Lo que no se nombra no existe. Parece ser la lógica detrás del artículo de Enrique Krauze de hoy domingo. Lo publicó en los diarios del Grupo Reforma —El Norte, de Monterrey; Reforma, de la Ciudad de México, y Mural, de Guadalajara—.
El historiador enlista las principales desgracias políticas mexicanas en su intento, interesante y hasta inteligente, de aplicar al caso mexicano una frase del poeta español Juan Ramón Jiménez —“la inmensa minoría”, que Krauze conoció gracias a Gabriel Zaid—.
En su análisis, además de citar al autor de Platero y yo, Krauze recuerda al historiador griego Polibio, quien consideraba que “los pueblos aprenden la necesidad de reformarse por dos caminos: uno, a partir de los infortunios propios; otro, de los ajenos”.
Las desgracias políticas de nuestra historia reciente que Enrique Krauze enlista son: la del 68, la guerra sucia de los años setenta del siglo pasado, la crisis de la deuda externa de 1982, el conflicto electoral de 1988, el asesinato de Colosio en 1994.
No nombra el destacado intelectual Krauze otra catástrofe política, enorme, ya del siglo XXI: el fraude electoral de 2006. Nunca lo hace, seguramente para decretar la inexistencia de lo más antidemocrático que han patrocinado las élites políticas, empresariales, mediáticas y sindicales de nuestro país.
Si lo que ha intentado es demostrar que Polibio tiene razón al decir que “los pueblos aprenden la necesidad de reformarse… a partir de los infortunios”, Enrique Krauze ha fallado al no mencionar el infortunio que dio origen —y el apoyo de la inmensa mayoría de la sociedad mexicana— a las transformaciones actuales, las de los gobiernos del expresidente Andrés Manuel López Obrador y la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo.
Sin el fraude electoral de 2006 no podría entenderse ninguno de cambios que ha habido en México desde 2018.
Aquel robo de votos dio la presidencia a alguien que entregó las estructuras de seguridad pública al narco. Así lo hizo Felipe Calderón a través de Genaro García Luna, sentenciado en Estados Unidos por haber colaborado abiertamente con la mafia de Sinaloa.
Krauze desea un nuevo cambio, que regrese a México a lo que existía antes de los gobiernos de izquierda. Admite el historiador que “es inútil esperar que el cambio venga desde dentro del régimen”. La razón es el apoyo mayoritario que la 4T tiene: “No creo que la mayoría del pueblo mexicano despierte pronto del engaño en que el régimen lo ha envuelto”.
No demuestra Krauze —ni nadie podría demostrarlo— que el pueblo de México esté engañado. Demostrable, con estadísticas, sí es la aprobación enorme con que terminó su gobierno el expresidente López Obrador y la aprobación todavía mayor que durante ya bastantes meses ha tenido la presidenta Claudia Sheinbaum.
La esperanza de Enrique Krauze de acabar con la 4T está en que surja un movimiento desde la inmensa minoría capaz de destruir lo que han levantado AMLO y Sheinbaum.
Supongo que el historiador se ve a sí mismo en esa inmensa minoría. Muy probablemente Enrique Krauze incluye en tal estrato político a intelectuales, periodistas y gente de la política como Héctor Aguilar Camín, Denise Dresser, Jorge Castañeda, Ciro Gómez Leyva, Felipe Calderón y Ernesto Zedillo. Todas estas personas jamás mencionan el fraude de 2006. Se engañan —esto sí es demostrable—pensando que al no nombrarlo el gigantesco atraco electoral desaparecerá de la historia.
Si la inmensa minoría mexicana pretende tener éxito en su cruzada contra la mayoría —esta sí verdaderamente inmensa, desde luego— deberá empezar por recuperar la objetividad.
Hubo un fraude electoral en 2006, diseñado y ejecutado para que jamás la izquierda llegara al poder. En el pecado están llevando la penitencia quienes lo operaron —Vicente Fox, Felipe Calderón, los grandes medios, la clase empresarial, los sindicatos—, y también están sufriendo sus consecuencias quienes, desde la prensa y otros espacios intelectuales, han negado el fraude e inclusive lo han aplaudido porque pensaron, como en su momento Jorge Castañeda, que tales trampas habían sido el jaque mate para la izquierda mexicana.
Posdata: Pijotería no es sinónimo de la homofóbica y machista palabra putería. Pijotería significa “dicho desagradable”. Con respeto, aprecio y admiración pediría a Krauze y al resto de la inmensa minoría no olvidar aquel refrán: “Déjate de pijotearías, ponte serio”. Dejémonos, pues, de hacerle al Tío Lolo y reconozcamos que fue una pésima idea de la derecha robarse las elecciones de hace 19 años. No se calculó que la sociedad iba a reaccionar con enojo y se iba a organizar para cambiar absolutamente al viejo sistema político.