Leo en redes sociales recién por la mañana acerca de la muerte del empresario y senador por Morena, Armando Guadiana.
Recuerdo haberlo visto hace unos años en una sesión que me invitaron al Senado. Ahí estaba él. Realmente me pareció imponente su presencia. ¡Vaya, que son de esas personas que volteas a ver! Quizá por el enorme sombrero que usaba que siempre lo caracterizó.
Nunca entendí a ciencia cierta qué fue lo que promovió como senador o cuál fue su contribución al país, pero hoy todo México habla de su muerte.
El cáncer lo alcanzó; justamente el cáncer de prostata.
Exactamente me dejó analizando que probablemente no tuvo el tiempo o la conciencia de revisarse periódicamente, no fue su culpa tampoco, por supuesto, pero creo que es un buen recordatorio para los caballeros para checarse puntualmente y no dejar el tema para después.
Pero más allá de eso, leo los comentarios que de la muerte de Armando se hacen por parte de la oposición: “Qué bueno que se murió... maldito... se lo merecía... qué gusto…”
La verdad es que me aterra leer estos comentarios porque no puedes alegrarte por la muerte de absolutamente nadie. Digamos que me niego a convertirme en aquello que tanto critico.
Estoy tan cansada de tanto odio, pero el odio que se manifiesta en redes es exponencialmente brutal y va en crecimiento.
Incluso Xóchitl Gálvez comentó en X acerca de la muerte del senador, recordándole como buen amigo suyo y un hombre al que llegó a estimar. Por supuesto los comentarios desagradables hacia ese comentario no se hicieron esperar: Es decir que condenaba a Xóchitl Gálvez por lamentar la muerte de alguien de Morena.
Así está la deshumanización en nuestros días.
Yo sí creo que tiene que ver que, como ya he comentado aquí, el presidente de todos los mexicanos diariamente lanza dardos cargados de veneno contra la oposición o contra los que él llama sus adversarios.
Es lógico entonces que el clima que impere en nuestros días resulte agresivo.
Pero no podemos caer tan bajo como para alegrarnos por los fallecimientos de otros.
Podrá haber hecho bien o mal las cosas pero me parece atroz la risa y a la alegría y satisfacción por la muerte de otros.
¿En qué nos estamos convirtiendo?
Si tenemos hijos, ¿qué queremos transmitirles y enseñarles? ¿Queremos verlos reír ante la muerte de otros?
Es un buen momento para hacer una introspección de nosotros mismos y darnos cuenta de nuestros alcances como seres humanos. Para bien, pero también para mal.
Que en paz descanse Armando Guadiana.
Aquí lo dejo para la reflexión.
Es cuanto.