Los próximos 3 y 4 de septiembre se celebrará en la CDMX la 3era Convención Binacional de la American Society, organismo establecido en 1942 por el entonces embajador de Estados Unidos en México. George S. Messersmith y que ha tenido la importante y compleja misión de representar a la comunidad norteamericana en nuestro país. Es necesario señalar que México es el país en el mundo con mayor cantidad de norteamericanos viviendo en él. La cifra oscila entre los 2.5 y los 4 millones de ciudadanos norteamericanos, sobre todo, dado el reciente incremento de nuevos residentes derivado de la pandemia que arraigó en nuestro país a múltiples categorías de trabajadores a distancia, entre ellos, los ahora famosos “nómadas digitales”. A estos hay que agregar los 14 millones de ciudadanos binacionales viviendo a ambos lados de la frontera.
Larry Rubin es un singular personaje dotado de capacidades extraordinarias para la relación pública y la diplomacia que viene representando desde hace ya más de una década a los norteamericanos en México acompañado de un equipo profesional y altamente capacitado, de entre los que destacan Patricia González y Gricha Raether Palma.
La convención binacional ha venido cobrando importancia como el espacio de contacto, exposición, reflexión y operación de las empresas norteamericanas y de las agrupaciones mexicanas con intereses en Estados Unidos dado que la relación entre nuestros países vale 700 mil millones de dólares al año y es la más importante en el mundo, lógico es que un escaparate como éste se encuentre siempre lleno de actores de primera línea, tanto del sector privado, como de los gobiernos de ambos países. Este año, destacadamente estarán los embajadores de Estados Unidos en México, Ken Salazar, y de México en Estados Unidos, Esteban Moctezuma. Acudirán también el transexenal secretario de hacienda, Rogelio Ramírez de la O, así como el exaspirante presidencial y designado para la cartera de economía, Marcelo Ebrard C. Pero lo que hay detrás de este escenario de la binacionalidad, es una compleja e importante estructura económica, política y social que sólo tenderá a crecer en función del reordenamiento mundial y de la irreversible integración de la América del Norte. Con administraciones recién estrenadas, se revisará en año y medio el Tratado de Libre Comercio (T-MEC) bajo parámetros y presiones distintas a las de la firma con el entonces presidente Trump, pues lo que era advertible en aquel momento, ahora es una realidad más contundente. La expansión de China y los Brics, la tensión con Rusia por el tema Ucrania, y el ataque al dólar por parte de China, llevan a esta alianza norteamericana (México y Canadá incluidos), a enormes retos comerciales, pero también, políticos.
México en su tradición de autonomía ideológica, ha podido mantener cierta distancia de la posición política norteamericana pero nunca antes había tenido el importante título de primer socio comercial de la nación más rica del mundo. Esto conlleva un necesario realineamiento no sólo en el obvio frente de la buena vecindad, que implica mejores controles fronterizos y combate sin cuartel al fentanilo; sino también en su posición frente a China, nación con la que históricamente ha tenido amplios márgenes dado que fue Don Porfirio Díaz quien rompió el ciclo de los tratados desiguales y firmó con la dinastía Ching el primer tratado de reconocimiento internacional de occidente a aquél vetusto imperio; lo que abrió la puerta a que enseguida lo hiciera Estados Unidos. Luego, el presidente Echeverría fue el decidido impulsor de que la China de Mao se adhiriera al sistema internacional de la O.N.U., dando pie a que por única ocasión en su historia, se dieran, como símbolo de amistad, pandas en propiedad a una nación distinta a China.
Pero estos símbolos, desde entonces y hasta ahora, no se hacen acompañar por acciones comerciales que demuestren amistad pues, en la balanza comercial entre ambas naciones, el déficit de México supera los 90 mil millones de dólares en favor de China, lo que ha traído fuertes declaraciones, no obstante que es su segundo socio comercial, por parte del propio Larry Rubin quien ha señalado que la revisión del T-MEC podría implicar limitaciones para la inversión china en México.
Así pues, la declaración de pausa por parte del presidente López Obrador bien puede encontrar en el marco de esta importante convención binacional, el escenario adecuado para superarse.
La medida expresada por el ejecutivo, aunque no implicó ninguna restricción material con nuestro principal vecino y socio, sí agitó las aguas de múltiples grupos en Estados Unidos, preocupados por el manejo político del régimen en torno a la reforma judicial y a la desaparición de los organismos autónomos, lo que es interpretado como un acotamiento de los contrapesos institucionales y, por tanto, una vuelta al autoritarismo de los años 70.
Nota aparte merece la buena labor de Esteban Moctezuma que ha navegado en aguas de tempestad y ha tenido que usar todo su talento para la representación mexicana en Washington, acompañado también del cónsul Juan Ramón Flores al frente de su oficina.
Por otro lado, Ken Salazar, que ha sido un referente de apoyo a AMLO, tuvo que señalar las preocupaciones de su gobierno en torno a la situación ya referida y, como consecuencia, le pausaron la relación; pero con seguridad, sus buenos oficios y los de Larry Rubin, permitirán que este sexenio acabe como lo hace la simpática película: “The three amigous”.