Es bien sabido que el espíritu santo ha establecido solo cuatro requisitos fundamentales para que alguien sea electo papa:
- Ser varón.
- Tener más de 60 años de edad.
- Estar soltero para garantizar un mínimo de cumplimiento al voto de castidad.
- Haber sido bautizado.
- Estar en pleno uso de razón.
Donald Trump, quien ya se aburrió en La Casa Blanca y quiere ser el nuevo papa, cumple o puede cumplir fácilmente con los anteriores requisitos:
- Es no solo varón, sino macho entre los machos del país más macho del mundo, Estados Unidos.
- Tiene más de 60 años de edad.
- Seguramente está bautizado, ya que en su religión actual, el cristianismo no denominacional, se practica el bautismo. Si no fuera suficiente con lo anterior, podría en unos pocos minutos bautizarse como lo ordenase la tradición católica.
- El presidente de Estados Unidos está casado…, pero no para la religión católica: contrajo matrimonio con la elegante eslovena Melanija Knavs en la iglesia episcopal Bethesda-by-the-Sea. Así que la gente experta en derecho canónico podría fácilmente interpretar que su matrimonio es inválido y, por lo tanto, que cumple con la formalidad del celibato.
- El requisito más complicado para Donald Trump es el de “estar en pleno uso de razón”. Hará falta mucha ayuda del espíritu santo para aceptar que el gobernante estadounidense cumple con tal condición.
No se necesita ser cardenal y ni siquiera haber sido ordenado sacerdote para ser electo sumo pontífice. De hecho, Gregorio X no era sacerdote cuando lo eligieron papa en 1271. Como su elección fue dificilísima —el proceso duró tres años— ya en el cago de vicario de Cristo cambió algunas reglas electorales; exigió, por ejemplo, que los cardenales debían aislarse para elegir a un nuevo papa. Pero no estableció la obligación de ser sacerdote.
Gregorio X —nacido como Teobaldo Visconti— tuvo la idea de aislar a los cardenales electores para que la ausencia de presiones externas les permitiera “escuchar la voz del Espíritu Santo y tomar una buena decisión inspirados por él”, como dijo a BBC Mundo el especialista Alejandro Rodríguez de la Peña, catedrático de Historia Medieval en la Universidad CEU San Pablo de Madrid.
Es un hecho que el espíritu santo no siempre aparece en la elección de un nuevo papa. Lo reconoció un pontífice particularmente sabio, Joseph Alois Ratzinger, Benedicto XVI: “Hay muchos papas que el espíritu santo probablemente no habría elegido”.
Esperemos que en el cónclave que pronto comenzará el espíritu santo sí guíe a los cardenales para elegir a la persona más adecuada en términos de asegurar que no se romperá el sistema de cooperación entre las naciones, llamado libre comercio, el único que puede garantizar que no contaminarán a toda la humanidad los conflictos bélicos de la actualidad.
Ese único papa con capacidad para eliminar los riesgos que hoy en día enfrenta el libre comercio es Donald Trump. Lo dijo bien hace unos días el diario Reforma en su columna Templo Mayor:
- “El mandatario norteamericano aseguró que le gustaría ser... ¡el nuevo papa!”.
- “Pensándolo bien, la idea no es tan descabellada. Si Trump se convierte en el jefe del Estado vaticano, ¿qué daño podría causar gobernando un territorio de 44 hectáreas, menos de medio kilómetro cuadrado? Aun y cuando impusiera aranceles a las bendiciones, no causaría los destrozos que está provocando en la economía mundial".
- “Claro que, muy probablemente, convertiría la santa sede en un resort de lujo con letras doradas en la entrada; y la Capilla Sixtina sería uno de los restaurantes más fancy del mundo. Piénsenlo. Preferible tener a Trump cerca del Señor, a que él tenga al mundo con el Jesús en la boca”.
Frente al beneficio para la economía mundial de alejar a Trump de la presidencia de Estados Unidos, sería un daño menor que el Vaticano fuera un complejo turístico de gran lujo. En una de esas abarata sus tarifas en temporada baja para que podamos visitarlo.
¿Qué nombre utilizaría el papa Trump? Como le gusta ser original desecharía los más utilizados en la historia del papado, Juan, Gregorio, Benedicto y Clemente. Así que recurriría a alguno de los que se han utilizado una sola vez.
El nombre papal más adecuado para el presidente de Estados Unidos sería el de Cayo —Caius o Gaius, en latín; Caio, en italiano; Cajus, en alemán; Caïus, en francés; Γάιος (Gáios), en griego; Caius, en inglés—.
A Trump le encantaría ser el papa Cayo II. No sería el primero porque hubo otro, Cayo I, electo pontífice en el año 283. Pero al estadunidense no le importaría porque el nombre Cayo recuerda a Julio César, Gaius Iulius Caesar, el más poderoso emperador romano.
Al resto de la humanidad también le encantaría que Cayo fuera el nombre del papa Trump, ya que uno de los significados de la palabra cayo es hurraca. Como anillo al dedo para el primer papa nacido en Estados Unidos.