líderes del Consejo Estudiantil Universitario transaron con Rectoría una solución a la huelga con beneficios personales y después se aliaron al movimiento rupturista; entre otros, Imanol Ordorica, Antonio Santos y Carlos Imaz.
A estos jóvenes se fueron agregando otros universitarios supuestamente de izquierda como Rosario Robles o Ramón Sosamontes (y todo un pastiche, un monstruo de grupos e individuos, por ejemplo, Ibarra de Piedra, Padierna, Bejarano, Rascón, Hidalgo, Ortega, los Chuchos, asociaciones post temblor del 85 pegados con los del 68 y de los comunistas, trotskistas, maoístas y oportunistas; ¡etcétera!).
Durante la conferencia realizada en uno de los auditorios de la Facultad, cuestioné a los personajes: ¿cómo creerles si siempre habían militado en el PRI y nunca habían tenido expresiones democráticas?, ¿cómo creer que no sólo buscaban apoyos y votos, que no simulaban?, ¿cómo considerarlos auténticos? Era como confiar en López de Santa Anna, argumenté. Y es que la conciencia nunca me permitió creer en el PRI ni en ningún priista (más adelante, tampoco en Colosio, por supuesto; y conocí gente cercana a él, ya lo he escrito). Era una conciencia que partía de una incorporación de parcialidades: mi instinto, el empirismo, la lectura incipiente de la prensa (en esa época de finales de los 80 y principios de los 90, La Jornada, UnoMásUno, Proceso), profesores críticos y lecturas marxistas leninistas de la clase de Economía Política por tres semestres. Afortunadamente, no caí en el marxismo leninismo (y aun estalinismo) trasnochado que todavía exhiben algunos hoy; incluso en Morena.
La lectura de autores críticos del marxismo (una cosa es la acción política, otra el análisis), de mexicanos del siglo XX como José Vasconcelos, Martín Luis Guzmán, Alfonso Reyes, la generación de los Contemporáneos –marcadamente Jaime Torres Bodet-, y sobre todo de Daniel Cosío Villegas junto a la cercanía del sociólogo Gabriel Careaga, que partían de la realidad no de la ideología, me estimularon una perspectiva crítica. Me convertí en crítico de todo. Para mí, lo que mejor define a un ser de izquierda es el espíritu crítico. Y con ese espíritu naciente fue que cuestioné a los rupturistas. Contestó ese día Porfirio. Que teníamos que creer, que confiar, que eran demócratas. Ya conocen el rollo de Porfirio. Percibí de inmediato al demagogo profesional; un hombre que veía yo viejo y tenía por entonces apenas unos 55 años. Naturalmente, no le creí; muchos lo hicieron. La nota sobre el cuestionamiento la leí al día siguiente publicada por algún reportero en el UnoMásUno.
No obstante esta percepción y al no haber mejores alternativas (López Obrador aun militaba en el PRI en 1986-88), apoyamos, apoyé a los rupturistas del PRI. Voté por Cárdenas, atestiguamos el fraude cometido por el PRI y Salinas, salimos a marchar a las calles, asistimos a la fundación del PRD y supimos con los lustros la traición del hijo de Lázaro, su negociación con Salinas.
Nunca he militado, pero desde esa primera elección de 1988 he votado por la izquierda electoral. El PRD se fortaleció y se pudrió; fue devorado por la ambición y la corrupción. El poder en la Ciudad de México burocratizó a su militancia, se “apriizó” y la lucha entre los grupúsculos por las cuotas de poder fue terrible, al grado de ser parasitaria, despreciable. Sus remanentes están aliados hoy al PRI y al PAN, de allí deriva el PRIAND (no es necesario escribir PrianRd).
Ya convertido en figura desde 1988-89, López Obrador, con su bandera de honestidad, su lealtad, la veracidad de su discurso (contrastando con la traición y la demagogia de los otros dos hombres de la trinidad rupturista), sus programas sociales, además de su franco encaramiento a lo que ya desde Salinas se había convertido en PRIAN, se modeló como la figura preponderante de la izquierda electoral desde el 2000. Hasta llegar al punto en que la gente le hizo ganar abrumadoramente en 2018 la presidencia habiendo pasado por el fraude de 2006 y la compra de la elección de 2012.
En todo ese tránsito de años, 1987-2021, Porfirio Muñoz Ledo no logró convertirse en el líder principal de esa “izquierda” electoral. Quiso, pero no pudo. De allí que se distanciara de Cárdenas como ahora lo hace de López Obrador. Cada elección negociaba o hacía un berrinche para obtener posiciones y prebendas. Y si no las obtuvo o no las consideró suficientes con el PRD o ahora con Morena, porque le pusieron límite a sus chantajes, ha sido con otros partidos.
