Estas frases han encabezado los mensajes miserables que justifican la tragedia para comunidades completas basadas en la falacia de que quien haya votado por una opción distinta a la propia, merece lo peor.
Sinaloa arde porque una detención rompió con los acuerdos que la tensa paz otorgaba a dos grupos criminales de antaño, que mandan y gobiernan como si fueran Estado. Entre “Mayos” y “Chapitos” hoy se disputan el cariño saliente de López Obrador. A los primeros, se les respeta por el tiempo y la edad de su interlocutor, acompañada de un legado por el que atraviesan más que gobernadores. A los segundos, les acompaña su padre y los acuerdos de la abuela, digna hasta el último día del sexenio.
Guerrero sufre mientras la naturaleza ruge por el maltrato global.
Lo que ocurre en Culiacán, como en Guerrero, no es culpa de un voto; es el resultado de décadas de complicidad, negligencia, y una corrupción tan arraigada que se ha convertido en la norma. Nos hemos acostumbrado a que los carteles sean los verdaderos gobiernos, a que la violencia se negocie en mesas a las que no tenemos acceso, y a que quienes se atreven a disentir sean condenados al destierro o a la muerte.
Decir “disfruten lo votado” es, en el mejor de los casos, una demostración de ignorancia; en el peor, es una expresión de crueldad. Porque esa frase, esa miseria moral, niega la complejidad del sufrimiento que vive cada comunidad, cada persona atrapada entre balas que no dispararon ni eligieron. No se vota por la violencia, no se vota por la tragedia.
Que no les gane la mezquindad. La gente no merece sufrir por el simple hecho de vivir en un país donde la democracia es tan frágil como la paz.
Son frases de miserables completos pues no se trata de que, en otros tiempos, la superioridad moral le ayudara a una clase a sentirse útil frente a otra distinta donando. Se trata de fobia hacia los más pobres y deseo obsesivo de castigo para quienes no saben cómo votaron. De hecho, el simple instinto de celebrar la tragedia para quienes votaron distinto, explica por qué estamos como estamos.
El calentamiento global y las catástrofes no son castigo ni obra de Morena. Es una emergencia global que desplazará miles de personas. En la que no cabe dejar de ayudar o suponer que pueden salir solos adelante después de perderlo todo.
Mi texto es un llamado a dejar de suponer, tanto al crimen como a la naturaleza, como hechos que pueden celebrarse entre el miedo solo porque probablemente, algunas de sus víctimas fueron electoralmente simpatizantes de Morena, como si ello les quitara el derecho a sobrevivir.
No podemos seguir aceptando esta lógica perversa que equipara un voto con una condena. El sufrimiento de quienes pierden todo, ya sea por la violencia del crimen organizado o por la devastación causada por desastres naturales, no puede ser justificado ni celebrado desde la trinchera de la polarización política. Quienes creen que es legítimo señalar con el dedo a las víctimas solo porque podrían haber votado por Morena —o por cualquier otro partido— están alimentando un ciclo de odio que no trae justicia, ni paz, ni soluciones.
El crimen organizado no tiene colores partidistas. Tampoco los desastres naturales. La violencia y la destrucción no distinguen entre un simpatizante de un partido u otro. Atribuir culpas electorales a las víctimas es tan absurdo como inhumano. Es, además, un reflejo del profundo deterioro del tejido social que, en lugar de unirse frente a las adversidades, se fragmenta aún más en el desprecio y la indiferencia.
Sinaloa y Guerrero arden, y su gente está sufriendo. La pregunta no debería ser “¿por quién votaron?” sino “¿cómo los ayudamos?”. Porque un país que celebra la tragedia de sus propios ciudadanos no tiene futuro. Y no, no se trata de ser misericordiosos. Se trata de ser humanos.