En el discurso populista hay un fenómeno innegable: la capacidad de envolver ideas, muchas veces contradictorias, en un papel emocional que apela a las fibras más sensibles de su audiencia. Es un estilo reconocible que mezcla sentimentalismo con una cierta teatralidad, tan efectivo como exasperante. Pero que tiene un claro propósito político, conquistar corazones antes que mentes y manipular voluntades.

Cursilería en su máxima expresión

El populismo no se contenta con proponer soluciones hasta fantasiosas, se esfuerza por convertir cada intervención en un espectáculo. Desde el líder que promete “abrazos, no balazos” hasta aquel que se presenta como el “salvador del pueblo”, el populista apela a una narrativa de héroes y villanos que, aunque predecible, tiene un enorme y muy efectivo poder de atracción.

Las cifras, los datos y los argumentos sólidos son relegados a un segundo plano; lo importante es despertar sentimientos y generar una conexión visceral.

Sin embargo, la narrativa que sustenta esta estrategia tiene un lado oscuro. Al construir su discurso sobre bases emocionales, el populista se desliza hacia la simplificación extrema de problemas complejos. Se abandona el ejercicio político como parte sustantiva de la construcción colectiva y se sustituye por un juego de espejos donde la apariencia importa más que la realidad.

En esta lógica, deja de tener importancia si una propuesta es viable o no, e incluso descabellada, lo importante es si “suena bien” o toca las fibras sensibles de quien escucha.

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La cursilería del discurso populista tiene otra cara, pretende ser moralizante. No solo propone soluciones ciertas o no, el populista juzga a quienes no las comparten.

El líder populista se presenta como el guardián y portavoz de los valores y deseos “auténticos” del pueblo, se contrapone a las élites “frías” , “desalmadas” y explotadoras de “pueblo bueno”.

El resultado es una peligrosa polarización de la sociedad, donde disentir no es solo estar en desacuerdo, sino que los “fifis” y “apiracionistas” traicionan al “pueblo”.

Una sociedad adormilada

El problema con la cursilería populista no  escriba solo en su superficialidad, sino en la gran capacidad que tiene para anestesiar a las sociedades frente a los problemas reales. Mientras el público, por un lado se emociona con discursos grandilocuentes, los desafíos estructurales siguen creciendo.

El que escucha no toma conciencia , por ejemplo, de que la pobreza no se combate con metáforas, ni la corrupción se erradica con promesas vacías, por muy bonitas que suenen.

Lamentablemente, en un mundo saturado de emociones prefabricadas, resulta complicado resistir a la cursilería del populismo

En lo que bien puede considerarse un acto de rebeldía, es necesario que como sociedad exijamos más, no solo en términos de propuestas concretas, sino también de un discurso político que respete la inteligencia de la ciudadanía.

Tal vez sea hora de cambiar las quejas por ideas y los aplausos por preguntas difíciles, que reten realmente al político y al funcionario. Solo así podremos construir una política que no solo emocione, sino que también trabaje, rinda cuentas y transforme.

Nos leemos en enero compañeros camaradas.

X: @diaz_manuel