México lleva décadas con la posibilidad de convertirse en una potencia tecnológica sin atreverse a creérselo. Las decisiones recientes del gobierno en materia de autonomía tecnológica, desde la creación del Centro Nacional de Diseño de Semiconductores (Kutsari) hasta el desarrollo de un satélite propio, son pasos en la dirección correcta, pero también son un recordatorio de cómo la política mexicana ha actuado por inercia, desaprovechando oportunidades y dejando morir proyectos visionarios por falta de recursos.

La historia nos demuestra que no partimos de cero. En los años setenta, investigadores mexicanos fabricaban circuitos integrados en la Universidad de Puebla y en el Laboratorio de Microelectrónica del INAOE. Motorola instaló un Centro de Tecnología de Semiconductores en Puebla y desarrolló una planta en Chihuahua. En el espacio, México lanzó el satélite Morelos I en 1985 y envió a Rodolfo Neri Vela al espacio pocos meses después. La industria tecnológica nacional tenía bases sólidas.

Pero la falta de políticas de largo plazo ha sido la condena de nuestro desarrollo tecnológico. Motorola cerró su Centro de Puebla en 2012 y donó una línea de fabricación al INAOE, tecnología que, aunque valiosa para la investigación, ya estaba 30 años atrasada respecto a los estándares internacionales. Hoy, el nuevo Centro Nacional de Diseño de Semiconductores es un resurgimiento necesario, pero que no podrá tener un desarrollo a largo plazo a menos que se involucren universidades públicas, iniciativa privada y lo más importante que es el financiamiento sostenible. El costo de una fábrica de microchips moderna oscila entre 5,000 y 20,000 millones de dólares, una inversión que el Estado no puede ni debe asumir solo. Se necesita una estrategia real para atraer inversión privada y alianzas internacionales.

El sector espacial refleja la misma paradoja. México fue pionero en telecomunicaciones con los satélites Morelos y Solidaridad, pero hoy dependemos de infraestructura extranjera. La meta de poner en órbita un satélite 100% hecho en México para 2027-2028 es ambiciosa, pero también un recordatorio de cómo dejamos de invertir en tecnología espacial tras aquellos primeros logros de los ochenta. Hoy la semilla que siembra Claudia Sheinbaum puede ser una apuesta que coloque a nuestro país en la posibilidad de convertirse en la potencia tecnológica que garantice nuestra autonomía productiva y que brinde espacio para un mercado nacional de chips y tarjetas para celulares y computadoras. No es tarea sencilla puesto que en otros países, la fabricación de este tipo de productos se ha logrado eficientando costos que son muy competitivos.

Al México de hoy, la presidenta le apuesta por la innovación con una plataforma digitalizadora de trámites y una constelación de satélites de observación, lo que podría mejorar la eficiencia burocrática y fortalecer la gestión ambiental. Pero sin un presupuesto fortalecido, estos proyectos corren el riesgo de convertirse en iniciativas aisladas y efímeras.

Las columnas más leídas de hoy

El problema es que el ecosistema científico en México está debilitado. Los centros públicos de investigación han sufrido recortes presupuestales y la formación de talento se ha visto comprometida. Para que México deje de ser una promesa tecnológica incumplida, se necesita voluntad política, inversión sostenida y una estrategia que combine la participación del Estado, la iniciativa privada y el fortalecimiento de la educación científica.

El talento está. La historia lo demuestra. Lo que falta es la decisión de convertirnos en la potencia tecnológica que ya podríamos ser.

X: @ifridaita