“¡Aaah, jajaaay trompudas, si me muero, ¿quién las besa?

¡Mummumuch!"

El muchacho alegre

I. El mito

Todavía hay mucha gente en México que recuerda el 15 de abril de 1957 como un día desolador, triste, extraño, incomprensible. No podían creer la noticia del fallecimiento de Pedro Infante acaecido en un accidente aéreo durante la mañana en Mérida, Yucatán. El ídolo absoluto del cine y las canciones, muerto. Muchos sintieron dolor también, porque sin ser de la familia, se sentía al artista con cercanía, incluso intimidad. En quince años, desde su debut estelar en Jesusita en Chihuahua (René Cardona, dir., 1942; Infante tuvo previas apariciones en roles pequeños), hasta la última película rodada, Escuela de rateros (Rogelio González, dir.; 1957), se convirtió en un ser entrañable para los mexicanos (de hecho, para gran parte de Latinoamérica), en un ídolo: al morir se convertiría gradualmente de leyenda en mito.

En un mito cinematográfico, tal como plantea el sociólogo Gabriel Careaga en su ensayo “Pedro infante o el muchacho alegre”, integrado en el libro Estrellas de cine. Los mitos del siglo XX (Océano, 1984; libro que por su vigencia merecería ser reeditado), aunque también encarne, sugiere el autor, el mito del mexicano seductor.

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El mito, desde la perspectiva de Roland Barthes, es un habla, un mensaje oral o en signo, es una significación; para Robert Graves es una acumulación de agregados de circunstancias y símbolos, es decir, una síntesis; para Joseph Campbell, los mitos han surgido en todo tiempo y circunstancia del mundo habitado por los hombres. En suma, el mito es una representación de algo o de muchas cosas dentro de una sociedad determinada o en una proyección universal.

Careaga considera que el proceso cinematográfico, surgido en el siglo XX, ha creado un cine que, como producto final, ha generado mitos que encarnan o simbolizan la mayoría de las aspiraciones, frustraciones, proyecciones sociales e individuales ya se trate de Pedro Infante, James Dean o Marilyn Monroe. Esto es, que esa habla, significación y síntesis simbólicas planteadas arriba, se expresan por medio de un recurso artístico (muchos plantean que el cine no es arte y tienen buenos argumentos) que desde su aparición ha dominado poderosamente la sociedad prácticamente universal.

Del universo del cine mexicano, podríamos decir de los treintas a sesentas del siglo XX (y más allá si ese fuera el propósito), de todas sus estrellas y arquetipos: charros, cómicos, rumberas, madres abnegadas, prostitutas, etcétera, “sólo uno logró pasar a la categoría de mito cinematográfico”, y ese es Pedro Infante, “quien gracias a su talento natural, a su proyección carismática, a su simpatía desbordante, logró... que los tipos que encarnó… tuvieran rasgos de veracidad, y que el público tuviera una empatía… En [él] se expresaban los sueños colectivos, las imágenes fantasiosas de lo mejor y de lo peor del pueblo mexicano”.

Las representaciones básicas y simbólicas de Infante son tres: 1. El norteño simpático, alegre, natural, “francote” y solidario que se hizo extensivo, como arquetipo, a todo norteño mexicano, rural o semiurbano, visto desde el cine. 2. El “peladito” de la ciudad, usualmente bueno, que quiere ayudar a otros y desea cambiar para devenir en otra persona mejor. 3. Y a través de las canciones (de José Alfredo, argumenta Careaga), la otra versión del mexicano: el triste, pesimista, macho, borracho víctima de las pasiones y la traición de las mujeres. Antes de cumplir una década de protagonismo en el cine, Infante había logrado ya sintetizar, encarnar “las obsesiones del pueblo, sus frustraciones, sus melodramas” al grado de presionar a los directores a hacer secuelas de las películas exitosas: Las de los tres García o las de Pepe el Toro, por ejemplo; o repetir parejas artísticas en las diversas películas.

