Además de desplazamiento y exclusión, pérdida de espacios y memoria urbana compartida, reducción de diversidad y más dependencia, desigualdad y pobreza, los procesos de gentrificación deprimen las condiciones propicias para la participación democrática. Y de allí las reacciones agrias que puede provocar.

Y es que la dureza impositiva de una lógica vertical, unilateral y autoritaria que cae gigantesca sobre los espacios locales, barriales o comunitarios rompe con la ya de por sí precaria equidad en la distribución y uso se los espacios públicos, pero, sobre todo, dan̈a el tejido vivencial y frustra el sentido de pertenencia y “compartencia” entre la mayoría de los seres racionales y sintientes.

La gentrificación es un concepto aplicable al sistema político en sus componentes gubernamental, partidario, electoral y ciudadano.

Un sistema político es gentrificado cuando lo coloniza la fría razón técnica instrumental que convierte a la población en pretendidos individuos egoístas y separados unos de otros a los que hay que prestar servicios públicos mínimos para que puedan vivir, producir y consumir en actitud obediente mientras que entre partidos y élites corporativas se negocia y aprovecha al máximo la plusvalía que genera el trabajo asalariado y se le presta periódicamente la ilusión de elegir a sus representantes administradores de la dinámica de la gentrificación y la degradación

Llegado a un punto límite intolerable, emergen movimientos desgentrificadores y regeneradores de la condición humana social alimentada de su innegable vena crítica, cooperativa, solidaria y emancipatoria.

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Desgentrificar los espacios y bienes comunes es afirmar el derecho social, político y cultural a la ciudad y a la localidad, ya citadina o rural. Ciertamente.

Empero, desgentrificar el sistema político es ir más allá pues equivale a intensificar el principio constitucional popular y las modalidades participativas y comunitarias que también definen a la democracia aumentando, de paso, el contexto de exigencia al principio representativo de la política tradicional para que se transforme y haga mejor su trabajo.

En ese sentido, desgentrificar significa desafiar la “ley de hierro de las oligarquías partidarias” y su cartelización para convertirlas en organizaciones flexibles implicadas con la soberanía del pueblo en un equilibrio funcional entre inclusión, género, interculturalidad, participación, legitimidad, gobernabilidad o eficacia.

En particular, desgentrificar a los partidos políticos y sus líderes es obligarlos a mirarse menos en el espejismo de los medios y las redes sociales, que los capturan, fascinan y evaporan, y más en el cristalino contacto personal y territorial de la gente y los pueblos y comunidades que deben reproducirlos y fortalecerlos en sus luchas cotidianas por el mínimo vital y condiciones de vida digna frente a todo tipo de factores extractivos y enajenantes.

Desgentrificar a los gobiernos es acercarlos a la gente, movilizarse en favor de sus necesidades y propósitos legítimos, alejarse de los intereses ilícitos y la corrupción, y profesionalizar sin deshumanizar el servicio a los demás desde el cargo temporal y el mandato obligado.

Sobre todo, desgentrificar la democracia exige mantener y afianzar la pluralidad y la diversidad junto con el pensamiento crítico, aun dentro de la coincidencia y hasta en la unidad en los propósitos, para hacer posible la regeneración, el.mejoramiento y la emancipación como estilos de vida.

Vaya reto para el pueblo, ciudadanía, partidos y liderazgos, organismos electorales y gobiernos.

Pero no hay otro camino que regresar o mantenerse en lo básico, junto a la base popular para gestionar identidades, necesidades, voluntades, recursos, ideas, pasado, presente, futuro.

A quienes lideren con libertad y autenticidad tal sentido emancipatorio se les seguirán abriendo las puertas al deber de gobernar, que no es sino servir al interés público y el bienestar general.