No basta con ser “políticamente inteligente”. La política no sólo se trata de lógica sino de emociones. Hay todo tipo de prejuicios, inseguridades y desacuerdos. Algunos políticos, que se creen astutos, piensan que el enemigo es aquél que quiere el puesto que tú tienes y aquél que tiene el puesto que tú quieres.
Sin inteligencia emocional no hay astucia política que valga. Se requiere una capacidad inusual de ser consciente, controlar y expresar las propias emociones, y manejar las relaciones interpersonales de forma juiciosa y empática.
Tampoco basta con la destreza técnica de un gobernante. Siempre es necesaria la inteligencia emocional como una palanca estratégica, un catalizador para una gobernanza eficaz y un puente que genera confianza con los ciudadanos. La inteligencia emocional permite a los líderes navegar por sus propias emociones, descifrar las emociones de los demás y emplear este conocimiento para informar eficazmente sus acciones.
La inteligencia emocional se refiere a la capacidad de reconocer, comprender, gestionar y utilizar eficazmente las propias emociones y las de los demás. Exige un conjunto de habilidades y competencias que contribuyen a establecer interacciones sociales, relaciones interpersonales y bienestar general. La inteligencia emocional es un concepto que ganó importancia en 1990 gracias al trabajo de los psicólogos Peter Salovey y John D. Mayer. Luego fue popularizado por el autor y psicólogo Daniel Goleman.
El dinámico y volátil mundo de la política nos ha reafirmado que la inteligencia emocional determina si un líder es eficaz o no. ¿Para qué? Para comprender y gestionar sus propias emociones, empatizar con los sentimientos de los demás y afrontar situaciones sociales complejas.
En el ámbito del liderazgo, las habilidades técnicas y la perspicacia estratégica son sin duda importantes. Sin embargo, la inteligencia emocional, definida como la capacidad de reconocer, comprender, gestionar y utilizar eficazmente las propias emociones y las de los demás, se ha convertido en un factor crítico para determinar el éxito.
La inteligencia emocional comienza con la autoconciencia, la piedra angular del liderazgo eficaz. Los líderes con alta inteligencia emocional poseen una profunda comprensión de sus propias emociones, motivaciones y fortalezas, lo que les permite tomar decisiones informadas y afrontar los desafíos con compostura. Esta autoconciencia fomenta la autenticidad. Así, los líderes están mejor equipados para alinear sus acciones con sus valores.
El liderazgo se basa, además, en una comunicación eficaz y en la construcción de relaciones. La inteligencia emocional permite a los líderes navegar con delicadeza ese complejo panorama de la dinámica interpersonal. Los líderes que están en sintonía con las emociones de los demás pueden construir relaciones sólidas y de confianza, fomentando un ambiente positivo y colaborativo.
La empatía, un componente clave de la inteligencia emocional, permite a los líderes conectarse en un nivel más profundo. Comprender las perspectivas, preocupaciones y sentimientos de los demás cultiva una cultura de empatía. Esto, a su vez, mejora la moral, el compromiso y la lealtad de los colaboradores, contribuyendo a un entorno cohesivo y productivo.
Los conflictos son inevitables, pero la forma en que se gestionan puede definir la eficacia de un líder. Los líderes con alta inteligencia emocional pueden afrontar y resolver conflictos de manera constructiva, entendiendo las causas fundamentales y abordándolas con empatía y tacto. Al fomentar la comunicación abierta y resolver los conflictos de manera amistosa, los líderes pueden mantener un entorno armonioso.
Los líderes emocionalmente inteligentes son más hábiles a la hora de afrontar el cambio. Demuestran resiliencia ante la adversidad. Su capacidad para mantener la compostura bajo presión y adaptarse a circunstancias cambiantes inspira confianza y estabilidad.
Los líderes con inteligencia emocional destacan por motivar e inspirar. Al comprender las necesidades y aspiraciones emocionales de los ciudadanos, pueden adaptar su estilo de comunicación y liderazgo para que resuene en las personas. Este enfoque personalizado fomenta un sentido de propósito y compromiso.
A veces los gobernantes olvidan que el mundo de la política es un ámbito dinámico y tumultuoso donde las emociones son intensas, las decisiones impactan a millones y la capacidad de comprender y gestionar las emociones es primordial.
