Entre todo el universo de posibilidades que se presentaron en la boleta, ninguna opción era tan genuina, tan merecida y con tanto corazón como Claudia Sheinbaum Pardo.
El relato construido por Andrés Manuel López Obrador elevó la visión masiva de un pueblo olvidado que se convirtió en protagonista dignificado de su propia historia. Un pueblo vestido de dignidad al que le importa mucho más el triunfo simbólico de uno de los suyos que los errores acumulados.
No se trata de una gestión más, sino del triunfo masivo de una masa integrada por miles de individuos que se sintieron vistos y escuchados. La de Claudia promete ser la de las individuas. Una revolución prometida. Un adeudo acumulado que tan solo desde la izquierda puede comprenderse, pues las mujeres de la derecha siempre tuvieron el acceso privilegiado al poder mediante sus parejas.
López Obrador es el liderazgo más importante de los últimos 100 años y entre todo, lo hizo con el corazón. Durante la entrega-recepción de las Fuerzas Armadas, el nuevo general secretario Ricardo Trevilla Trejo prometió aumentar el sueldo para los elementos del ejército y ahora, Guardia Nacional, así como consolidar a “las fuerzas armadas permanentes”.
La tremenda paradoja da escalofríos. ¿Qué es aquello que no podemos ver, que convenció al presidente un abrazo tan profundo al ejército? Aquella permanencia hoy prometida, ayer tenía carácter excepcional y temporal. ¿Qué cambió? ¿Por qué no se trata de una medida definida? ¿Cuánto tiempo significa permanente y qué tan permanente es un régimen con esas características?
El de Claudia no es un reto menor: En los primeros segundos de mandato, habrá de atender y resolver la crisis del golpeado puerto de Acapulco. Abrirá las fauces presupuestales de la continuidad y el esfuerzo de las promesas. Tiene al equipo más eficiente y al mismo tiempo, el hueco más grande por llenar. Ese de quienes aman y respetan a López Obrador.
Las intestinas luchas internas de Morena no permitirán que desde aquel espacio se construyan las carreras y rotaciones de la política interna. De hecho, tan solo en el relevo generacional reside la esperanza de que la decencia se logre sobreponer a la ambición.
La primera presidenta es aún más sensible y más brillante, más científica, más de izquierda, más feminista, más auténtica. La mujer que ejemplifica la fortaleza y el alcance de todas. La que ha reivindicado nuestra naturaleza a la que le fue negado el poder, demostrando que a la mujer le viene bien la ciencia, la física, la energía, la matemática, la política, la generosidad y la cercanía. Un cocktail que comienza fuerte y con pasos gigantes los zapatos que en algún momento, alguna o algún sucesor deberá llenar.
Hace 6 años, se decía que Claudia Sheinbaum sería la primera presidenta. No era una imposición sino una estafeta en la que se convenció a 36 millones acerca de su honestidad e idoneidad. López Obrador dejó todos los legados posibles: llegó el pueblo organizado, llegó la primera transición de grupo por la vía pacífica, llegó una mujer al poder y llegaron los terremotos a cimbrar poderes y estructuras anquilosadas advirtiendo una rotación profunda.
También llegaron las carencias y los tropiezos administrativos. La incertidumbre por la elección popular de la reforma judicial. La falta de certeza sobre el amparo, la duda sobre el Estado de Derecho y un desprecio profundo hacia las y los abogados. El abandono a las mujeres, el hastío de las víctimas. Las carencias de los yaquis, el desplazamiento de los tzotziles en Chiapas, la negación de la dignidad y legitimidad a los zapatistas. Un vacío para los poderes que disputaban las nuevas utopías. Una historia y un relato escrito por un vencedor que venció hasta en sus propios ideales. Un vencedor que le venció al anti militarista. Un vencedor que le venció al activista. Un vencedor amoroso que le venció al amor de una república prometida, hoy en llamas.
Venció a la democracia joven, instaló la democracia popular. La del culto a la personalidad, la que se inspirará en él y ojalá que lo haga en su sencillez, desprendimiento y amor a quienes no visten de Chanel. Venció al México de los periódicos y la realidad crítica, instalando en su lugar al México de las mañaneras, profundamente militante y desconfiado de los medios de comunicación tradicionales. Venció una forma de libertad que se asfixia a sí misma y venció la dicotomía del ex presidente que, al terminar su mandato, deja de ser adorado. Conquistó la reivindicación digna y las luchas, las renuncias conscientes a las libertades a cambio de todo y de nada. Se robó los corazones desde una palestra en la que solían robarse los recursos. Conquistó inclusive, a los insurrectos de la izquierda que acumulaban corrientes que ahora se visten de institucionalidad y confianza a una sola versión nunca cuestionada. La pregunta será si la continuidad es suficiente para avanzar en el camino obradorista o si su innovación romperá a las máximas de López Obrador que en algún momento fueron anti científicas. Ganamos todas.