“No olvides que si no cometes pecados Jesús vino al mundo de oquis” decía el meme navideño que alentaba a la gente a pecar. Me hizo reír mucho porque, a pesar del terror que sentí ante la perversión de concluir lo contrario del mensaje de Jesús, y usarlo encima para animar a la gente a cometer pecados, me reí creo que de nervios o tal vez por lo ingenioso del meme, porque, de hecho, la frase no está completamente equivocada. En sus propias palabras Jesús dijo claramente que no vino al mundo para rodearse de los que se sienten o son “perfectos” (Mateo 9: 9-13). Jesús es escandalosamente incluyente tanto en su predicación como en la práctica. Se rodea de la gente más discriminada en su sociedad, los prefiere, los defiende, los sana, los consuela y anima. Insistentemente Jesús critica a los arrogantes, a los que se creen perfectos, a los que se sienten con el derecho de juzgar a otros como inferiores y a los que abusan de una posición de poder afligiendo a la gente menos privilegiada. Llama la atención, tanto que es casi lo único que Jesús critica, como la frecuencia con la que lo hace.
Por esta razón es una absoluta contradicción para un cristiano decir que va a juzgar a alguien a nombre de Dios, y todavía es más ridículo decir que va a discriminar u oprimir a alguien con la autoridad que otorga ser cristiano (y por lo tanto mayoría). Simplemente es absurdo.
Leí con detenimiento tanto el discurso de Trump como el de la obispa Budde, y no es difícil discernir cuál de los dos transmite el mensaje de Jesús; con mucha autoridad habría que añadir. No me sorprende que la puntual y acertada predicación de la obispa Budde haya generado tanta controversia.
Yo soy una católica conservadora y como cristiana estoy evidentemente a favor del respeto y dignidad de todo ser humano tal cual Dios lo haya creado, así como también, de la libertad que Dios nos regaló. Tengo muy claro que no me corresponde a mí juzgar ni a la creación de Dios ni al uso ajeno de la libertad, sin importar si se parece a mí, a lo que conozco, deseo, o a lo que me es familiar. Sé además con toda certeza y en experiencia propia que Él nos ama a todos tal cual seamos. Lo creo, lo defiendo y promuevo. Pero también, estoy muy cansada de las ridiculeces extremas a las que se ha llegado en nuestros días y las exigencias e imposiciones culturales a fin de integrar en nuestra cultura y consciencia la diversidad de género. Estoy fastidiada de la retórica pseudo políticamente correcta y de la hipocresía de la falsa ética que promueve innecesariamente discursos retorcidos y complejos a inocentes, ignorantes o inmaduros a los que solo confunden. Sin embargo, me lo aguanto, con todo y su discurso de superioridad moral, porque sé que a veces se necesitan los excesos para poder transmitir una idea, y si se están pasando de tueste, en general es indicador de que es necesario.
Entiendo que las minorías con acentos de género diferentes a los demás han sido discriminados y que deben alzar la voz para ser aceptados; todos deberían tener derecho a ser respetados por su sociedad. Por eso me muerdo la lengua y me aguanto los extremos que me molestan mucho, esperando que pronto no sea necesaria tanta necedad y todos los seres humanos que Dios creó tengan un espacio digno en nuestra sociedad sin necesidad de estas posturas locas tan politizadas, arrogantes e impositivas.
Trump dijo que solo habrá espacio para hombres y mujeres, y ya. Y en su discurso solo lo menciona así de paso. ¿Estará tan harto como yo? Agradezco personalmente que alguien quiera poner alto a los extremos tan ridículos y perversos a los que hemos llegado. Es una locura lo que vivimos y se requiere de un loco tal vez para ponerle alto a todo. Pero… ¿es necesario regresar a la discriminación? Yo creo que definitivamente no. ¿cuál esa la manera de hacerlo? Pues hay que cuestionarlo. ¿Se puede poner alto a la locura de las imposiciones de la nueva pseudomoral pero sin retroceder en los avances de la digna incorporación social de las minorías? ¿cuál sería la postura de Jesús y de Dios ante todo esto?
Me pareció muy inteligente la predicación de la obispa Budde porque centró sus ideas a partir del tema de la unidad que Trump abordó. Trump dijo: “La unidad nacional está ahora regresando a América, la confianza y orgullo están subiendo como nunca antes… No olvidaremos a nuestro país, no olvidaremos nuestra constitución y no olvidaremos a nuestro Dios. No podemos hacer eso”. Pero mientras Trump utilizó la referencia a la unidad para explicar en su discurso paso a paso cómo hará a los Estados Unidos de América de nuevo un país poderoso, la obispa habló sobre el concepto de unidad en sí, y lo describió a detalle para hacer un llamado a la misericordia, a la humildad y a la honestidad. Ella aprovechó el tema para enumerar los elementos que considera necesarios para lograr la unidad a fin de subrayar la humanidad de las gentes que Trump discrimina y para señalar que tienen miedo. La obispa puntualmente propone diferenciar las bandas de criminales de extranjeros, a las que Trump hace referencia, de las honradas familias indocumentadas y asustadas viviendo en Estados Unidos.
