Un político tiene algo de actor, algunos mucho de carácter histriónico, pero el caso de Marcelo Ebrard Casaubón es icónico en ese renglón y en otro lugar común entre el mundo del servicio público: el de comer caca teniendo que, no sólo no hacer gestos, sino que al tiempo también, sonreír. Y esto lo constatamos con el video en el que, prodigiosamente, alguien tuvo a bien desempolvar, dónde el hoy Canciller literalmente se burla del hoy Presidente, tildándolo de “sentirse un mesías”, en el marco de un ambiente en dónde sí no tiene que comer inmundicia, que es el ITAM, principal semillero de tecnócratas con el dogma neoliberal tatuado en la mente (con pocas y honrosas excepciones).
Lo anterior, sumado a aquella foto, que al lopezobradorismo aún le sabe a puñalada por la espalda, con el tan cuestionado y entonces presidente Calderón, el día en que se inauguró, la también tan trágica (en todos aspectos) línea 12 del metro de la Ciudad de México, donde también se le podía ver en su medio cómo un pececito en el agua; Ebrard es un muy hábil y eficaz político, pero de eso a que sea sucesor de Andrés Manuel, existe un franco y velado peligro, ya que lo que sucedería es un cambio de rumbo actual de nación y también una vulgar traición a su antecesor, Andrés Manuel López Obrador. Marcelo NO comparte en realidad, más que de manera ladina e hipócrita y en la más vacía retórica, la ideología y las prácticas de honestidad y austeridad republicana, ya en marcha, por no decir del Estado y la recuperación de su papel básico en economía, todavía menos aún, me atrevo a afirmar, de políticas nacionalistas y no entreguistas, propias del neoliberalismo, y no es todo, con el claramente estarían de regreso los tratos fiscales preferenciales y al margen de la ley a un puñado de magnates sin ética, y créanme, una serie más de barbaridades aquí no citadas pero ya también con cierto freno puesto por el actual gobierno.
Ósea que, ojalá el presidente tenga muy en claro su papel en la sucesión presidencial, porque si abusa de su veta maderista, puede repetirse la historia de lo que sucedió con Madero a la postre: que el remedio para el país acabe siendo peor que la enfermedad de la que ya el país ha dado pasos enormes hacia su convalecencia. Y también a los electores mucho ojo, con demonios con disfraz de ovejita.