El triunfo de Donald Trump en las recientes elecciones en Estados Unidos continúa provocando ondas de impacto alrededor del mundo, y más alarmantemente, en Canadá y México.

Tras el temido anuncio del presidente electo de que, una vez instalado en la Casa Blanca, impondría aranceles que rebasarían el 20 por ciento a productos provenientes de sus principales socios comerciales, los gobiernos mexicano y canadiense se han dado a la tarea de diseñar una estrategia política y comercial dirigida a atemperar los daños, y si es posible, a evitar que Trump cumpla su palabra.

Justin Trudeau y su gobierno lucen hoy más dispuestos que en 2016 a dar pasos en solitario sin la colaboración diplomática de México. Lo hacen, a mi juicio, por dos motivos. Primero, porque el primer ministro sabe bien que el presidente estadounidense ha salido fortalecido y que sus funcionarios resultarán menos inclinados a negociar, y segundo, porque él mismo enfrenta retos importantes a nivel interno, tanto por parte de la oposición conservadora canadiense como por las resistencias presentadas por los gobiernos provinciales.

Trudeau se ha adelantado a cualquier acción conjunta que pudiese haber pactado con Sheinbaum. Hace unos días trascendió que el mandatario canadiense se había reunido con Trump en su residencia de Mar-a-Lago, en Florida.

Se vaticina, pues, una progresiva división en el seno de una de las asociaciones comerciales más dinámicas del mundo. Por un lado, la región enfrenta el azote de Trump, y por el otro, la crisis del fentanilo y la ingobernabilidad que golpean a México han puesto al país en una condición de severa desventaja; sumado, huelga destacar, a las evidentes asimetrías económicas y políticas entre los tres países de América del Norte.

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Sin embargo, sin el ánimo de ser sobremanera optimista, y más basado en una básica evidencia geográfica y económica, se antoja improbable que Canadá y Estados Unidos avancen sin la participación de México, pues, aunque lo repudien, este último es una pieza fundamental para el funcionamiento de cualquier acuerdo comercial.

El lector recordará aquella mañanera donde AMLO, muy seguro de su relación con sus vecinos del norte, “exhortó” a Canadá y a Estados Unidos a impulsar una asociación tripartita que fuese similar a la Unión Europea. ¡Cómo habrán cambiado de opinión ahora el gobierno y sus dirigentes!

En medio de una crisis que pone en entredicho los términos de un nuevo tratado de libre comercio, la región norteamericana se encuentra más lejos de una profundización de la asociación comercial y más cerca de una revisión que no resulte favorable para ninguno de sus miembros.