Los documentos de trabajo de organizaciones no gubernamentales, organismos financieros internacionales y think tanks, suelen proliferar los primeros meses de cada año. Su interés y valor es desigual (como el de las entidades que los elaboran), llevan ya un par de años haciendo una recapitulación de lo que no se pudo prever el año inmediato anterior, y dando vueltas en círculos para terminar concluyendo que “vivimos en un mundo impredecible”. Y lo escriben con cara seria y todo. Les pesa, además, que los “valores de occidente”, como al democracia, los derechos humanos y la libre competencia económica, se encuentren bajo asedio, por múltiples amenazas. Veamos.
En la parte ideológica y axiológica, occidente se está dando cuenta de que occidente es hipócrita. Que a su vez es la obviedad más grande de occidente. Ni modo. Pero el tema es de tradición filosófica, porque confluyen en la cultura occidental dos tradiciones, la romántica y la ilustrada, y la única manera de conciliarlas es colocando la cursilería en el discurso y la frialdad en las acciones.
Las decisiones al interior de los países están siendo fuertemente condicionadas por factores externos, en particular durante y después de la pandemia. Con la presencia de temas como el freno al crecimiento económico, la migración, los conflictos bélicos, el arribo de radicalismos políticos, o el miedo a la inteligencia artificial, mismos que ponen a prueba las instituciones democráticas. Pero un análisis histórico así sea superficial, nos recuerda que las democracias liberales han sido la excepción, y no la regla, en las sociedades humanas. Sin embargo, lo que se nota genuino, otra vez, es la perplejidad de quienes observan este fenómeno.
Creo que hay cuatro factores que explican este pasmo: el despertar del optimismo narcótico de la caída de la URSS (que garantizaría la paz perpetua), la exageración casi mitológica de como se ve a las potencias mundiales, que sin embargo no pueden con entidades pequeñas (EU vs. terrorismo islámico, China vs. Taiwán), el ascenso de populismos que por su naturaleza misma desprecian el Estado de derecho y el horizonte de problemas irreversibles de impacto fatal (estrés hídrico, quiebra de los sistemas de pensiones). Cuando se espera que las cosas vayan muy bien, y además se olvida de que han ido muy mal, el presente resulta problemático, aunque no sea ni mejor ni peor que otros tiempos.
Como en todas las épocas, existen factores y fenómenos que perfilan cambios bruscos y necesidad de adaptación: transformaciones económicas y políticas; poblaciones que se relacionan de manera distinta o diferenciada con los asuntos colectivos; irrupción de nuevas prioridades nacionales y globales, etc. Lo interesante, también, es que se presenta este “hallazgo” como si fuera una anomalía histórica, pero de nuevo, no lo es.
Nos atrevemos a proponer tres ideas, que podrían allanar el camino para entender mejor este supuesto caos sin precedentes:
En primer lugar, la gran disrupción de los últimos 50 años no es la inteligencia artificial, sino la combinación de internet de bajo costo y teléfonos inteligentes para todos; eso es lo que volvió accesible para casi cualquiera el cúmulo de conocimiento humano y la transmisión de información en tiempo real. Que la mayor parte de la humanidad use esas herramientas para entretenerse y opte por ver noticias a la carta, a veces falsas, es una elección, no una necesidad. Pero lo que inevitablemente provocó fue la pérdida del control informativo de los grandes medios de comunicación y los gobiernos. Y si se pierde el monopolio del discurso, se debilita el control sobre las personas. La IA sólo es una ayuda para que los haraganes mediocres lo sean aún más, y los contenidos incoherentes de los blogs se puedan generar gratuitamente, sin contratar empleados incoherentes.
En segundo lugar, el péndulo del desencanto regresa, luego de un periodo de crecimiento mediocre y aumento en la desigualdad social. Como todos los discursos hegemónicos, el neoliberal prometió demasiado, y no cumplió. Además, haber sustraído las decisiones más importantes de la política doméstica de los países, hizo que los cambios de partidos y gobiernos fuesen más bien irrelevantes durante las últimas décadas, en todos lados. Frente a esa sensación de inutilidad del cambio, las sociedades optan por demagogos estridentes o gobiernos autoritarios, para renovar alguna esperanza de movilidad.
Por último, las sociedades, las personas, los gobiernos, en general los humanos, tendemos a confundir circunstancia con destino. Se creyó que la ola democrática de finales del siglo XX era la consumación de la victoria de las libertades sobre la autocracia. Se creyó que el crecimiento boyante de algunos años y la relativa ausencia de conflictos bélicos era el inicio de la paz perpetua. Pero la historia humana es más bien una de conflicto permanente, lucha por la supremacía y abusos de quien puede contra quien no. Esta época es efectivamente desalentadora, pero no inusitada, en sus líneas generales. Se parece bastante al siglo XIX y principios del XX, sólo que con iphones.