II. Un testimonio

Pero, ¿cómo se hizo Pedro Infante tan popular, cómo pasó de la leyenda al mito si su actuación sucedió en un tiempo en que México estaba lejos de la modernidad, que tenía predominancia rural con lo que ello significa en términos de falta de servicios básicos como la electricidad y cualquier tipo de fácil acceso a la comunicación? He dado con un testimonio que, aunque lo había escuchado/conversado de modo tangencial con anterioridad, hasta ahora lo he solicitado en su bello detalle para escribirlo en este espacio.

Rosa Díaz Uribe me dice que cuando se enteró de la muerte de Pedro Infante le dieron ganas de llorar, y lloró; ella tenía quince años de edad recién cumplidos en febrero de 1957.

—¿Pero cómo te enteraste si en Playas del Rosario no había electricidad?, ¿por la radio?

—No. Mi papá no nos dejaba tener radio en casa, no le gustaba.

—¿Entonces?

—Por el periódico. Como teníamos una tiendita de abarrotes, lo usábamos para envolver la mercancía: cal, azúcar, sal, arroz, galletas de animalitos… Entonces, como yo despachaba, cuando llegaban las pacas de papel, y aunque me regañaran, a mí me gustaba apartar algunas páginas y leerlas cuando tenía tiempo, así fue como supe.

—Era un periódico viejo, sin duda, te enteraste quién sabe cuánto tiempo después de lo sucedido el 15 de abril.

—Pues sí, me imagino que sí.

—¿Y qué sentiste?

—Pues se me salieron las lágrimas, me puse a llorar, ¡ay, qué tristeza!

—¡Pero si no lo conocías!, no tenían radio y de seguro no habías ido a la ciudad a ver alguna película; ¿había carretera a Villahermosa?

—No, a Villahermosa no nos llevaban nunca aunque hubiera ya carretera. Mira, ahora recuerdo que yo tenía una prima en la casa vecina que tenía radio de pilas y lo ponía bien fuerte de volumen. Ahí oía las canciones, su voz. Y yo me sabía varias letras porque mi mamá compraba el Cancionero Picot.

—Ah, el de la sal de uvas, creo que era muy popular desde los treintas, con canciones de moda y dos personajes simpáticos que traía la revista, una pareja que se llamaban Chema y Juana. Pero, ¿cómo le conocías la cara a Pedro si nada más lo oías de lejos y leías las letras de las canciones que cantaba?

—¡Ese, el de sal de uvas!, por eso me las sabía. La verdad no me acuerdo, pero sí lo conocía. Y pues me gustaba, ¡era mi ídolo!, como dirían las muchachas ahora; pero qué tonta yo de chamaca.

—Pero, ¿por qué, qué tiene?

—Y ahora que me acuerdo, llegaban a Playas del Rosario los húngaros, esos que traían el cine en camionetas de redilas.

—Tal vez viste alguna de sus películas, o si las anunciaban, cuando menos algún cartel con su foto. Y es probable que vieras sus retratos en los periódicos viejos, pues cuando tú fuiste niña y adolescente él era ya muy famoso. No está mal: periódicos aunque atrasados, las canciones en la radio vecina de tu prima, el Cancionero Picot y a lo mejor alguna película o cartel que viste con los húngaros; y en una de esas oías a personas que iban a la ciudad, habían ido al cine y lo platicaban, siempre hay alguien así.

—Pues a lo mejor así fue.

—¿Y ahora qué sientes, después de tantos años, después que pudiste ver todo lo que quisiste de él por la televisión y ahora en el internet?

—Pues qué triste que se haya muerto tan joven. Y siempre que hay una película y la puedo ver lo hago. Y por las mañanas, o cuando estamos comiendo, le pido a Alexa que ponga canciones de Pedro Infante, las que más me gustan “Amorcito corazón”, “Alma”, “Cien años”…; o nada más le digo, “Alexa, pon a Pedro Infante”, y me puedo pasar así horas si quiero; pero claro, me gusta escuchar otras cantantes también, aunque como él, no.

