En un país donde las estructuras patriarcales han perpetuado durante demasiado tiempo la impunidad y la injusticia, Teresa Ealy ha decidido romper el silencio. El día de ayer, tras la sesión en la que se instaló la Comisión de Justicia en la Cámara de Diputados, María Teresa quien primero fue activista y que es abogada defensora, alzó la voz en contra de un alto funcionario de la Ciudad de México.
Como víctima que se ha transformado en sobreviviente, su lucha no ha sido fácil. Fueron meses y esfuerzos para que su agresor fuera capturado tras varias órdenes de aprehensión evadidas. Aun así, ella confió en las autoridades, sin embargo, ni la lucha por las mujeres, ni la precisión en derecho y que la ley le diera la razón fueron elementos suficientes para que su agresor se quedara en prisión. Encima de eso, como tantas víctimas, Teresa Ealy vivió un nivel de violencia institucional que raya en el acoso.
Solo que hoy en día como diputada, así como ayer lo hizo, demuestra que callar nunca fue una opción. La dignidad no vale el costo que le ha marcado la política y aunque en próximos días, en su propia voz podremos escuchar los abusos que sufrió, es un hecho que la manera en que está resistiendo merece nuestra atención. Su historia, como la de tantas otras mujeres, no es simplemente la de alguien que sufrió violencia, sino la de alguien que ha encontrado en esa experiencia la fuerza para alzar la voz, defender los derechos de las demás y exigir justicia. Sin embargo, la hoy diputada es el ejemplo vivo sobre la violencia judicial sistemática, sobre la manera en que las dinámicas de poder oprimen doblemente a las mujeres.
El 10 de octubre de 2024, Ealy elevó un mensaje contundente: ya no más simulaciones de justicia, ya no más autoridades que fingen empatía pero se benefician de la corrupción. En su denuncia, señala con claridad la responsabilidad de Rafael Guerra, presidente del Tribunal Superior de Justicia de la Ciudad de México, quien, en lugar de representar los intereses de las víctimas de violencia de género, ha actuado con omisiones y favoritismos hacia quienes pagan por la justicia.
La valentía de Teresa Ealy no se limita a denunciar estas fallas institucionales, sino que demuestra la vulnerabilidad que enfrentan las mujeres jóvenes en la política. Como lo expone en su declaración, las mujeres que buscan justicia no deberían enfrentarse a la indiferencia, a fallos comprados o a decisiones plagadas de corrupción. No se trata solo de su historia, sino de la realidad de muchas mujeres que son ignoradas y relegadas por un sistema que prioriza el interés personal sobre la protección de los derechos humanos.
Teresa Ealy ha logrado lo que muchas no pueden: convertir su experiencia de víctima en una plataforma para el cambio. Su discurso no es el de una mujer que se resigna a las injusticias del sistema, sino el de una diputada y activista que está dispuesta a hacer todo lo que sea necesario para limpiar un sistema judicial viciado. Para Ealy, no hay vuelta atrás. El miedo ha cambiado de bando.
Hoy, Teresa alza la voz por todas aquellas mujeres que, como ella, han sentido la frustración y la desesperanza de enfrentarse a instituciones que no responden a sus necesidades. Su compromiso, como ella misma declara, es luchar hasta el final por un México donde la justicia no sea un privilegio, sino un derecho accesible para todas, donde la dignidad y la libertad no sean negociables. Solo que hay una gran diferencia: existe un movimiento completo que comienza a cuestionar las promesas, uno grande que abraza a las víctimas, a Teresa Ealy, a Cynthia Bravo, a Dulce Gómez, a Camila de la Ley Camila y a todas las que no han logrado obtener justicia. El país es de las que luchan. Lo demostró la presidenta Claudia Sheinbaum y hoy ha quedado algo claro, que no debe olvidarse frente a la reforma judicial ni ante la Suprema Corte: no hay espacio para agresores. Ni un solo agresor en el poder.