Trump dijo en su discurso “mi legado será el de pacificador y unificador.” Me recordó una junta que tuve en el mes de octubre en Ginebra con una negociadora de paz en la ONU. Ella me dijo: “La reconciliación es el duelo de la fricción entre la justicia y la paz, en favor de la paz. Es un duelo porque no se puede tener las dos cosas. El conflicto es inevitable, y no se resuelve, se maneja”. Hasta el día de esa visita al impresionante edificio Suizo de la ONU hace unos meses, yo creía ingenuamente que la paz era la consecuencia de la justicia, y la perspectiva de la experta negociadora de paz me obligó a reflexionar. Al parecer es bastante aceptado y oficial que la paz se consigue a costa de la injusticia, la cual se “maneja”. Sigo sin poder digerirlo bien.
Visto desde el cristianismo, la postura de Jesús continúa entonces siendo relevante en los discursos de guerra actuales. Jesús propone también la paz sobre la justicia, sí, pero no impuesta sobre las víctimas, sino ofrecida por las mismas víctimas. Y comienza por Él ofrecer su propia vida. Así que no sería válido en el cristianismo ser injustos con otros en nombre de la paz. Solo es válido dejar atrás la lucha por la justicia y a nombre de la paz, a título personal y en tu propia historia. Me quedé pensando que ojalá que la paz que persigue Trump sea una paz no tan injusta.
Muy a pesar mío porque personalmente yo quisiera apoyar a Trump, desde el punto de vista del cristianismo creo que la reflexión de la obispa Budde es muy pertinente al cuestionar los mecanismos para la unidad que Trump propone y las metas de los mismos; tanto el proceso como la finalidad. En cuanto a la meta, lograr que el país sea envidiado es a mi parecer muy cuestionable como finalidad (en las palabras de Trump: “nuestro país florecerá, será respetado de nuevo en todo el mundo y seremos la envida de toda nación”… “en donde no se nieguen nuestras libertades y el destino glorioso de nuestra nación”). En cuanto al proceso, pues incluye entre otras cosas perseguir a los indocumentados y dar marcha atrás a medidas en pro de la ecología al dar terminación al Green New Deal.
Trump dijo en su discurso que va a traer de regreso esperanza, prosperidad, seguridad y paz para los ciudadanos de toda raza religión, color y credo, que será una nación llena de compasión y valor y excepcionalismo. Dijo que todos serán una sola gente, una familia y una gloriosa nación bajo Dios.
Me recordó a una señora importante de Monterrey, la tía Alicia, muy querida por todos, que decidió no rezar más la oración del Padre Nuestro y lo declaró públicamente. Ella decía que no estaba de acuerdo con aquello de que “hágase tu voluntad”, porque no estaba dispuesta a someterse. Es muy extremo pero al menos era honesta, porque, aunque sí se quiera hacer la voluntad de Dios, y “vivir como una familia bajo Dios” ¿cuál es la voluntad de Dios? En los evangelios aparece principalmente 4 veces este tema, cuando María acepta ser la madre de Jesús “hágase en mí según tu palabra”, cuando Jesús enseña la oración del Padre Nuestro “hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”, cuando Jesús acepta el trago amargo de su martirio “que se haga Tu voluntad y no la mía”, y podría incluso extenderse a cuando María dice en las bodas de Caná “hagan lo que Él les diga”. En cada una de estas narraciones se ve siempre un profundo respeto ante la voluntad de Dios y se ve el esfuerzo por conocerla para poder seguirla. Yo creo que tomando nosotros su ejemplo hay que tener también mucho cuidado cuando tratamos de seguir la voluntad de Dios, sobre todo al tratar de discernir cuál es.
Ojalá Trump lo diga de corazón cuando pide a Dios que bendiga a América. Yo creo que hay que rezar mucho por las minorías que están en riesgo. Difiero con la obispa Budde en esto, yo creo fervientemente que la oración siempre sirve.
Sobre la autora:
La madre Stella Maris es una monja ermitaña diocesana de Monterrey y es Familiaris Cisterciense de la abadía de Heiligenkreuz en Austria.
Después de trabajar en arte contemporáneo como crítica y curadora casi 30 años, dejó su trabajo en Frieze Art Fair (Londres y N.Y.) y el Museo Tamayo en CDMX (en donde dirigía la FORT) y se mudó a Alemania del este en 2018 para ser monja.
Vive sola en una granja que convirtió en su ermita. Reza con un convento de monjes Cisterciences a quienes ayudó a fundar un nuevo claustro en Neuzelle.
El nuevo monasterio en construcción fue diseñado por la arquitecta mexicana Tatiana Bilbao. Stella Maris creó y editó la revisa Celeste, asociada con Federico Arreola y después con Jorge Vergara.
Como dueña de Editorial Celeste, Stella Maris publicó también la premiada revista BabyBabyBaby entre muchas otras publicaciones.