Hacerse de una opinión para poder decidir si es que preferimos algo o a alguien así como si rechazamos uno u otro perfil implica conocer información suficiente para desarrollar un juicio. Previo a la reforma, la decisión la tomaban los mismos titulares del Poder Judicial según las afinidades o relaciones familiares con quienes aspiraban a integrarse así como la preparación académica y capacidad para resolver correctamente exámenes y casos según la Escuela de Formación Judicial y los exámenes de oposición. La primera mencionada era nepotismo o favoritismo mientras que a la segunda le llamábamos “carrera judicial”. Todo eso será sustituido por el “acordeonismo“: Dígase de la capacidad de entregar la mayor cantidad de acordeones a grupos o bases leales dispuestas a transcribir y copiar al pie de la letra su contenido.
En estas semanas previas a la votación para elegir a los futuros jueces, hemos sido testigos de una práctica que, aunque disfrazada de estrategia, resulta profundamente antidemocrática: la proliferación de acordeones promovidos por liderazgos políticos que han encontrado en ellos un medio sutil —pero efectivo— para boicotear el verdadero espíritu de la reforma judicial.
Aunque varios de ellos son afines al grupo político que promovió esta elección, no se dan cuenta que esto ha pervertidos profundamente los ideales del pueblo informado que sale a votar. Así, las paredes de oficinas públicas y las manos de funcionarios de partido se han llenado de papeles con listas, nombres y sugerencias de voto. Cada quien con su versión, cada quien con su interés. Algunos acordeones van dirigidos a los cargos federales, otros a los poderes estatales. La escena es clara: la información no está fluyendo, el tiempo se acaba y pocos ciudadanos, ni siquiera los más comprometidos, pueden revisar el historial de candidato por candidato.
En el estado de Durango, el absurdo llegó al extremo. Solo hay un aspirante por cargo, así que ni siquiera el esfuerzo del acordeón fue necesario. ¿Para qué simular competencia si ya está todo decidido?
Este fenómeno me deja pensando en cómo algunos actores políticos están rompiendo la supuesta finalidad democrática de este ejercicio. Porque si los militantes simplemente van a copiar un papel en la casilla, lo que estamos viendo no es participación, es obediencia.
Y si la expectativa inicial era que el pueblo decidiera con base en información y reflexión, el hecho de que el proceso haya derivado en esta dinámica de “copiar y pegar” revela que algo falló. Falló el acceso a información clara, falló el tiempo para la deliberación pública, falló la confianza en que el ciudadano podía, por sí mismo, elegir con criterio.
Si es que fue demasiado pronto, demasiado rápido, poco tiempo de campaña, poca deliberación o en el peor de los casos y sin darle razón a los opositores qué sostienen la existencia de un pueblo tonto, poquísimo comprensión de unas boletas rarísimas y saturadas para las que se tiene que entrenar previamente, como deporte de alto riesgo.
Pero esto no solo demuestra la imposibilidad práctica de una elección con tantos nombres y tan poca pedagogía cívica. También revela que estamos dejando de elegir juzgadores por mérito. Ahora serán seleccionados por los grupos con mayor capacidad de imponer acordeones y garantizar obediencia.
Dudo que algún votante que recurra a estas listas haya tomado el tiempo de comparar candidatos. El hecho de que haya que practicar el voto en simulacros, como si se tratara de un examen, es indicio de que la boleta no fue pensada para facilitar la decisión ciudadana, sino para confundirla.
Las únicas personas que hacen democracia pura son las activistas qué, con sus listas negras y como usuarias de la justicia, están exhibiendo a los juzgadores qué se postularon después de ejercer violencia institucional y vicaria en su contra.
Pero aquí está el verdadero riesgo: un mecanismo de rendición de cuentas se convirtió en una elección de votos duros confrontaciones con acordeón en mano, ya no con ideas o convicción... Un episodio en que no solo se manipula el voto individual, se mina la legitimidad de todo el proceso.
Cuando se simula que el pueblo decide, pero se le orilla a actuar como espectador obediente, no solo se rompe el sentido de justicia: se rompe también la esperanza de que este país puede construirse desde la conciencia ciudadana, no desde la consigna, se resta poder ciudadano a quienes han realizado labores para difundir a los jueces corruptos y agresores pues si alguno de ellos va en el “acordeón” de algún líder social con mediana fuerza, seguro tendrá altas probabilidades de quedar como músculo de efectividad de quienes respaldados políticamente el ejercicio.
La elección judicial, tan esperada por muchos, podría terminar siendo un gran ejercicio de simulación. Y cuando eso pasa, no ganan los ciudadanos ni los justiciables, gana el viejo sistema que se resiste a soltar el poder.
Un sistema que no muere y que solo es fiel testigo de la rotación constante de mexicanos que con toda la ideología de la esperanza, el humanismo mexicano y la transformación, simplemente, no pueden con él.