Me parece merecido hacer notar que, además de los nombramientos anunciados para integrar su gabinete o acompañar una inédita transición entre poderes ejecutivos saliente y entrante bien informada y concertada, la doctora Claudia Sheinbaum muestra una especial y muy práctica femenina agudeza en su lectura de que la Cuarta Transformación es un proceso que debe ser motivo de atención permanente en este periodo de entrega-recepción de la estafeta política presidencial.

Y es que la historia de las transformaciones de la vida pública del país apoya el reciente llamado de la virtual presidenta electa a mantener rumbo, unidad y coordinación dentro del principal movimiento promotor del cambio de estructuras.

Al respecto, aporto tres estampas de lo que ocurrió cuando la fuerza política ganadora no operó con la debida diligencia las bisagras del poder.

En la Primera Transformación, la Independencia, el triunfo de las fuerzas populares representadas en la coalición liderada por Vicente Guerrero perdió las elecciones y el control del poder presidencial en 1828 porque, entre otros factores, el presidente saliente, Guadalupe Victoria, se mostró débil y las clases pudientes hicieron ganar a Manuel Gómez Pedraza.

Ello provocó revueltas y violencia tal que este último declinó la presidencia antes de asumirla, asi que Guerrero fue declarado presidente constitucional y posteriormente cedió el cargo ante la presión de poderosas fuerzas conservadoras que terminaron, incluso, con su vida.

Durante la Segunda Transformación, en el periodo de la Reforma, la coalición liberal revolucionaria de Ayutla, ganadoras frente a las fuerzas dictatoriales, conservadoras y pro monárquicas, aun cuando ya había logrado aprobar y poner en vigor la vanguardista Constitución de 1857 y elegir a su líder, el.moderado Ignacio Comonfort como presidente de la república, ese mismo año tuvo que lamentar la amarga ruptura en su interior pues el presidente renunció a su investidura incitado por los conservadores.

En seguida, Benito Juárez y los liberales radicales asumieron el poder formal, solo que al costo de que el país derivara en la desgarradora Guerra de los Tres Años (1858-1861) y, poco después, en la Intervención francesa (1862-1867).

En el contexto de la Tercera Transformación, la Revolución iniciada en 1910 por Francisco I. Madero, la serie de divisiones y traiciones entre los líderes de ese movimiento significaron graves obstáculos para hacerlo prevalecer y luego implementar los compromisos sociales que quedaron escritos en la Constitución de 1917.

Después de que en 1920 el grupo de Sonora llegara a controlar el poder, su persistencia en mantenerlo derivó en el asesinato de su líder, Álvaro Obregón (1920-1924), quien a través de Plutarco Elias Calles (1924-1928) había logrado reformar la Constitución para reelegirse en este ultimo año.

La enseñanza de la historia es que cuando los movimientos revolucionarios o transformadores se distraen en el regocijo de sus propias conquistas, descuidan sus tareas, oyen pero no escuchan a la oposición (y esta no sabe jugar su papel si no que lo degrada), hacen escarnio de los vencidos o cometen injusticias entre sus propios integrantes o, peor aún, se dividen, entonces las semillas de la contra-transformación quedan sembradas y más temprano que tarde nacen y crecen nuevos Santa Anna en la Independencia, Porfirio Díaz en la Reforma o Victoriano Huerta en la Revolución.

Esperemos que la inteligencia, sensibilidad y templanza que exhibe la Dra. Sheinbaum y los mejores de su prometedor equipo gobernante no adquieran esas semillas y, por supuesto, que el presidente saliente, el Guadalupe Victoria, el Benito Juárez, el Francisco I.Madero o, si se quiere ver así, el Álvaro Obregón de nuestro tiempo no lo abone y lo riegue, antes o después de su prometido autoexilio político.