A mi edad me da por aprender lo que no estudié en las clases de español durante la primaria, la secundaria y la prepa. Así las cosas, consulto diccionarios cuando ignoro cualquier asunto relacionado con las palabras.
Para el título de este artículo pensé en un nombre abreviado para Estados Unidos, y se me vino a la cabeza el de USA. Lo deseché porque es una gringada y recordé que he visto por ahí EE. UU., que me desagrada por los dos puntos que incluye.
Consulté entonces el Diccionario panhispánico de dudas y encontré que Estados Unidos ya es una abreviatura: el nombre completo es Estados Unidos de América. No es algo que desconociera, pero he querido subrayarlo. Por cierto, dice ese diccionario que el nombre puede usarse con artículo o sin él: Los Estados Unidos o simplemente Estados Unidos.
El Diccionario panhispánico de dudas aclara el porqué de los dos puntos en la abreviatura EE. UU: precisamente porque se trata de una abreviatura, y no de una sigla, “debe escribirse con puntos y con un espacio de separación entre los dos pares de letras”. Me pergunto qué tan complicado sería para los redactores de tal obra decir que, por estética, en este caso, aunque no estemos ante una sigla, se puedan eliminar los feos puntos e inclusive una e y una u, y dejarlo ya sea como EEUU o nada más EU.
Tal diccionario de la Real Academia Española precisa que “existe también la sigla EUA, que, como corresponde a las siglas, se escribe sin puntos”. En lo personal, considero que EUA es mejor que EE. UU, pero no mucho mejor: pronunciar la e y la u aunque se repitan es más sencillo y agradable que agregar la a, así que, insisto, valdría la pena considerar la posibilidad de dejar a la gente escribir EEUU sin puntos, y ya, o solo EU, que en inglés será abreviatura de Unión Europea, pero solo en inglés. Lo que el Diccionario panhispánico de dudas de plano prohíbe es emplear en español la sigla USA, “que corresponde al nombre inglés United States of America”.
Como lo escribamos —EE. UU, EUA, EEUU, EU, USA— es el mismo pinche país poderosisimo, en el que mandan líderes empresariales y políticos bastante ojetes, que tanta lata nos da a los mexicanos.
Sin duda, las relaciones económicas entre México y Estados Unidos benefician a ambas naciones. Pero se pasan de metiches y amenazantes quienes tienen el poder en Gringolandia —no confundir con la pacífica y amistosa Groenlandia—. Cualquier cosa que hacemos la utilizan para amedrentar. La reciente reforma al poder judicial es un buen ejemplo.
Pase lo que pase con tal reforma —la implementación será complicada, sobre todo por el rompecabezas creo que sin solución de la elección en urnas de las personas juzgadoras—, al final la presidenta Claudia Sheinbaum, mujer inteligente y pragmática, se las arreglará para que el nuevo sistema opere con eficacia. No habrá ningún desastre ni se acabará el Estado de derecho. Esto solo lo creen intelectuales ilustrados, pero enojados con la 4T, como Héctor Aguilar Camín y Enrique Krauze, o columnistas zafios como Pablo Hiriart y Carlos Loret de Mola.
La destrucción del Estado de derecho es un mito —más bien, un mitote— que ahora utilizan en Estados Unidos para presionar a México con el fantasma de que perderemos inversiones extranjeras y nos expulsarán del tratado comercial de América del Norte. Pero, que conste, no solo en Estados Unidos operan los malosos que pretenden perjudicar a nuestro país: también actúan en el resto del mundo, sobre todo en Europa y Asia.
Se entiende que Marcelo Ebrard, quien será secretario de Economía de la presidenta Claudia Sheinbaum, haya organizado para el próximo 15 de octubre el CEO Dialogue, que indebidamente se llama cumbre de alto nivel entre líderes y empresarios de México y Estados Unidos.
Las cumbres son otra cosa, como la que se celebrará en Río de Janeiro unos días después del CEO Dialogue, y a la que ojalá sí asista Sheinbaum —al menos en esto debe establecer una diferencia con el estilo de Andrés Manuel López Obrador, a quien le funcionó no acudir a reuniones globales de gobernantes porque, ni hablar, al tabasqueño se le da beneficiarse de actuar siempre como persona juguetonamente maldosa y contreras. La personalidad de Claudia no es para eso: en cuestiones de formas, cada quien lo que le acomode—.
Está bien, el CEO Dialogue solo incluye líderes de empresas de México y Estados Unidos. Pero, cuestiono respetuosamente a la presidenta Sheinbaum, ¿no valdría la pena invitar por esa única ocasión a representantes de las empresas extranjeras de Asia y Europa que ya invierten en nuestro país? Quienes las encabezan, sobre todo si se trata de personas ejecutivas de nacionalidad mexicana, dedican buena parte de su tiempo a explicar la reforma judicial a quienes dirigen tales compañías en Hoofddorp, Países Bajos; Wolfsburgo, Alemania; Seúl, Corea del Sur; Londres, Reino Unido; Tokio, Japón; Bilbao, España; Vevey, Suiza; París, Francia…
Enseguida un cuadro de empresas extranjeras no de Estados Unidos con muy importante presencia en México. A quienes las dirigen les encantaría participar en el CEO Dialogue, no para escuchar a Marcelo Ebrard, quien como sabemos es puro grillo rollero, sino a Claudia Sheinbaum, de tal modo de transmitir a las sedes de sus compañías en Europa y Asia lo que la presidenta explique. El cuadro incluye solo 15 grandes empresas de Europa y Asia con inversiones en México, pero hay otras mucho muy relevantes, como la francesa Engie, responsable de la construcción del gasoducto Mayakan, de 700 kilómetros, en la península de Yucatán.
Ampliar la lista de invitados al CEO Dialogue no creo que sea una propuesta insensata. Y es que si no está mal dialogar con la gringada altanera dueña de todos los dólares, conviene recordar que también hay dinerito, y mucho, en Europa y Asia… Serviría además para darle la vuelta en definitiva a la triste página del supuestamente no invitado rey de España a la toma de protesta de nuestra presidenta.