—¿Y te parece guapo todavía?

—Uy sí, además de cómo canta, me gustan muchos de sus gestos; pero ni digo, no vaya a pasar que me escuche tu papá y se ponga celoso.

—¡¿Qué?!, Jajajajajaja, bueno. Gracias por tu memoria, madre.

Tal vez sea cierto lo que comenta una usuaria del youtube: “La mayoría de las mujeres mexicanas amamos a Pedro Infante sin haberlo conocido”. Y también quizá lo sea el que los hombres, si bien lo celaban, querían ser al menos un poco como él. Pero también hay otras posibilidades, Careaga, citando a Emilio García Riera y Jorge Ayala Blanco, plantea los juegos y los “resortes” de la homosexualidad desarrollados en películas como El gavilán pollero, A toda máquina, Dos tipos de cuidado o Pablo y Carolina.

III. El bolero

Escribe Carlos Monsiváis: “‘Yo tenía un chorro de voz’. ‘A Fines de 1943 –refirió Infante–, don Guillermo Kornhauser me ofreció contrato para grabar en discos Peerless aún a sabiendas de que en otra compañía disquera decían que yo era un fracaso [el cantante se refiere a sus primeras canciones grabadas para RCA en 1942: “Guajirita” y “Te estoy queriendo”, desechadas por la compañía “por falta de calidad”; en realidad, son muy buenas grabaciones]. No me hicieron prueba, ni platicamos mucho. A los pocos días firmé contrato y exactamente el 5 de noviembre de 1943, grabé mi primer disco acompañado de una orquesta no muy grande, pero con la que me acomodé muy bien’”. Y agrega Monsiváis: “Infante canta boleros, blues, corridos, redovas, huapangos, serenatas, guarachas, canciones infantiles, plegarias, piezas costeñas, cha-cha-chás, canciones rancheras, boleros rancheros” (“¡Quién fuera Pedro Infante!”. Rev. Sonar, No. 58, 16 de enero de 1992; al parecer es una re-publicación de un artículo aparecido en los 80’s); hay que agregar a la lista los buenos valses como “Mañana” y “Viva mi desgracia” o el canto de las mañanitas y sus variantes de festejo para todos tan arraigado en México; y pues que cada quien elija y combine al infante cantor que quiera.

Muy a pesar de lo dicho por el “ajonjolí de todos los moles de la crónica” y lo establecido por Careaga como la tercera forma de encarnación del mito cinematográfico de Infante en las canciones de José Alfredo, yo hablaré del bolero y, cuando mucho, de una o dos piezas del bolero ranchero.

Ese ritmo, esa métrica con predominancia del 4/4, el piano (más clásico), el bajo, algunas cuerdas, la guitarra y la percusión con el añadido melódico de las flautas y suaves sordinas con letras íntimas, se ha convertido con el tiempo (porque continúa vigente) en el género popular con más resonancia generalizada en el continente latinoamericano. En todos sus países existe el estilo y México ha sido un gran productor de bellos boleros. Y tengo para mí, que no hay mejor intérprete de ellos en México que Pedro Infante, en particular aquellos cantados en y/o para las películas antes que sus versiones de estudio.

Y aunque el epígrafe “¡Aaah, jajaaay trompudas, si me muero, ¿quién las besa?! ¡Mummumuch!”, proviene de la canción ranchera “El muchacho alegre”, de Domingo Velarde Ozuna, muy ligada a Pedro Infante, el estilo franco, inelegante la mayoría de las veces, gritado incluso de ese subgénero, ha tenido muchos intérpretes sobresalientes; las canciones medio tropicales de tipo urbano de aspiración cómica adolecen de un afán de simpatía forzado; las interpretaciones infantiles son poco climáticas,… Esos estilos en la voz de Infante me llevan a ponderar más bien sus interpretaciones singulares y difícilmente superables del bolero: la belleza de la voz que acaricia, la suavidad, la tersura, el llanto dentro del fraseo ligado (“legato”), el decir/tejer las palabras, la dicción impecable, los versos dentro de un canto sostenido pero marcado por los matices piano-forte y dentro de la homogeneidad de la voz, la buena afinación desde los primeros registros en 1942, la musicalidad aprendida y la innata, lo hacen incomparable. Y si a ello se suma el contexto de la historia o el drama de la película en que cante esos boleros, todas esas virtudes potencializan su expresión.

