El anuncio del Príncipe Harry, sexto en la línea de sucesión al trono británico, de que su esposa Meghan Markle y él buscarán residir en el continente americano a partir de este año ha provocado el debate sobre si esta decisión se debe en parte al racismo de la Corona Británica.
De manera un tanto similar a lo que ocurrió durante los días posteriores a la elección de Barack Obama a la presidencia de Estados Unidos, la decisión de Harry de casarse con una mujer afroamericana fue tomada por medios liberales como la entrada de la corona británica a una era “post racial”, en donde presuntamente el color de piel no importaría más.
Sin embargo, personajes como el representante del Partido Laboral británico, Clive Lewis, señaló que este problema familiar de la corona inglesa es un problema de “racismo estructural”.
Lewis señaó que la manera en que Markle ha sido tratada por la prensa arroja que el racismo es una realidad en las islas británicas aún bien entrado el siglo XXI.
Por su parte, Frederick Gooding, profesor de Estudios Afroamericanos en Texas, señaló que sería poco sincero señalar que la raza no fue un factor en el tratamiento de Markle.
Por su color de piel y orígenes, Markle siempre sería tratada como una extraña y existiría “una barrera, por su raza”, señaló.
Incluso, medios británicos se han referido a Meghan Markle como una mujer “exótica”, originaria de “Compton” (en referencia al grupo de rap N.W.A) y “engreída”.
Otros ataques, de origen racial y clasista, también se enfocaron en Markle por comer aguacates y por utilizar esmalte de uñas oscuro, un aparente “error de etiqueta” según los estándares blancos y anglosajones de moda.
Entre estos ataques y el distanciamiento con la familia real de la pareja, es como decidieron mudarse parcialmente a Canadá, para buscar una presunta “independencia económica” que podría estar ligada a la industria del entretenimiento.