“Necesitamos más líderes como Claudia”, dijo recientemente el joven Zohran Mamdani, político de izquierda que ha desatado un “terremoto político” en la ciudad “más prominente del mundo”, Nueva York —para eludir críticas chovinistas de chilangos apasionados diré que tal expresión es de Ben Davis, socialista estadounidense que publicó un interesante artículo sobre Mamdani en el diario británico The Guardian—.

El principal logro de Mamdani, hasta hoy —apenas tiene 33 años de edad—, ha sido el de vencer a Andrew Cuomo en las primarias del Partido Demócrata para alcalde de Nueva York.

Si sigue adelante, esto es, si gana la alcaldía de la metrópoli que en más de un sentido es el centro financiero del mundo, el terremoto Mamdani sacudirá a todo Estados Unidos.

Zohran Mamdani es un político sin duda singular: socialista, evidentemente partidario de las clases trabajadoras; inmigrante musulmán —nació en Uganda, hijo de estadounidenses originarios de India, su padre académico y su madre cineasta—; neoyorquino desde los siete años de edad—; licenciado en estudios africanos.

Ben Davis recuerda en su artículo de The Guardian que cuando Zohran Mamdani empezó a crecer en las encuestas, sus rivales —financiados por los poderes fácticos de la ciudad de Nueva York, espantados ante la posibilidad de un alcalde socialista— decidieron lanzarle “ataques cada vez mayores y aterradores”, en lo que invirtieron millones de dólares.

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Los ataques contra Mamdani “se centraron en un ataque que había demostrado ser capaz de derribar a líderes de izquierda en todo el mundo, como Jeremy Corbyn: el antisemitismo”.

Como dice Davis, “todas las personas con mentalidad de justicia social se horrorizan ante el antisemitismo, un odio ancestral”.

Era, teóricamente, un ataque capaz de derribar a cualquier líder de izquierda que participa en un proceso electoral. “Sin embargo, en estas elecciones, la difamación sin fundamento fracasó”.

¿Por qué los ataques no quebraron a Zohran Mamdani? Lo explica bien Ben Davis. La razón principal del fracaso de la campaña de calumnias radica en que estas fueron simple y sencillamente excesivas: “Es bastante descarado acusar continuamente a personas profundamente compasivas y humanistas de un odio perverso sin pruebas”.

Zohran Mamdani admira a Claudia Sheinbaum. Supongo que también admirará a Andrés Manuel López Obrador. Tanto la presidenta de México como el expresidente han resistido y superado campañas de odio como las que hoy sufre Mamdani.

Pase lo que pase en la disputa electoral por la alcaldía de Nueva York, sobre todo si los grupos de poder político y económico lo derrotan —el poder del dinero es inmenso, hay que reconocerlo— Mamdani deberá inspirarse en la tenacidad de Claudia y AMLO, y en una frase de 1942 de John Maynard Keynes — “a largo plazo casi todo es posible”—.

No bromea Sheinbaum —o no solo lo dice con sentido del humor— cuando cita el “serenidad y paciencia” de Kalimán, personaje de la historieta creada para radionovela en 1963 por Modesto Vázquez González.

No puedo asegurarlo, pero quizá Modesto Vázquez se inspiró en Gandhi, el histórico líder para el que tanto el sosiego como la paciencia eran el fundamento de la lucha no violenta.

Por eso a la presidenta Sheinbaum se le ve tranquila ante los frecuentes ataques de las derechas de nuestro país y del extranjero. El movimiento mexicano de izquierda ha superado antes durísimas campañas de odio, las superará ahora... si Claudia no pierde la tranquilidad ni se desespera.

Ahora los ataques a la 4T se centran en la calumnia que más daña a la gente dedicada a la política en México: la acusación de complicidad con el narco. Se insiste en las columnas políticas en que a AMLO se le probará ese delito en Estados Unidos. La ofensa no daña a Andrés Manuel —ni al resto de la izquierda mexicana— por excesiva, porque, parafraseo a Ben Davis, “es bastante descarado acusar continuamente a personas profundamente compasivas y humanistas de un ilícito tan terrible sin pruebas”.

Pruebas, pruebas, pruebas, exigió ayer Claudia Sheinbaum a las autoridades de Estados Unidos que acusaron de lavado de dinero a tres instituciones financieras mexicanas. No las hay. Parece una acusación débil, pero se decidió utilizarla porque mancha a un empresario aliado de AMLO, Alfonso Romo, al que podría el escándalo quebrarle el negocio, pero no la rectitud y el deseo de un cambio profundo en México, que es lo que le llevó a apoyar a un político de izquierda como Andrés Manuel.