“Definición de un economista: es un experto que mañana sabrá explicar por qué las cosas que predijo ayer no han sucedido hoy”, Laurence J. Peter.
Laurence J. Peter era un pedagogo que tenía una opinión sarcástica sobre los economistas. El gran economista John Kenneth Galbraith en forma análoga hizo el siguiente señalamiento: “La única función de la predicción económica es hacer que la astrología parezca algo más respetable”.
Las aportaciones de Galbraith son innegables y es un referente en el análisis del equilibrio social; puso especial énfasis en la política económica, centrando su análisis en el tipo de bienes públicos que se requieren para servir y hacer avanzar a las comunidades. Consciente de las imperfecciones del capitalismo, alertó sobre el poder de las grandes corporaciones estadounidenses y con ello, desmitificó la idea del libre mercado como rector de la dinámica económica.
Las relaciones estrechas e inconfesables entre los gobiernos y las grandes corporaciones económicas también distorsionan los alcances de la política económica porque sólo posibilitan acumular riquezas y fortunas, ahondando las diferencias entre las elites y las clases sociales. Se debe actuar contra esos lazos perversos y justo, por eso, para Galbraith debe prevalecer en los gobiernos el imperativo de promover el bienestar de las mayorías con la instrumentación de programas sociales y de estrategias concretas que posibiliten una mejor redistribución de la riqueza.
Galbraith también escribió sobre diferentes mitos económicos y de la doble moral en el que se desarrollan las sociedades capitalistas: lo que es bueno para los pobres, no es bueno para los ricos; cuando en realidad los pobres deberían de trabajar menos, tener más ingresos y disfrutar más del ocio.
El equilibrio social depende, entonces, de la capacidad de disociar el poder económico del poder político y de ampliar la provisión de bienes y servicios públicos hacia las clases sociales menos favorecidas; también radicaría en una mejor conjugación entre los tiempos de trabajo y los tiempos de ocio, lo que consecuentemente requeriría de sociedades ascendentemente productivas. En Galbraith existía una profunda preocupación social y la trasladó al papel que juegan los economistas: “Hay dos clases de economistas; los que quieren hacer más ricos a los ricos y los que queremos hacer menos pobres a los pobres”.
¿Debería servir la ciencia económica únicamente para hacer predicciones? El martes de esta semana en la conferencia del pueblo se le preguntó a la presidenta del país sobre lo que opinaba con respecto al pronóstico de la OCDE de que la economía mexicana podría caer 1.3% en 2025 (el organismo también pronosticó un decaimiento de 0.6% para 2026). Claudia Sheinbaum en forma inteligente contestó que ojalá y también la OCDE dijera lo que se tendría que hacer para evitar este escenario contractivo.



La respuesta a algunos les pareció indebida, pero ninguna ciencia podría carecer de un marco lógico, es decir, se analizan los problemas para encontrar alternativas de solución. Cuando alguien acude a un médico no busca sólo el pronóstico, también busca la receta para superar la enfermedad o para mitigar la afección, sobre todo cuando hay dolor. Sheinbaum como científica sabe que el diagnóstico y las mediciones deben servir para instrumentar medidas de corrección; de qué nos serviría contar con estaciones de monitoreo para medir la concentración de gases o la existencia de partículas contaminantes en el aire si después no se hiciera nada. Todo análisis y toda investigación debe tener un propósito loable. ¿Quién no quiere, por ejemplo, tener un medio ambiente sano: limpio, saludable y sostenible?
Otros pueden decir que el análisis de la OCDE es realista porque claramente establece que su pronóstico está sustentado en los efectos de la política arancelaria de Trump. Siempre quedará la duda de por qué la economía va a caer en 1.3% y no en otro porcentaje, pero lo importante es que se trata de una causa exógena. Siendo así, se cree que no se podría encontrar algún mecanismo de solución; es decir, se concluye que todo va a depender de la compasión de Trump.
Los adversarios quisieran ver de rodillas a nuestra presidenta, pero es evidente que eso no va a suceder. Ella sabe que su dignidad es también la dignidad de nuestra nación y que cuenta con el respaldo popular; además su templanza ha sido valiosa para contener el injerencismo de Trump. La mayoría de los mexicanos nos sentimos orgullosos de que con un “timing” envidiable haya encontrado la mejor forma para defender nuestra soberanía y amortiguar los efectos venenosos de la lengua bífida de Trump. Sí, cabeza fría y nada de actitudes deplorables (zalameras o serviles) como las de Milei o las de Trudeau, quien, por cierto, ya no es el primer ministro de Canadá.
La razón epistemológica debe llevar a encontrar las mejores soluciones considerando el peor de los escenarios; es decir, desde ahora debemos de pensar en una economía que padece de aranceles, aun cuando tengamos que esperar hasta el 2 de abril para verificar si el presidente de Estados Unidos cumple o no con sus amenazas.
La economía no debería ser como un casino, en donde todo se deje al azar; menos como un remedo de ciencia, que niega a priori todo ejercicio metodológico para encontrar soluciones razonables. No nos podemos cruzar de brazos, se gobierna para conducir a una nación, más cuando se afrontan adversidades y calamidades; de hecho, esa es la razón sustantiva de la política económica. Debemos ocupar todo el tiempo en diseñar estrategias para reorientar nuestra economía, se trata, sí, de mitigar daños, pero sustantivamente de encontrar nichos o espacios de oportunidad en medio de la inestabilidad que ya está generando (más declarativamente) el proteccionismo estadounidense.
