Crecer en los ochentas y noventas es algo totalmente diferente a lo que es crecer ahora. Los núcleos familiares tenían una dinámica diferente y los medios de comunicación eran menos intrusivos de lo que son ahora. De la generación X para atrás y tal vez algunos milenials tuvieron la experiencia de crecer en la privacidad del hogar y con pocos estímulos externos

Haciendo un poco de memoria, los momentos claves para estar informado eran, en la mañana con el periódico y el noticiero matutino, camino al trabajo por el radio, de regreso a casa en el noticiero de la noche y fin de la historia. No éramos una sociedad tan llena de información del mundo y mucho menos información continua de los demás. 

Las personas están en constante comunicación y solo en pocos minutos uno se puede enterar de lo que pasa en la familia, lo que pasa en el trabajo, con el grupo de amigos de la universidad y con los vecinos. Antes para esto tendría que haber una llamada análoga o una reunión para conocer todos los detalles. Se podría decir que para poderse concentrar solo había que dejar descolgado el teléfono y llegaba la paz y el aislamiento. 

Ahora los niños reciben miles de estímulos más de los que recibíamos los mas viejos cuando éramos niños. No podemos dejar los problemas de la escuela en la escuela y prácticamente no ha tiempo que la familia pueda hacer algo para reflexionar sobre lo que pasa en la vida de los niños porque antes de esto algún padre o madre de familia ya te llego con el chisme. 

Para poder lidiar con todo esto, sin volvernos locos, la salud mental tiene que dejar de ser un tabú para convertirse en una parte del desarrollo personal de todos. No podemos vivir con el “yo pase por lo mismo, ya madurarás” de la abuela pues ahora hay muchas voces involucradas. 

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El problema de esto es identificar cuando es el momento adecuado para recibir este tipo de terapias e involucrase más en el desarrollo total de los niños. También hay que aceptar cuando los padres necesitan también una revisión psicológica para entender temas que muy probablemente no saben que tienen y trabajar en ser mejores padres.

¿Dónde se tiene que romper el tabú? En aceptar que las terapias para cualquier individuo no significan que tienen algo mal o que están locos. Estas terapias van más por el lado de reconocer que se requieren apoyos para poder crecer en una sociedad tan dinámica como la de hoy. También hay que entender que no todo se cura con una pastilla o que un diagnóstico sin seguimiento.

Otra cosa que se tiene que romper es pensar que uno mismo no tiene nada y que son los demás los que están mal. Seguramente en su familia, en su círculo cercano y en las personas con las que convive (aunque no quiera hacerlo) hay alguien que no acepta que tiene algo que arreglar en su salud mental o en la de un miembro de la familia

Es más difícil cuando son los niños, es difícil aceptar que un niño puede tener un comportamiento que pensamos que fue adquirido cuando este se está desarrollando por el mismo niño.  Como ejemplo están los papás de los niños que piensan que sus hijos tienen un mal comportamiento porque se juntan con otro niño que los tiene. “Mi hijo pega porque se junta con un niño que pega”, la típica manera de enmascarar un problema que puede tener un fondo diferente. Si esto fuera cierto, si este niño se juntará con los niños que se portan bien, este se portaría bien de inmediato, ¿no cree?

No sobra encontrar un especialista en salud mental para darse una revisada como si fuera un check up de salud anual. Puede que le digan que todo está bien o que requiere tal o cual cosa. La dinámica del mundo actual ya es complicada, tener a alguien que nos ayude a enfocar no nos hace débiles sino más fuertes y con más claridad. 

Ahí está el chiste de una persona que está oyendo el reporte vial y le dicen, hay un loco conduciendo en contra por Avenida Universidad, y él se dice así mismo “¿Un loco?, ¡hay un chingo!”. No podemos pensar que todos son malos y nosotros somos los buenos, así no jala el mundo.

¡Ánimo!