En la serie de Netflix Colosio: historia de un crimen (2019), hay una escena en el último capítulo de una fuerza estremecedora. Agonizante en el hospital, Diana Laura, viuda de Luis Donaldo Colosio, encara al fiscal Miguel Montes, en quien había depositado su confianza para esclarecer el asesinato de su esposo y que, sin embargo, acaba de cerrar el caso con un grotesco “carpetazo”. Con amarga ironía, lo felicita: “No le falló al Presidente”, para luego rematar con una frase lapidaria: “Me duele mucho que seas igual que ellos”.
Creo que esta es la línea más poderosa de toda la serie y, salvando las distancias, describe con precisión lo que hemos visto en las últimas semanas en el proceso interno de Morena para definir candidatos a las alcaldías de Veracruz. Nos indignamos con los “chapulines” y oportunistas que acaban de llegar al partido y ya se aseguraron un “hueso”, pero pasamos por alto que, en gran medida, lo lograron gracias a la complicidad de algunos viejos cuadros de Morena —militantes históricos que, en su momento, se enorgullecían de su integridad— y que, sin embargo, terminaron cediendo ante la politiquería.
Fueron —fuimos— millones los que construimos ese gran movimiento transformador que, bajo la guía de Andrés Manuel López Obrador, en menos de 15 años se convirtió en la primera fuerza política del país. En ese camino compartimos lucha con muchos compañeros, testigos como nosotros de cómo, a medida que Morena crecía, se sumaban personajes de toda índole, incluidos aquellos provenientes de otros partidos. Siempre los miramos con recelo, pero asumimos que eran “males necesarios” en la búsqueda de un bien mayor: conquistar el poder político para comenzar la transformación de la vida pública de México.
Pero algo ocurrió en el trayecto. Algunos de esos antiguos compañeros, incluso fundadores del partido, se desviaron del ideal y terminaron en el mismo lado del espectro ético que los “chapulines” a los que siempre criticamos. Porque hay militantes de antaño que también se vendieron, que también sucumbieron a las mieles de la politiquería, al veneno del “nadie me quita mi pequeño coto de poder”, a la soberbia del “aquí solo mis chicharrones truenan y quien no se alinea, se veta”. Prefirieron apoyar a los recién llegados porque les prometieron sindicaturas, regidurías y direcciones para “su gente”, una oferta imposible de rechazar porque, después de todo, con los principios no se come.
¿Por qué digo “toda proporción guardada”? Porque a Diana Laura le dolió la traición de Miguel Montes, ya que duele cuando proviene de alguien a quien se estima. En este caso, en cambio, lo que queda es la pena ajena por aquellos que presumían de su arraigado compromiso con los valores del movimiento y hoy se sientan a la mesa con quienes, desde el PRI y el PAN, siempre los despreciaron. Alguna vez tuvieron hambre de cambiar el país; hoy sacian esa hambre tragando la misma inmundicia que tanto denunciaron.
Este fenómeno revela una realidad demoledora: en Morena, el pragmatismo político ha desplazado los ideales. Quienes antes se presentaban como adalides contra la corrupción y el oportunismo, hoy se han vuelto partícipes de lo mismo. Y más que indignación, lo que deja es una amarga decepción al ver cómo los mismos que se jactaban de su integridad ahora negocian posiciones y favores con los adversarios de ayer, consumiendo aquello que siempre repudiaron.
X: @Renegado_L