Las declaraciones de Jonathan Heath, subgobernador del Banco de México, siempre tienen un gran impacto en la opinión de los analistas y economistas del país. El 12 de julio del presente año, ante la sorprendente apreciación del peso mexicano, que ahora ronda en 17 pesos por dólar, hizo los siguientes comentarios:
- Que la fortaleza del peso, no se debe principalmente al margen de tasas entre México y Estados Unidos. Debe recordarse que la tasa de Interés interbancaria en México a un día es de 11.25%, en tanto que la tasa de interés de referencia a un día de Estados Unidos mantiene una horquilla de 5 a 5.25%; es decir se tiene un diferencial a nuestro favor de 6 o de 6.25 puntos porcentuales.
- Que el principal factor a favor de nuestra moneda ha sido la llegada de más dólares, añadiendo que ello se debe “a cambios en los usos y fuentes de divisas (y) que las fuentes… vienen de las remesas (y del) superávit turístico, (es decir) que ahora ya no viene de los grandes flujos de capital en la inversión extranjera de portafolios, que antes era fundamental…”
Al poner especial énfasis en las remesas, que para 2023 se estiman en 60 mil millones de dólares, se ha desatado un buen debate. Hay quien piensa que el presidente López Obrador ha tenido suerte, porque el crecimiento en las remesas y, por lo tanto, el fortalecimiento del tipo de cambio se debe simplemente a una causa exógena: al incremento de los ingresos de los migrantes. Esta apreciación que parece incuestionable no deja de ser un lugar común, porque sólo se deriva de una relación causa-efecto.
Lo interesante es analizar por qué fluyen las remesas al país; esto es, si existen las condiciones económicas que lo propician. Lo primero que habría que evaluar son las características especificas por las que se remiten remesas y romper algunos hitos que datan del siglo pasado, porque ha habido cambios trascendentes.
Se piensa que los migrantes envían divisas sólo para satisfacer las necesidades básicas de sus familias en México. Si bien esto puede ser parcialmente cierto, no resulta suficiente para explicar el incremento significativo en los últimos años; es decir, si las remesas sólo sirvieran para satisfacer las necesidades básicas del consumo de las familias residentes en el país, tanto su tamaño como su impacto económico serían muy pobres.
Hay que recordar con respecto a los bienes básicos dos de sus condiciones significativas: 1) que su consumo no suele decaer en el tiempo, ni aun en periodos de crisis y 2) que cuanto más necesario sea un bien, menor elasticidad precio tendrá; es decir, los consumidores tratarán de comprar el bien con poca sensibilidad al precio. Estaríamos hablando entonces de un mercado extremadamente estrecho, que requiere de un poco caudal de recursos porque de cualquier forma las necesidades de consumo tienden naturalmente a satisfacerse.
El flujo aumentaría si, además, preponderantemente, estos ingresos de divisas sirvieran para satisfacer la demanda de bienes distintos a los básicos (bienes de consumo duradero), los requerimientos de distracción y de ocio y si se utilizaran para ampliar el patrimonio de los migrantes y de sus familias en México, mediante la adquisición de activos físicos y financieros. De ahí se desprende que las remesas además de ampliar los mercados locales y regionales se transforman en reservas de valor, esto es, en activos físicos o financieros que suelen preservar su valor a lo largo del tiempo y que son un “colchón” para protegerse de fenómenos como la inflación, la pérdida del poder adquisitivo o fenómenos adversos como el desempleo.
Es importante también desechar la idea de que los migrantes y sus familias no tienen un dejo de cultura financiera. La bancarización o la adquisición de activos financieros es cada vez más frecuente como el medio más seguro para intercambiar divisas, ahorrar y obtener rendimientos adicionales al esfuerzo productivo de quien remite remesas. No es del todo cierto, pues, que los receptores de remesas acudan generalmente con especuladores a cambiar dólares por pesos al tipo de cambio que sea, enfrentando pérdidas incuantificables.