Este episodio histórico no es el más difícil que ha afrontado el país y aunque parezca paradójico han sido en las grandes crisis globales cuando se han encontrado las fórmulas económicas de largo aliento. El desarrollo estabilizador en los años cincuenta y sesenta sólo fue una natural secuela de lo que se vivió en los períodos inmediatos (previos y posteriores) a la Segunda Guerra Mundial, sobre todo en materia de sustitución de importaciones. Podríamos, incluso, sopesar que este es el mejor momento para darle un nuevo rumbo a nuestra economía, considerando lo siguiente:
- Es cierto que desde hace cuatro décadas adoptamos un modelo exportador, pero el balance comercial de bienes y servicios - por ser apenas positivo - poco contribuye a consolidar y ampliar nuestro PIB.
- Lo es también que el 25% de nuestros bienes y servicios los exportamos a Estados Unidos, pero su efecto multiplicador es reducido; desde hace más de 20 años la economía mexicana ha registrado un crecimiento promedio anual mediocre, de apenas 2%.
- Las exportaciones participan con 25% de la demanda global, pero no deja de ser cierto que las empresa domésticas enfocadas al mercado interno tienen una alta contribución en la generación del PIB.
- No podemos dejar de pensar que en un entorno comercial restrictivo la oferta global debe servir ante todo para satisfacer nuestras necesidades de consumo y de inversión; sin dejar de pensar en aspectos nodales relacionados con la proveeduría y la integración de cadenas de valor tendientes a ampliar la eficiencia de nuestros procesos productivos.
- Debemos pensar que tenemos la capacidad de innovar y de sustituir, lo que implica tenerle más confianza a nuestros recursos humanos e impulsar los procesos de investigación y desarrollo.
- A diferencia de Estados Unidos, en lugar de encerrarnos, debemos mantener nuestra economía abierta, no sólo para hacer posible el nearshoring, sino para recibir los beneficios en precios y calidad de los bienes y servicios, así como en materia de transferencia tecnológica que trae consigo el intercambio comercial con el resto del mundo.
- No podemos ir en contra de nuestra propia geografía y México con el Corredor Interoceánico tiene que ser un puente comercial entre Occidente y Oriente, tal como se concibió desde el siglo XIX; dándole también el mérito al expresidente López Obrador, quien retomó este proyecto que estaba en el olvido.
Hay economistas que siguen pensando en el pasado e insisten en proyectos que no se llevaron a cabo y que le pudieron imprimir un alto crecimiento a la economía, como el Aeropuerto de Texcoco. Otros que creen que la austeridad fiscal y la política monetaria restrictiva nos llevarán a una recesión técnica. Hacen oídos sordos a lo que plantea Sheinbaum y les parece que lo que dice no basta, a pesar de que se sustenta en una estrategia viable:
- Crecer de abajo hacia arriba, fortaleciendo el ingreso y el consumo disponible mediante la ampliación de la tasa y la masa salariales y los apoyos sociales a millones de mexicanos.
- Fortalecer los ingresos propios del Estado con métodos recaudatorios más eficientes y aprovechando todos los nichos de oportunidad que tiene el espacio fiscal.
- Ampliar la inversión pública en actividades y ramas con amplios efectos multiplicadores, como la infraestructura y la construcción de vivienda; sin perder el objetivo de encontrar una mejor posición fiscal y sin recurrir a más deuda.
- Consolidar la integración de las empresas y de los empresarios privados al plan de inversiones del país (Plan México), además de mantener una gestión activa en la cartera de posibles inversiones nacionales y foráneas; sin dejar de mencionar la eliminación de trámites burocráticos que desalientan y ralentizan los proyectos de inversión.
Galbraith afirmaba que algunos economistas y medios dedicados a la economía y a las finanzas sentían predilección por los ricos y repudiaban a los gobiernos preocupados por los pobres. Hay aspectos tendenciosos que le dan la razón: ayer, por ejemplo, algunos periódicos anunciaban casi con bombo y platillos un desplome del peso mexicano. Da risa cuando al corroborar tal noticia uno se da cuenta que el tipo de cambio se ubicaba en 20.05 pesos por dólar; es decir, apenas 0.08 centavos por arriba del cierre anterior. ¿Cuál será la intención de generar confusión?
La tendencia conservadora de ciertos medios no tiene límite: le dan aliento a los pronósticos sombríos, pero hacen de lado que México es una economía resiliente por su estabilidad macroeconómica y cambiaría y por el monto histórico de sus reservas internacionales; además de que no se podría declarar una recesión técnica cuando se tiene una tasa de desempleo de 2.5%, la segunda más baja del orbe. A diferencia de ello, a las agencias, como Bloomberg, parecen poco importarles que las políticas de shock, disfrazadas de libertarias, pongan en riesgo la paz social de la Argentina, con un gobierno que victimiza a sus viejos, que drena sus reservas internacionales y contrata más deuda no para ampliar su infraestructura productiva, sino para mantener un tipo de cambio ficticio, que sirve como ancla de una inflación que podría ser aún más desorbitante. Comparan a partir de su ideología y hasta se atreven a decir que el país sudamericano es más seguro para las inversiones que México. Vaya broma.