En México se percibe un momento de desconcierto, desmovilización y parálisis cívica ante los abusos del gobierno federal y del régimen de la autodenominada Cuarta Transformación.
Esta pasividad no responde a la apatía ni a indiferencia sino a un complejo entramado de factores que van del temor y la falta de garantías institucionales, hasta la cooptación de actores clave del sistema democrático.
En este contexto, se ha instalado una sensación de impotencia colectiva que mina cualquier posibilidad de resistencia o reacción.
El miedo
Un temor difuso pero extendido opera como mecanismo de control social. No se trata únicamente del miedo físico derivado de la violencia generalizada, sino del temor al linchamiento mediático desde el poder, a las represalias administrativas, fiscales o judiciales y a la estigmatización pública que emana del discurso presidencial, y de las redes clientelares del régimen. Un gobierno que, lejos de promover el disenso y la pluralidad, ha cultivado un ambiente hostil a la crítica, y donde disentir se convierte en un acto riesgoso.
Ejemplos existen muchos, como los prejuicios lanzados por AMLO contra los medios, reporteros, académicos e intelectuales o hacia ciudadanos comunes.
Con personajes públicos, como Carlos Loret, incluso divulgo información confidencial extraída del SAT, violando la ley; la 4T utiliza instituciones como la FGR, la UIF y Gobernación para atemorizar y amenazar, si no, que le pregunten al expresidente de la CRE Guillermo García Alcocer, al que acusaron de “lavado de dinero” si no renunciaba, a Alejandra Cuevas, encarcelada por instrucciones de Alejandro Gertz o a los expresidentes que van cargando con toda clase de estigmatizaciones, escarnios y apodos.
Desactivación de mecanismos institucionales
Los partidos políticos de oposición que antes canalizaban la inconformidad ciudadana, en su mayoría han sido neutralizados, ya sea por acuerdos inconfesables con el gobierno o por una incapacidad estructural para articular proyectos alternativos que conecten con la población.
El PRI con sus dirigencias envueltas en escándalos y alianzas tácticas con Morena, ha abandonado cualquier papel opositor genuino.
El PAN, dividido y sin liderazgo, ha optado por una estrategia errática, defensiva y puesta al servicio de la 4T.
En cuanto a lo que queda de izquierda no oficialista, ha sido marginada o absorbida por el aparato gubernamental.
A esta parálisis se suma la embestida contra el poder judicial, luego de ser objeto de ataques sistemáticos desde el ejecutivo, la narrativa de “los jueces corruptos” sirvió para justificar reformas que debilitan su independencia. La amenaza cumplida de una reforma impulsada por el oficialismo busca concentrar más poder y amedrentar a los pocos jueces y magistrados que todavía se atreven a actuar con autonomía. El mensaje es claro: en este nuevo orden, la ley será la que el ejecutivo diga.
La ciudadanía
El resultado es una sociedad que, aun cuando percibe el deterioro institucional, no encuentra cauces eficaces para protestar, para organizarse o para incidir. La desmovilización no es pasividad, es asfixia.
Muchos mexicanos observan con indignación cómo se manipulan las instituciones, se desmantelan contrapesos, se persigue a periodistas, se premia la corrupción entre aliados del régimen y, sin embargo, no encuentran cómo actuar sin exponerse o simplemente son ignorados.
Hay sectores de la sociedad que no solo han normalizado esta situación, sino que son corresponsables del deterioro democrático. Algunos por conveniencia económica, otros por fanatismo ideológico o por codicia de poder, e incluso por resentimiento social.
Empresarios que se prestan al juego del oficialismo a cambio de contratos; académicos e intelectuales que silencian sus críticas para conservar espacios; organizaciones sociales que antes eran combativas, ahora guardan silencio o reciben recursos del gobierno y medios que renuncian a la crítica para alinearse con la narrativa oficial.
Deterioro democrático
No es solo un problema del gobierno, lo es de la sociedad. Buena parte de la ciudadanía se ha dejado conducir por miedo, desesperanza o cooptación a una especie de resignación política. Pero la historia enseña que toda parálisis social tiene un punto de quiebre. Aún en los regímenes más autoritarios, cuando el abuso se vuelve intolerable o cuando surgen liderazgos auténticos capaces de canalizar el hartazgo, las sociedades reaccionan.
México está en una encrucijada. El país no carece de ciudadanos críticos ni de causas justas, lo que no hay son mecanismos efectivos para canalizar esa energía social. El desafío no es menor: se trata de reconstruir un sistema de representación, de restablecer la confianza en las instituciones, proteger lo que queda de la división de poderes y articular una narrativa distinta al populismo autoritario que hoy domina el debate público.
La ciudadanía no puede ser espectadora pasiva del desmontaje institucional ni de la destrucción del Estado de derecho. Aunque prevalezca el miedo y la confusión, en algún momento deberá surgir una nueva conciencia colectiva, firme y lúcida, que le devuelva al país la dignidad y la democracia que le están siendo arrebatadas.
X: @diaz_manuel