Jacques Marie Émile Lacan, más conocido como Jacques Lacan, fue un psiquiatra y psicoanalista francés conocido por los aportes teóricos y terapéuticos que hizo al psicoanálisis, sobre la base de la experiencia, el cual combinaba con otras disciplinas como la filosofía. Adhirió a la corriente del estructuralismo, que analiza estructuras, conjuntos de factores articulados que generan dispositivos que conforman entidad objetiva, y que para ser modificados deben ser transformados como conjunto, no estudia hechos circunstanciales o llenos de subjetividad.
Disertando sobre el “miedo” sus seguidores han afirmado: “La psicología se ha ocupado de buscar explicaciones a esta emoción perturbadora que alguna vez ha tenido que ver con el comportamiento de todos los humanos. Para la tradición lacaniana del psicoanálisis, la neurosis es el miedo. A la pregunta sobre qué empuja a la gente a pedir ayuda, Lacan responde que es “el miedo; cuando no comprende (la gente) lo que sucede, tiene miedo, sufre por no comprender y poco a poco cae en la angustia”.
Luego añaden: que la angustia “es algo que se sitúa más allá de nuestro cuerpo, un miedo pero de nada, que el cuerpo –el espíritu incluido– puede motivar. En suma, el miedo del miedo”. Desde este punto de vista, el miedo implica una posición subjetiva en tanto la angustia denota una entrada en la subjetividad por la puerta del sufrimiento. Es decir, en otros términos, un mecanismo de desestabilización de las personas, de perturbación de su estado emocional, de impulso a un estatus de pérdida de la tranquilidad. En la lucha política, agitar la idea del miedo, “vivimos con miedo”, es un recurso de guerra psicológica cuyo propósito fundamental es alterar las certezas e identidades que las personas tienen en términos de su percepción social y política, por ello es un recurso fascistoide, propio de dictaduras y regímenes de fuerza, nunca de grupos democráticos que combaten por el poder público.
El uso de la idea del miedo dentro de una estrategia de guerra electoral sucia mediante propaganda negra, trata de posicionarse como idea rectora dentro de las relaciones socio-políticas y del imaginario popular que la candidata de la alianza transnacional de derecha, Xóchitl Gálvez, desea sea percibida por los electores como, sensación primaria de su situación actual como ciudadanos. Que el miedo sea lo dominante en la coyuntura electoral. Pasa así a ser un elemento constitutivo poderoso de la percepción social. En muchos casos o casi siempre, la percepción social es la realidad social de cada quien o de un colectivo.
El miedo se constituye así en un operador de la conciencia común y ofrece “territorios del poder” para quienes agitan esta idea, influencia que antes no tenían, la cual busca el control y la contención del deseo de la transformación nacional de los ciudadanos y las fuerzas que lo promueven, cambian y articulan su ideario político en una modalidad más de la guerra electora, la guerra psicológica, sin normatividades rectoras acatables por los contendientes. Es un recurso desde la ilegalidad, propio de las dictaduras.
Tratan de imponer con esa idea y todas las acciones fuera de la ley en que transcurre su estrategia (una guerra sucia a base de propaganda negra, es en esencia, una guerra ilegal por el poder), como una especie de “Estado de excepción electoral”. Esto no tiene nada que ver con la llamada “campaña de contrastes”, que enfatiza las diferencias ideológicas y programáticas sobre distintos temas entre dos o más adversarios políticos. No, esto es guerra sucia mediante propaganda negra, es decir, con mentiras, difamaciones, calumnias, falsas imputaciones, montajes de videos trucados, etc.
Cuando el objetivo último, u objetivo estratégico, es arrebatar el poder mediante un “golpe de Estado técnico o conspirativo”, formulando acusaciones penales, o electorales, o civiles falsificadas, para generar sentencias judiciales a modo (habría que ver, en su caso, quién se prestaría a semejante barbaridad) en realidad se está llevando la lucha democrática por el poder a un territorio de criminalización de uno de los actores en disputa.
La derecha reaccionaria en México y en muchos países, es muy afín a criminalizar la lucha por el poder, a anteponer todo tipo de denuncias o demandas cuyo origen supuesto es la lucha política e ideológica y las acciones que de ello se desprenden. Tratan de convertirlas en actos punibles.
Hoy lo que mejor describe, expresa y dibuja a la derecha reaccionaria en México es su propuesta de seguridad, una propuesta de predominio de los órganos e instituciones represivas del Estado. De allí va surgir -según su obtusa y atrabiliaria visión- la recuperación de la seguridad para los mexicanos. El ideario de toda derecha reaccionaria siempre voltea al pasado, casi jamás al futuro. Son prisioneros en términos ideológicos y programáticos del pasado.
Sus enunciados sobre “el miedo” están ligados a una visión retardataria y represiva, por ello, mujeres y hombres que se aglutinan en esa fuerza, pretenden que los ciudadanos mexicanos se asuman como personas con miedo de su realidad cotidiana en cada uno de los espacios de reproducción social, ésta es no otra cosa que simplemente la ausencia de seguridad y en entonces nuestras relaciones sociales se convierten en una experiencia cotidiana angustiosa.