Aunque originalmente era un tema del mundo de los negocios, en los últimos años, ha habido un reconocimiento creciente de la importancia de la inteligencia emocional en el liderazgo político. La inteligencia emocional en política enfatiza el papel fundamental de la autoconciencia, las habilidades interpersonales y la empatía para navegar por el complejo panorama de la gobernanza.
Los líderes políticos ejercen una influencia significativa sobre la gente. Enfrentan desafíos multifacéticos que exigen algo más que destreza intelectual. La inteligencia emocional permite a los líderes navegar por la intrincada red de relaciones políticas, negociar de manera efectiva e inspirar confianza en sus electores.
Los líderes que están en sintonía con sus propias emociones, y las de los demás, pueden tomar decisiones más informadas, fomentando la confianza y la colaboración. Las decisiones a menudo se toman bajo intensa presión y escrutinio. Los líderes con alta inteligencia emocional destacan en la autorregulación y mantienen la compostura en situaciones de alto riesgo.
La capacidad de gestionar las emociones contribuye a la toma de decisiones racional y fomenta un entorno en el que los líderes pueden responder reflexivamente en lugar de reaccionar impulsiva y torpemente a los desafíos y las crisis.
Los líderes políticos exitosos comprenden el pulso de sus electores y pueden conectarse con poblaciones diversas. La empatía, un componente central de la inteligencia emocional, permite a los políticos captar las preocupaciones, esperanzas y temores de las personas a las que sirven. Al demostrar empatía, los líderes pueden establecer una buena relación, abordar las necesidades de la comunidad y generar un sentido de unidad entre sus electores.
La política siempre implica negociaciones intrincadas, ya sea en el escenario nacional o internacional. La inteligencia emocional juega un papel fundamental en la negociación y la diplomacia eficaces. Los líderes que pueden comprender las emociones y perspectivas de sus contrapartes están mejor posicionados para encontrar puntos en común, construir alianzas y lograr resultados mutuamente beneficiosos.
La política es inherentemente un campo de escrutinio y crítica. La inteligencia emocional dota a los líderes políticos de la resiliencia para capear las críticas, adaptarse a las circunstancias cambiantes y perseverar frente a la adversidad. Los líderes resilientes pueden inspirar confianza en su capacidad para liderar en tiempos difíciles.
En una época marcada por la polarización, la inteligencia emocional es esencial para fomentar el discurso civilizado y la unidad. Los líderes que poseen inteligencia emocional pueden sortear diferencias ideológicas, promover un diálogo constructivo y buscar puntos en común. Al promover una cultura de respeto y comprensión, los líderes políticos pueden contribuir a una sociedad más inclusiva y cohesiva.
No importa si son naranjas, azules, rojos, amarillos, verdes o guindas. Para determinar si nuestros líderes políticos, nacionales o locales, cuentan con un nivel aceptable de inteligencia emocional, podríamos hacernos las siguientes preguntas:
1.- ¿Genera empatía? ¿Qué tan amplia es la brecha entre el líder y los ciudadanos?
2.- ¿Logra su autorregulación? ¿Toma decisiones de manera tranquila y reflexiva?
3.- ¿Tiene habilidades sociales? ¿Puede navegar y resolver relaciones políticas complejas?
4.- ¿Está motivado? ¿Puede inspirar un cambio político positivo?
5.- ¿Tiene buena percepción pública? ¿Es digno de confianza?
La astucia política de un líder consiste en aprovechar la inteligencia emocional para poder manejar situaciones sensibles y emotivas. La eficacia política requiere mucha comprensión sobre uno mismo, el entorno que lo rodea y cómo navegar e influir en esa lucha cotidiana para obtener el mejor resultado.
El éxito en la política será de quien demuestre:
1.- Sinceridad, integridad y autenticidad.
2.- Capacidad de observación y comprensión de la organización que encabeza.
3.- Habilidad para construir una red sólida de relaciones políticas.
4.- Influencia, comunicación, visión, relaciones interpersonales.
5.- Gestión adecuada del estado emocional.
6.- Saber cuándo hablar y cuándo callar. Saber qué decir y empaquetarlo bien.
Ser políticamente inteligente puede suponer mucho trabajo. Ser emocionalmente inteligente es de vida o muerte. Los conflictos son prácticamente inevitables. Los líderes con alta inteligencia emocional podrán navegar las disputas con destreza, identificando soluciones que satisfagan a todas las partes involucradas. También podrán crear y liderar equipos diversos y eficaces que se sientan valorados, comprendidos y motivados a sobresalir.