El español es gracioso. En una plática alguien mencionó que le habían regalado una bata. Entonces, se me preguntó si yo sabía cómo les dicen en España a las batas. Me preocupé por no recordar esa palabra que he leído varias veces en el interior de habitaciones de hotel en aquel país, específicamente en tarjetitas que informan a los clientes que no está permitido llevarlas al dejar el establecimiento, pero que si hay interés en adquirir una se solicite a la gerencia para que su costo se sume a la cuenta.

No había olvidado esa historia: prohibido llevarse la bata sin pagarla, pero ¿y cómo las llaman los españoles? Seguramente por cuestiones de la edad avanzada a la que he llegado mi memoria no funciona a la perfección. Decidí ayudarme recurriendo a la página de internet de la Real Academia Española. Ahí estaba el sinónimo que necesitaba: albornoz, “bata de tela de toalla”.

Lo comenté a mis interlocutores y me dijeron: “Es chistoso el español de España. Imagínate, a la alcancía le dicen hucha”. Aunque eso ya lo sabía, como estaba en mi celular viendo el Diccionario de la lengua española tecleé en su buscador alcancía, y en efecto, uno de sus sinónimos es hucha. El problema, para mí, fue que otro sinónimo de alcancía es ladronera.

De inmediato pensé en ladrón y me pregunté qué tiene que ver una vasija para guardar monedas con un ratero. No encontré ninguna explicación. Eso sí, ladronera posee varios significados, todos curiosos: (i) lugar donde se reúnen y ocultan los ladrones, (ii) portillo de un río o acequia, (iii) defraudación generalizada, (iv) hucha de barro, alcancía y (v) obra voladiza en lo alto de un muro o una torre.

De todos los significados de ladronera me quedo con el primero y el tercero: lugar donde se reúnen y ocultan los ladrones y defraudación generalizada. Eso ha sido el gobierno, madriguera de rateros que cometen toda clase de fechorías, sobre todo delitos relacionados con los contratos de obras públicas y con adquisiciones de bienes y servicios que necesita la administración; los más sofisticados de tales ladrones realizan lo anterior y, además, se las arreglan para no pagar impuestos.

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Eso ha sido el gobierno, una ladronera. En cierto sentido, también una alcancía, la del erario, que rompen los corruptos para apropiarse su contenido. Durante demasiado tiempo era una realidad en México lo expresado por Lao Tse: “Cuanto mayor sea el número de leyes y decretos, más ladrones y bandidos habrá”.

En el primer piso de la 4T AMLO combatió la corrupción con más voluntad que en sexenios anteriores, pero las raterías siguieron existiendo. La gente confía en que el segundo gobierno de izquierda sí acabará con las prácticas corruptas. Es lo que más explica la elevadísima aprobación de la presidenta Claudia Sheinbaum en estudios como el tracking diario ClaudiaMetrics.

Ayer, en su conferencia de prensa mañanera, la presidenta dijo que el gobierno ha integrado “un equipo de abogados que está haciendo el análisis por las implicaciones diversas que pudiera tener” el decreto de Donald Trump de considerar a los cárteles de la droga como grupos terroristas.

Dejo una idea, por si sirviera de algo. Valdría la pena apoyar a Trump solo en lo que se ha dicho acerca de que tal orden ejecutiva permitirá a su gobierno negar visas, congelar cuentas y decomisar activos dentro de Estados Unidos a cualquier persona que apoye a los narcos. Podemos en México decidir cooperar investigando —y desde luego sancionando severamente— a quienes se les niegue o quite la visa por sospechas de trabajar para el narco y a las personas que residan en nuestro país a las que se les hayan congelado cuentas bancarias o decomisado activos de cualquier tipo.

Debe ser enorme la ladronera mexicana ligada al narco en los ambientes políticos y de negocios, particularmente financieros. Si en Estados Unidos se identifica rápidamente a tales delincuentes gracias a que se les investigue por terroristas, aceptemos eso —y solo eso— para aplicarles, como a veces se dice, todo el peso de la ley, caiga quien caiga.

Terroristas o no, el arsenal principal de los cárteles no son sus metralletas, sus drones con explosivos ni otros equipos para el combate, sino el dinero que tienen y que les administran en México —o en paraísos fiscales del extranjero— algunas personas honorables de la política y los negocios.