La tragedia padecida en España, fundamentalmente en la comunidad valenciana, desnuda lo evidente hace tiempo: el país ibérico vive el estadío final de lo que supondría ser la utopía neoliberal y la panacea de la ‘mano invisible del mercado’ y un Estado reducido a su mínima expresión, que tiene en una orfandad criminal al pueblo español. Un sistema de partidos que sólo es un nido de oportunistas y sirvientes de una élite voraz, disfrazados estos entes de supuesto interés público (partidos políticos) en ideologías falsas, simuladoras e hipócritas qué a la postre se pueden resumir en una sola: trabajar para dicha élite rapaz en detrimento del Ciudadano raso. Desde la dupla PSOE/PP, hasta la irrupción de una pleya de de mini partidos que, envueltos en falsas banderas que van desde la ultra derecha (VOX) a la izquierda radical (PODEMOS).

A raíz del meteoro que azotó esa parte de España, la gente parece terminar de despertar, faltaba sólo que se encendiera una mecha, ya que las altísimas cargas impositivas, el drama del tema de la vivienda y otra serie de barbaridades, sumados a los abusos obscenos de la clase política hacían ya del español un pueblo a punto de un estallido social, mismo que, muy posiblemente, se vea traducido en un fin de año caracterizado por la convulsión sociopolítica a lo largo y ancho del país.

La Corona: la monarquía en España, a pesar de los pesares, es la única institución pública con cierto prestigio de reserva, su contribución fundamental en la transición de una dictadura como el franquismo a un régimen democrático (en su momento exitoso, hoy en decadencia) fue fundamental, y aún hoy funge a manera de argamasa para sostener a la nación unida.

Falta ver el gran reto que tiene Felipe VI y también comprobar su talento político para sortear el temporal (ya no de agua, viento y lodo) que se le viene encima, talento que, sin duda, tuvo su padre, Juan Carlos I, en los momentos aciagos qué le tocaron vivir cómo monarca.