La historia ya la hemos oído muchas veces, pero eso no la hace menos dolorosa y tampoco deja de impactar. Juana Hilda González salió libre tras pasar casi dos décadas en prisión.

La Suprema Corte reconoció lo que muchos decían desde hace años: que todo fue un montaje. Tortura, pruebas falsas, una investigación más torcida que un alambre viejo. Y no fue un caso aislado. Así se mueve un sistema que castiga por encargo y protege por conveniencia.

Isabel Miranda de Wallace se convirtió en un ícono mediático de justicia. Pero más que eso, fue la cara pública de una versión oficial cuidadosamente construida. Con espectaculares, premios y micrófonos a su disposición, impuso su relato. Las pruebas armadas, las denuncias de tortura, las contradicciones... todo se barrió debajo de la alfombra. Porque una vez que el sistema te pone la etiqueta de culpable, ya no hay quien te la quite.

Y ahora, en este 2025 y la reciente elección del poder judicial, el caso revienta como una olla exprés vieja y olvidada. Esa que lleva años fallando, que nadie arregla porque “aguanta”. Hasta que un día explota sin aviso. Eso fue este caso: una explosión que pocos esperaban, pero que se venía cocinando desde hace mucho. Nos recuerda que en México basta con estorbarle al poder —al que sea— para que todo el aparato se te venga encima. No importa si eres inocente, si no tienes cargos, si no hiciste nada. Cuando el Estado te pone en la mira, da igual el nombre del presidente: la maquinaria no cambia, solo se adapta.

Por eso cuesta creer que elegir jueces por voto popular nos hará menos vulnerables. Si ya vimos cómo el sistema se ha usado para fabricar culpables, ¿por qué pensar que ponerlo en manos de elecciones resolverá algo? Parece que solo estamos cambiando el envoltorio. El fondo sigue igual: miedo, control, castigo y más delitos que tienen la prisión preventiva como regla y no como excepción.

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Esto no es solo un tema de quién pone a los jueces. Es el sistema entero. Uno que normaliza la impunidad, que premia la sumisión y castiga a quien se atreve a cuestionar. Mientras eso no se toque de fondo, ningún cambio servirá. La lógica de castigar al que incomoda seguirá operando como si nada.

El caso Wallace no puede ser solo otra raya más al tigre del sistema de justicia mexicano. Es una alerta. Un espejo que nos muestra lo frágiles que somos cuando el Estado decide que estorbamos. Si hace 19 años fue Juana Hilda, hoy debe haber muchos más encerrados injustamente, esperando que alguien los escuche. Y mañana podrías ser tú, o yo. Basta con estar en el lugar y momento equivocados.

La justicia no se arregla con elecciones, sino con verdad. Y mientras esa verdad no llegue, el miedo seguirá marcando la ley en nuestros tribunales. Pero eso si, en México, la justicia no siempre se imparte... pero el show nunca se cancela.