Cantando boleros, Pedro Infante deja de ser “el muchacho alegre” y se convierte en un ser ya sea enamorado o que enamora, o doliente, desgarrado por el dolor. Hay una vulnerabilidad que se desprende de la máscara ranchera y vuelve más íntimo, más humano al ser que Pedro Infante da voz (siempre hay excepciones en el ranchero, José Alfredo o Cuco Sánchez, por mencionar dos). Y eso será suficiente por ahora para no hablar de la biografía, el origen pueblerino, el talento inicial, la carrera particularizada en el cine, la radio, la revista musical, las más de 60 películas y más de 350 canciones realizadas, las giras, los amores oficiales y no oficiales, los accidentes y la tragedia del mito cinematográfico mexicano. Veamos/escuchemos algunos esos los boleros en el contexto de las películas, excepto uno, en que fueron interpretados. El orden ha sido muy difícil de establecer, más bien cada persona debe elaborar su propio listado; los comentarios a estos boleros de película bien podrían hacerse más adelante.

Pedro Infante

IV. Boleros de película

1. “Nocturnal”, de José Sabre Marroquín, en la película Por ellas, aunque mal paguen (Juan Bustillo Oro, dir.; 1952):

2. “Las tres cosas”, de Carmelo Larrea, en Necesito dinero (Miguel Zacarías, dir.; 1952):

3. “Cien años”, de Rubén Fuentes, en Cuidado con el amor (Miguel Zacarías, dir.; 1954):

4. “Enamorada”, de Consuelo Velázquez, en A.T.M. ¡A toda máquina! (Ismael Rodríguez, dir;, 1951):

5. “Bésame mucho”, de Consuelo Velázquez, también en A.T.M:

6. “Quién será”, de Pablo Beltrán Ruiz, en Escuela de vagabundos, una suerte de bolero-mambo (Rogelio A. González, dir.; 1954):

7. “Grito prisionero”, de Gabriel Luna de la Fuente, también en Escuela de vagabundos:

8. “Contigo en la distancia”, de César Portillo de la Luz, en El mil amores (Rogelio A. González, dir.; 1954):

9. “Mi último fracaso”, de Alfredo Gil, en El inocente (Rogelio A. González, dir.; 1956):

10. “Alma”, de Chucho Monge, en La vida no vale nada (Rogelio A. González, dir.; 1955):

11. “No me platiques más”, de Vicente Garrido (1956). Sirva la edición de este video para contravenir a quienes afirman que esta canción la interpretó Infante en El inocente, no fue así, la incluyo en la lista porque es una de mis preferidas:

12. “Amor de mis amores”, de Agustín Lara, en Ansiedad; no podía Pedro no cantar a Agustín (Miguel Zacarías, dir.; 1953):

13. “La gloria eres tú”, de José Antonio Méndez, en Dos tipos de cuidado (Ismael Rodríguez, dir.; 1953):

14. “Dos almas”, de Manuel Esperón, también en Dos tipos de cuidado, un bolero a cuatro voces:

15. “Te quiero así”, de Bernardo San Cristóbal y Miguel Prado Paz, en Escuela de rateros (Rogelio A. González, dir.; 1956, estrenada en 1958):

16. “Bésame en la boca”, de Joaquín Pardavé, en Ahora soy rico (Rogelio A. González, dir.; 1952):

17. “A la orilla del mar”, de Manuel Esperón, en Pablo y Carolina (Mauricio de la Serna, dir.; 1957):

Pedro Infante

Héctor Palacio en X: @NietzscheAristo