Ayer sábado de Semana Santa, el Financial Times se volvió a ocupar de nuestra presidenta: “Mexico’s Claudia Sheinbaum woos Donald Trump with security shake-up” —en español sería algo así como “La mexicana Claudia Sheinbaum busca el apoyo de Donald Trump con cambios drásticos en seguridad”—.
No solo la reportera Christine Murray del FT observa que las cosas están mejorando notablemente en el combate a la violencia en México. La sociedad de nuestro país también lo aprecia, de ahí que, después de haber estado en segundo lugar durante semanas, ya a lo largo de bastantes días Omar García Harfuch aparezca en el tracking diario ClaudiaMetrics de SDPNoticias como el funcionario mejor evaluado del gabinete de la presidenta Sheinbaum —evidentemente no obedece a su carisma personal que Harfuch supere al mucho más conocido Marcelo Ebrard, secretario de Economía: si ocurre así se debe a su eficacia policiaca—.
El hecho es que, como dice la reportera del Financial Times, “tras meses de amenazas estadounidenses de imponer aranceles a México por su ‘alianza intolerable’ con los cárteles de la droga, la administración Trump ha mostrado una actitud positiva hacia su vecino del sur”.
La periodista Murray destaca un hecho que fue noticia importante en México en días pasados: que el presidente Donald Trump agradeciera a la presidenta Claudia Sheinbaum —“una mujer maravillosa”— por su esfuerzo para detener el contrabando de fentanilo a Estados Unidos.
En la nota del Financial Times se citan otros elogios de gente de la política de Estados Unidos dirigidos a Claudia, como el de la secretaria de Seguridad Nacional, Kristi Noem.
Para la comentocracia mexicana, y desde luego para la reportera del FT, los cambios en el modelo de seguridad en México representan el abandono de la estrategia de abrazos, no balazos del anterior sexenio, aunque “sin criticar en absoluto a su mentor y predecesor, Andrés Manuel López Obrador”.
Creo que hay una confusión entre analistas nacionales y del extranjero. Eso de abrazos, no balazos no fue la esencia de la política de seguridad de AMLO, sino nada más una una frase afortunada que sirvió para distanciarse del salvajismo de la guerra perdida de Felipe Calderón contra el narco, que Enrique Peña Nieto no logró revertir.
Si los asesinatos crecieron tanto desde 2006, cuando Calderón dio inicio a su absurda guerra, comandada por un empleado del narco, Genaro García Luna, se debió al efecto bola de nieve: lo que era controlable antes de Calderón, creció y creció —y creció y creció y creció— hasta convertirse en algo simple y sencillamente terrible.
Lo que López Obrador hizo, nada más, fue poner el acento en las causas de la violencia —la pobreza y la falta de educación y de oportunidades laborales para las personas jóvenes— y encargar a dos personas eficaces y honestas reestructurar la corporación policiaca federal, que estaba totalmente entregada a las mafias. Fue así que Alfonso Durazo, ahora gobernador de Sonora, y Rosa Icela Rodríguez, actual secretaria de Gobernación, dieron forma y consolidaron a la Guardia Nacional, que es el brazo ejecutor de las estrategias de García Harfuch, apoyada por las secretarías de Defensa y Marina.
Claudia no ha abandonado la estrategia de seguridad del sexenio pasado, sino nada más la ha profundizado en su plan de seguridad, que ha dado resultados porque había bases sólidas para mejorar las cosas y porque puso al frente de las operaciones a un policía profesional, el mencionado García Harfuch. De ahí que los asesinatos hayan disminuido y aumentado los arrestos de capos lo mismo que los decomisos de armas y drogas, particularmente fentanilo.
No se trata, como dijo en el FT la especialista Lila Abed, directora del Instituto México del Wilson Center, con sede en Washington, de una estrategia de seguridad “mucho más confrontativa”, sino de la misma política que atiende las causas de la violencia y ahora puede con mucha más eficacia que en el pasado combatir a la delincuencia organizada porque la policía nacional —llamada desde el sexenio pasado Guardia Nacional— dejó de estar al servicio del narco.
La estrategia de Claudia, que no rompe con el pasado, no solo es policiaca: también tiene un componente diplomático que debe subrayarse —el canciller Juan Ramón de la Fuente ha hecho muy bien, discreta y pacientemente, su trabajo en Estados Unidos— y, sobre todo, se basa en un enfoque de la política realmente humanista, tal como demuestra el trabajo de Rosa Icela Rodríguez en el brutal problema de las desapariciones de tantas personas.