En el ámbito cultural, no debe hacerse a un lado dos aspectos significativos: 1) que la mayor parte de la emigración, alrededor de 50%, hacia Estados Unidos son jóvenes de entre 20 y 29 años; y 2) que cerca de 60% de los migrantes, a partir de 2008, han salido de centros urbanos (Encuesta de Migración en la Frontera Norte de México). Esto es, se trata de una población más sensible a los acontecimientos financieros y con objetivos precisos en torno a la acumulación de valores y de riquezas.
También actúa el factor previsión ante la incertidumbre que genera la pérdida de empleos o las deportaciones masivas. Todo el tiempo los migrantes y sus familias revisan el tipo de cambio y saben que la apreciación del tipo de cambio va en contra de sus intereses; pese a ello, ante los riesgos que les podrían ser adversos en Estados Unidos, optan por ampliar sus depósitos de valor en México.
El gobierno mexicano, ante todas estas circunstancias que le favorecen, lo menos que puede hacer es facilitar las transacciones financieras que provienen de las remesas. Los esfuerzos se han dirigido a ampliar la infraestructura física, las telecomunicaciones y la conectividad digital, así como la de ofrecer mayores y mejores servicios financieros, disminuyendo costos de operación y de transacción, tanto en las poblaciones urbanas como en las cabeceras municipales y en las comunidades rurales receptoras de divisas. La mayor presencia de sucursales bancarias y de casas de cambio en las cabeceras de los municipios y en áreas rurales se debe a la potencialidad de hacer más negocios. Aun así, queda mucho por hacer en materia de infraestructura y conectividad.
En el incremento de remesas pueden existir más causas, pero lo que hay que preguntarse es si esto se daría en una economía en donde lo predominante fuese la subsistencia, la hiperinflación, o, el desequilibrio fiscal y con requerimientos crecientes de deuda para cubrir la insuficiencia de recursos para el desarrollo; o, en un país en donde no existiese un tipo de cambio flexible o que amenazase frecuentemente con impagos de deuda o con la incautación de divisas. ¿Se incrementan en forma significativa las remesas en los países subsaharianos, en Afganistán, o incluso, en Argentina?
Si - como lo hemos dicho - los flujos de divisas en México responden a que las familias buscan un mejor balance financiero y ampliar su patrimonio, entonces, las condiciones macroeconómicas juegan un papel preponderante. Toda economía y las transacciones que de ella se derivan, tienen su razón en la confianza que se tenga en el país; así entre más confianza mejores resultados económicos. Por el contrario, cuando se tiene plena desconfianza lo que se deriva es el desastre económico. Esto último ya ha pasado en México.
Parece increíble que muchos analistas y economistas sólo hablen de suerte cuando hacen referencia al fortalecimiento del peso. Eso sí, por su animadversión hacia el presidente López Obrador, les daba gusto cuando en 2019 las empresas calificadoras rebajaban su calificación y como buitres pronosticaban que pronto se llegaría al grado basura, lo que vaciaría las arcas financieras y deprimiría las fuentes de divisas (entre ellas las remesas); además de que ello llevaría a la imposibilidad de contratar deuda o de contratarla con elevadísimos costos financieros.
No se vale ahora que desechen las calificaciones de esas agencias calificadoras que explican en buena medida el fortalecimiento de nuestro peso. Durante el presente año cuatro de ellas (HR Rating, Kroll Bond Rating, DBRS Morningstar y Fitch Ratings) han mantenido la calificación crediticia del país con perspectivas de estable, considerando la existencia de una política macroeconómica prudente, la buena situación de las cuentas externas, la existencia de una sólida política fiscal y el adecuado manejo de la deuda pública; además de la existencia de reservas internacionales y de una línea flexible de crédito con el FMI que suman 251 mil millones de dólares.
No hay lugar a envidias ni a ningún otro tipo de fobias, en estos cuatro años se ha consolidado la posición fiscal y financiera de México. Pasamos por un buen momento y pocos dudan de que continuemos en una trayectoria ascendente en materia de flujos de inversión y de captación de divisas. ¡Claro que los migrantes confían en México y en el buen funcionamiento de su economía!