En lo individual, cada quien hace su propia circunstancia, aunque no realmente. Si nos cambian de cuna al nacer, nosotros estaríamos limpiando el parabrisas de quien pudo acceder a la alimentación, las escuelas, los círculos sociales y la rectificación de nuestros errores de juventud; en suma, el hecho de estar escribiendo una columna o leyéndola, el 1 de enero, nos coloca, a usted y a mí, en un cajón distinto de quienes están trabajando, no para aumentar su patrimonio, sino para poder comer el 2 de enero. Dicho lo anterior, las decisiones individuales hacen una diferencia considerable dentro del mismo estrato social y económico; por eso tantos compañeros de la infancia están en la cúspide de alguna pirámide social, y tantos otros están espiándolos en redes sociales y murmurando que alguna cochinada debe haber detrás de ese aparente éxito. Así es la vida.
Lo anterior no es un preámbulo para proponer alguna fórmula, vaga y cursi, de agradecimiento al cosmos, sino un mero recordatorio de que la meritocracia no es un engaño, pero tampoco deber ser una religión, so pena de pasársela muy mal en esta vida, sin que nos prometa, además, una siguiente. Y además, una premisa para lo que sigue, que es de lo que solemos hablar: las condiciones y circunstancias políticas, económicas y sociales macro, es decir, las de México como entidad colectiva que nos identifica y nos relaciona como mexicanos. Esta comunidad (polarizada, rota, sangrante, gangrenosa o como sea que esté) existe, y los asuntos públicos, de los que se habla y de los que no, nos conciernen, y de algo sirve discutirlos.
Los años en que se celebran elecciones presidenciales suelen tener ciertas cosas en común, y casi ninguna buena. El vacío de poder que inevitablemente se genera debido a la incertidumbre de permanencia de un grupo de individuos (pertenezcan o no al partido ganador, eso es lo de menos), hace que las instrucciones o los sacrificios por los jefes y jefas ya no se sigan a pie juntillas, porque no se sabe si seguirán ahí para garantizar protección alguna. El último año del gobierno es el paraíso de las apuestas vacías y las traiciones ad cautelam.
Por otra parte, los actores económicos de importancia suelen buscar ventanas de oportunidad que les permitan ganar mucho dinero sin nada de esfuerzo, y aún a costa de provocar crisis serias para el país y para la mayoría de la gente: aquí entran los que especulan contra una moneda semanas antes y semanas después de que se celebren las elecciones, por ejemplo.
Ahora bien, los elementos objetivos que tenemos para juzgar las condiciones iniciales del año próximo, no son desalentadores. México ha resultado en una posición privilegiada, por su geografía y composición económica, para beneficiarse de las otrora catástrofes geopolíticas, como los conflictos armados y guerras comerciales. El nearshoring y la relativa predictibilidad del sistema político mexicano pone al país como un destino atractivo para las inversiones billonarias a largo plazo de varias empresas multinacionales que ya no pueden darse el lujo de tener intereses en Asia, y especialmente en China.
El gobierno mexicano ha sido, durante todo el sexenio, muy cuidadoso en lo que respecta a temas torales para los norteamericanos, como la migración y el respeto a los canales institucionales para dirimir controversias comerciales (ha habido arbitrajes y paneles, pero para eso están). Su retórica nacionalista en nada importante agravia al vecino del norte, y sirve para legitimar a las autoridades frente a una base electoral que es siempre pendenciera y patriotera.
Económicamente, la deuda pública se incrementará este año de forma considerable, pero se mantuvo bajo control los años anteriores, y obedece a una racionalidad electoral explicable que quieran aumentar los apoyos y la presencia el año de los comicios, para aumentar las posibilidades de triunfo.
En la sucesión, por último, esta también se parece a las que tuvimos hasta 1994, porque la narrativa dominante es que el partido en el gobierno seguirá en el gobierno, y la pregunta real es el margen por el que obtendrá la victoria. Al señalar que van por la mayoría calificada en las cámaras (altamente improbable, por nuestro diseño de representación legislativa), lo que realmente están posicionando es que, como tal, la presidencia no será una competencia, sino un relevo pactado, una coronación. En suma, 2024 es una ensalada con ingredientes de 1974, 2004 y 2014. Sólo esperemos que no se cuele, por ninguna parte, algo del espantoso 1994, y estaremos bien.