El conflicto entre la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) y el gobierno de la presidenta Claudia Sheinbaum se encuentra en un punto crucial. La estrategia de la CNTE, basada en la provocación para obtener una respuesta represiva del gobierno, parece destinada al fracaso. Se equivocan quienes piensen lo contrario, pues la ausencia de represión, lejos de ser una debilidad del gobierno, se perfila como la mayor amenaza para el movimiento magisterial.
La narrativa que justificaba las acciones de la CNTE en el pasado, en el contexto de gobiernos autoritarios y con poco respaldo popular como los de De la Madrid, Salinas, Zedillo, Fox, Calderón y Peña Nieto, ya no encuentra eco en la actualidad, pues tenemos en el gobierno a una presidenta que cuenta con el apoyo de un importante número de la población y esto neutraliza la capacidad de la CNTE para sus movilizaciones y generar presión política.
La toma del Aeropuerto Internacional Benito Juárez y los desmanes llevados a cabo el pasado jueves incluso con una reunión previamente acordada con Sheinbaum, nos lleva a suponer que la dirigencia de la CNTE buscaba desestabilizar no solo la Ciudad de México, también a la presidenta, que jamás cedió a lo que a todas luces era un chantaje y forma muy gastada de ejercer presión.
Los zafarranchos protagonizados por la CNTE sin embargo, han dejado una estela de afectaciones para la ciudadanía y la prensa, consecuencias que no pueden ser ignoradas ni minimizadas. Reporteros sufrieron agresiones físicas, ciudadanos quedaron atrapados en medio de las movilizaciones, y miles de viajeros experimentaron la cancelación o el retraso de sus vuelos, generando una sensación generalizada de inseguridad e incertidumbre. Estas acciones, independientemente de las demandas legítimas que la CNTE pueda tener, constituyen una violación de los derechos de quienes no forman parte del conflicto.
La apuesta de la dirigencia de la CNTE por la confrontación directa, buscando la represión como catalizador de su movimiento, está destinada al fracaso. La estrategia se basa en la premisa de que la represión generaría simpatías y apoyo popular, lo cual es improbable en el contexto actual. La falta de respuesta represiva del gobierno, por el contrario, está debilitando la posición de la CNTE.
Las señales de un creciente divorcio entre la dirigencia y las bases de la CNTE son cada vez más evidentes. La falta de resultados y la ausencia de una respuesta gubernamental esperada están minando la confianza en el liderazgo del movimiento. Este distanciamiento interno, sumado a la falta de apoyo popular, augura un futuro incierto para la CNTE.
El gobierno enfrenta el desafío de equilibrar el diálogo con firmeza ante la presión y la violencia. La decisión de Sheinbaum de no ceder a las provocaciones y priorizar la seguridad ciudadana marca un rumbo crucial.
Es momento de que la Coordinadora demuestre su compromiso con la negociación pacífica y abandone el uso de la coacción como herramienta de presión. El diálogo es fundamental, pero sólo será efectivo si se basa en el respeto mutuo y la renuncia a la violencia.
La presidenta no cede ni cederá ante la presión. ¿Se empantana el conflicto? Esperemos que no. Los maestros, y los alumnos, deben estar en las aulas. Ese es, o debería ser, su lugar seguro.