El régimen autoproclamado como la 4T no ceja en su denodado empeño de destruir a la democracia constitucional.
Según se informó ayer en los medios, el Senado había aprobado, con mayoría calificada, el dictamen que establece la “supremacía constitucional”, léase, la improcedencia, ahora elevada a rango de la Carta Magna, de cualquier tipo de impugnación o acción de inconstitucionalidad promovida por actores públicos. Ello incluye, desde luego, una eventual revisión por parte de la Suprema Corte.
El lector seguramente recordará, sobre todo aquellos que estudiaron principios de derecho en secundaria y bachillerato, que el Poder Judicial, con la Suprema Corte a la cabeza, y a diferencia del Ejecutivo y el Legislativo, es el responsable de salvaguardar los derechos de las minorías a través del cumplimiento de la ley.
En otras palabras, ante una violación de los derechos o libertades individuales, propios de la democracia moderna, por parte de los poderes mayoritarios, el Poder Judicial, mediante el juicio de amparo o acciones de inconstitucionalidad, está obligado a defender estos principios inalienables contenidos tanto en la Constitución como en los tratados internacionales que forman parte del derecho interno mexicano.
Tras esta nueva intentona autoritaria, misma que será eventualmente ratificada en la Cámara de Diputados y en los congresos locales, se faculta a la mayoría morenista (ilegítima, derivado del asunto de la sobre representación y el caso Yunes) para legislar a diestra y siniestra sin el menor control jurisdiccional.
Se trata, a todas luces, de un acto profundamente autoritario que no únicamente sienta las bases de una temida autocracia, sino que trastoca gravemente los principios fundacionales de la democracia liberal que durante décadas los mexicanos, con aciertos y errores, buscaron construir a través de sus instituciones.
De la mano de individuos como Gerardo Fernández Noroña, Adán Augusto López, Ricardo Monreal y una cuadrilla de vulgares propagandistas como Epigmenio Ibarra y tantos otros, México luce dirigido hacia un futuro de sombras que amenaza con hipotecar el país de las próximas generaciones.