Cuando pienso en Citlalli, no puedo evitar evocar la bella y poderosa frase de Hermila Galindo que sucintamente la describe: me hice revolucionaria por una fuerza irresistible de convicción, por un potente impulso del deber, por un grande amor a mi pueblo.
En un país donde las desigualdades sociales y de género han sido históricamente profundas, emerge la figura de Citlalli Hernández, una joven política feminista cuya vida ha estado marcada por una lucha tenaz por la justicia social, la igualdad y la transformación política de nuestro país. Desde muy temprana edad, entendió que el cambio no era solo una opción, sino una necesidad urgente a la que dedicaría su vida.
Nació en el seno de una familia comprometida con los ideales de izquierda, por lo que sus padres, le inculcaron desde pequeña una profunda conciencia social. A través de ellos, aprendió a ver más allá de su realidad inmediata y a reconocer las necesidades de las y los más vulnerables. Fue en ese entorno donde comenzó a forjar su convicción de que la política debía ser una herramienta para transformar vidas y no para perpetuar privilegios.
Sus primeros pasos en el despertar de la conciencia política fueron apenas a los 14 años, acompañando a sus padres a defender a Andrés Manuel López Obrador por aquel funesto desafuero, pero su compromiso y enorme sensibilidad fueron mostrándose cada vez con más fuerza. Desde su adolescencia, se involucró en movimientos estudiantiles y organizaciones comunitarias. Cuando supo de la desgarradora noticia de que, desesperados por la hambruna, el pueblo rarámuri en la Sierra Tarahumara comenzó a quitarse la vida, formó parte de las organizaciones para llevar alimentos. En una semana, junto con otros jóvenes lograron reunir más apoyo que el propio ejército: 67 toneladas de comida que demostraban que el pueblo estaba con las y los hermanos rarámuris.
Este acto, sirvió de parteaguas para determinar que quería ser partícipe en una transformación profunda, y que esas acciones, aunque importantes, no eran suficientes, pues para incitar un cambio sustantivo y duradero, había que luchar para incidir en la toma de decisiones, y así lo hizo.
Rápidamente destacó por su capacidad de liderazgo y su compromiso con las causas sociales. Fue en esos espacios donde comenzó a entender que la lucha por la igualdad no podía separarse de la lucha de género. Las mujeres, especialmente las de las comunidades más marginadas, enfrentaban una doble opresión: la de clase y la de género. Esta realidad la llevó a abrazar el feminismo no solo como una posición política, sino como una forma de vida.
Su juventud no ha sido un obstáculo, sino una ventaja, Citlalli representa a una nueva generación de líderes y lideresas que están dispuestas y dispuestos a desafiar el status quo y a construir un futuro más justo e inclusivo. Su energía, su pasión y su visión han inspirado a miles de jóvenes, especialmente a mujeres, a involucrarse en la política y a creer en la posibilidad de un cambio real.
Una de sus prioridades fundamentales es abrir caminos para las generaciones futuras, tal como lo hicieron nuestras ancestras, para que nosotras, las mujeres de hoy, tuviéramos un terreno más allanado. Sabe que su lucha no es solo por el presente, sino por un futuro donde las mujeres puedan vivir libres de opresión, con igualdad de oportunidades y sin temor a la violencia.
Con una autoridad política consolidada y una fuerza moral inmutable, su fuerza revolucionaria está al servicio de la lucha por las mujeres. Enfrentándose firmemente al patriarcado y combatiendo sus más rancias expresiones, desde las estructuras de poder, hasta las prácticas culturales que perpetúan la discriminación y la desigualdad, Citlalli, con acciones contundentes, ha demostrado que no es coincidencia que la presidenta haya depositado en ella la inmensa responsabilidad de dirigir la política pública a favor de las mujeres.
En un mundo donde las mujeres siguen enfrentando barreras para acceder a espacios de poder, nuestra Citlalli, no es solo una política, es una revolucionaria, una feminista y una lideresa que ha demostrado ser un ejemplo de resistencia, determinación y empatía. Su trayectoria es un testimonio de que la lucha por la igualdad y la justicia social no es un camino fácil, pero es un camino necesario. Y aunque queda mucho por hacer, sigue firme en su convicción de que, juntas y juntos, podemos construir un país donde nadie se quede atrás, en el que, por el bien de todas, primero las pobres.