Pero el mensaje es que ellos tienen la “receta mágica”: endurecer el régimen político y dotar de mayor capacidad represiva a las instituciones y cuerpos represivos del Estado. Se pretende quebrar las certidumbres actuales de la mayoría de los ciudadanos y sus identidades con el proceso transformador. El pivote es agitar la idea del miedo. En un sentido teórico diríamos que la reacción conservadora prefiere como base de su propaganda y discursos o propuestas a Thomas Hobbes y no a Rousseau, es decir, más en el miedo (la idea del miedo debe llevar a la pacificación forzosa, coactiva) que en la construcción democrática.
La construcción pacífica de otro orden social alternativo (4T-4R) se presenta entonces, como una ilusión vana porque no está acompañado de decisión, de valor y de la determinación de los gobernantes (claro que hay problemas severos de violencia criminal que por momentos parecen rebasar al gobierno, pero se retoma el control de comunidades y localidades o regiones). No olvidar que el Estado debe ajustar sus procedimientos de combate a las organizaciones criminales dentro de la legalidad constitucional. Ellos no, todo su accionar y existencia está basado en la violación a los normales legales, y por ello, parece que tienen en eso una ventaja táctica. Lo sustantivo para el gobierno es convertir esa aparente desventaja táctica, en una fortaleza estratégica con el apoyo de las grandes mayorías sociales.
En esa medida, las estructuras criminales usan el miedo también como un dispositivo de poder sobre los grupos sociales. Una campaña reaccionaria basada en una estrategia de guerra sucia mediante propaganda negra, si agita el miedo de esa manera, está usando una misma herramienta puesta en acción por el crimen transnacional, aunque con otros propósitos. Debemos explicar lo que pasa, su origen y cómo podemos solucionarlo en un plazo razonable. Tampoco ocultarlo.
Entonces, tenemos aquí una visión y un enfoque, una idea política, un propósito y una función asignada a una construcción imaginaria salida del ideario de la reacción o conservadurismo mexicano, para aumentar sus adeptos dentro del proceso electoral actual, desde un enfoque reaccionario de la situación actual en México.
La función de quienes disentimos radicalmente de ello, y nos adherimos a un proyecto nacional y a una plataforma programática distinta, es impedir que dicha idea política se convierta en percepción social generalizada y domine en el imaginario colectivo, porque anularía en la percepción social un trabajo de 6 años del gobierno actual: “de qué ha servido este tiempo si estamos dominados por el miedo y tenemos total incertidumbre de nuestro futuro inmediato”. El miedo es incertidumbre, que se puede volver eje de nuestras percepciones y razonamientos. No, debemos posicionar la idea de un México alternativo que se construye desde hace casi 6 años y cuya construcción debe continuarse con la Dra. Claudia Sheimbaum. Nuestra tarea en entonces impulsar con la información correcta, las certidumbres que derroten el intento de que predomine la incertidumbre.
El uso político de la idea del miedo tiene por lo menos dos milenios siendo usado como mecanismo para infundir incertidumbre y zozobra, o para generar control social desde el poder, por ello constituye una variable en las contiendas por el poder, porque impacta la conciencia social e influye en las conductas, en las decisiones, en los comportamientos. Por ello es un mecanismo de dominación política. Es un instrumento que puede resultar eficaz para debilitar o anular las resistencias a algo o a alguien, es decir, doblar las resistencias en el campo social.
Si lo vemos desde el enfoque de los estudios de sociología política latinoamericana, la oposición habla siempre de derrotar con más violencia, la violencia criminal (física, psicológica, económica, territorial, contra las instituciones y cuerpos armados del Estado), sin embargo el proceso de trasformación nacional, en materia de seguridad y combate al crimen organizado, ha puesto el primer lugar, como eje de acción estratégica, el combate a la “violencia estructural”.
Nos referimos principalmente a dos dimensiones de la violencia: directa y estructural. La primera dimensión suele ser la más notoria, porque implica la acción intencionada de causar daño, el máximo posible, entre dos o más grupos sociales, organizaciones, entidades, y demás, en distintas formas; mientras la segunda variante, se trata de un tipo de violencia más silenciosa e invisible, porque ha sido normalizada y preservada en los sistemas económicos, o en ocasiones, intensificada por ellos, como sucedió con el modelo neoliberal, y los sistemas políticos y culturales (como sucede la antidemocracia, el autoritarismo o las dictaduras militares, como es el caso de la desigualdad social, la pobreza y la pobreza extrema, como desventajas heredadas y estructurales de ciertos sectores de la población, los más vulnerables).
Ambas dimensiones, suelen tratarse o analizarse de forma independiente, pero son indisolubles, se entrecruzan y generan una pluralidad de formas y efectos que las políticas públicas hoy del gobierno actual, han logrado mitigar, reducir en su más brutal expresión, en consecuencia, de no continuar haciéndolo en forma masiva, la degradación social es progresiva en los territorios, regiones y comunidades de la geografía nacional, no con programas focalizados, sino con un enfoque multi programas sociales: transferencia directa de recursos, alzas salariales, transferencias indirectas, empleo en el campo, oferta de empleo fijo, oferta de empleo temporal, infraestructura, becas con recursos básicos para estudiar, etc.
En México, la violencia directa y su manifestación en la delincuencia (antes también, la violencia política), ha sido una justificación para el uso político del miedo, a fin de imponer agendas políticas, persuadir a los ciudadanos y legitimar acciones de “seguridad” atroces; todo ello, sin lograr resarcir las manifestaciones de las violencias, ni de la delincuencia transnacional organizada. Es necesario persistir en el nuevo paradigma, si es necesario, con ajustes. La vuelta atrás es un “salto al vacío”. Debemos comprenderlo y hacerlo entender.