Se encaprichó en ser candidato presidencial en el año 2000 (fue Cárdenas por tercera vez; otro fracaso), no pudo. Se convirtió entonces en candidato del Partido Auténtico de la Revolución Mexicana (sic), para confrontar, dividir a la izquierda electoral y finalmente declinar, negociación de por medio, en favor de Vicente Fox, quien lo nombró de inmediato coordinador de la Comisión de Estudios para la Reforma del Estado y, posteriormente, embajador de México ante la Unión Europea.
Tras la elección fallida de 2006, el priista “ejemplar” durante 35 años, el “ajonjolí de todos los moles”, el saltimbanqui que ha pasado por posiciones en casi todos los partidos, “siguió estando allí”, como en el microrrelato de Augusto Monterroso: ¡y aún está!
Ese ha sido su mecanismo; algunos lo elogian por ello. Ante la mayoría, hoy, se ha desenmascarado, sobre todo por su afán prácticamente golpista ante el presidente y su gobierno, porque se ha sumado abiertamente a la oposición conocida como “moralmente derrotada y mezquina; carroñera”. Oposición de la que ahora es héroe.
Siguiendo su mecanismo, Muñoz se sintió feliz como nuevo diputado de Morena a partir de 2018 y al colocarle así la banda presidencial a López Obrador (su sueño de toda la vida, la presidencia). Fue electo presidente de la mesa directiva de la Cámara de Diputados. Quiso reelegirse en el puesto y fue rechazado. Se indignó y comenzó a ser fiero crítico del gobierno. Quiso ser presidente de Morena; perdió sin aceptarlo. Quiso reelegirse como diputado para el tránsito 2021-24; no pudo. Imaginen el nivel de su berrinche y encabronamiento; su rencor político.
Es así que sus críticas a acciones como la de extender dos años al ministro Arturo Saldívar al frente de la presidencia de la Suprema Corte de Justicia, la revisión y posible extinción de algunas entidades “autónomas”, la elección de candidatos en Morena, el ejercicio del poder del presidente y su estilo, etcétera, están cargadas del rencor del ardido. En consecuencia, ha anunciado “tardeadas” para contrarrestar las conferencias matutinas de López Obrador y evitar su “poder absoluto y despótico que corrompe” (entrevista radiofónica con José Cárdenas; 03-05-21), ha convocado recientemente a un “Encuentro por la República” para defender la Constitución, hacer frente al autoritarismo, el poder creciente y la amenaza a la democracia encarnados por el presidente. El sistema para lograrlo, el muy sobado de siempre: Un encuentro de académicos, intelectuales, políticos, diplomáticos, periodistas y miembros de la sociedad civil. ¡Novedad!
Por cierto, uno de los intelectuales convocados, Sergio Aguayo, personificó en un tuit el perfil de los quejosos con una frase falsa; el perfil de quienes se creen los constructores, los creadores de la democracia en México. Dice Aguayo: “En 1987 Acepté la invitación de Cuauhtémoc, Ifigenia y Porfirio para apoyar a la Corriente Democrática que dividió al PRI. Mañana martes estaré en el l ‘Encuentro por la República’.
Los simuladores están triturando la democracia que construimos. Vamos a defenderla.” (tuit del 03-05-21). ¡Pero qué se cree este sujeto y los de su perfil! ¡Nosotros, los que fuimos a la huelga en 1986 en la UNAM y formamos y fortalecimos las protestas por el fraude de 1988 les antecedimos y contribuimos! ¡La sociedad mayoritaria se volcó a las urnas en 2018! ¿Ahora se quieren apropiar de algo que no hicieron o sólo muy parcialmente Cárdenas, Muñoz, Martínez, Aguayo et al? Por cierto, a Aguayo nunca lo vi en las marchas contra el fraude de Salinas; en cambio, sí vi a Carlos Monsiváis.
Pero ese es el estilo de los seudointelectuales. En la época que refiero, hacia 1988 y de cara a la elección federal y enmascarada de “lucha por la democracia”, fui invitado por un querido profesor de grata memoria a una reunión “clandestina” en Coyoacán (Luis González Sousa). Y lo mismo sobado de siempre, a lo Porfirio: encuentro de académicos, intelectuales, políticos, diplomáticos, periodistas y miembros de la sociedad civil. El objetivo argumentado era formar grupos de izquierda, democráticos, para acceder al poder (como ahora para golpear al gobierno y al presidente).
Un compañero muy crítico de por entonces me dijo: “¡No seas güey, estos lo que están haciendo es una ‘caballada’!, un cuerpo que se está formando para apoyar a algún partido político o candidato para las próximas elecciones, de seguro al Cuatemochas!”. El tiempo le dio la razón; aunque el hijo del general no pudo llegar a la presidencia, pues no basta el apellido. Pero bien que han disfrutado de prebendas él y sus dos colegas cofundadores de la “corriente democrática” del PRI de 1987, Ifigenia y Porfirio. Como título para una obra literaria; por mi parte, he escrito parte de estas “aventuras” en una novela aún inédita.