Que complicado es decir lo que uno decía hace años sin que nadie se ofenda. Los apodos de mi época estan tan vetados como lo están ciertas caricaturas de Disney y el 80% de las canciones de Cri Cri.
En mi colonia, porque decir barrio es muy chilango, teníamos al Gordo, el Cojo, el Chorejon, el Panzón, el Negro y la Muñeca, apodos con los que saltarían de la impresión muchas mamás centenials de ahora. Imagínese que su hijo de la generación alfa llega diciendo que se juntó con el Perro, el Carnes y el Manotas a jugar futbol, sería insoportable, ¿no?
Por lo descriptivo y lo horrible de los apodos se denotará cierta crueldad, pero créame que mis amigos el Apestoso y el Pandillero son de los mejores amigos que tengo de toda la vida y fueron tan benevolentes o tan faltos de educación que mi apodo tiene que ver más con una marca de camisas que con algún atributo físico.
Lo que es increíble es que la generación que se espanta de que maten a los toros, que buscan ser incluyentes o idolatran a Lady Gaga sean más crueles de lo que fuimos nosotros.
En nuestra época, aunque me prohibieran juntarme con ciertas personas yo lo hice de todos modos. Nunca le dije a mis amigos, “tu papá es borracho” o “tu mamá es jugadora”, nunca etiqueté a mis amigos, aunque mi mamá de decía “no te juntes con él porque es un delincuente” que no lo era. Mis papás me dejaron formar mis propios juicios, aunque no estuvieran de acuerdo con mis elecciones de amistad.
Me entero de alguien cercano a mí que cambio a su hijo de colegio porque un grupo de mamás sin conocer la historia de la familia empezaron a etiquetar a un niño que puede ser de todo, pero no lo que lo que lo acusaban. Increíble que la generación que veto al “Negrito Sandia” etiquete a un niño que no tiene nada. Más increíble que acusen a un niño que “le pego mañas” a otro porque su hijo muestra comportamiento que según los padres no son normales.
En una generación que tiene la posibilidad de informarse y estudiar muchísimo más que la generación de mis padres. Es ridículo que los mayores etiqueten niños en vez de conocer la historia del niño o investigar si esas “mañas” realmente se las pegaron o son parte del comportamiento de su vástago.
Complejo pero inevitable que hagamos etiquetas, lo peor es que las hacemos todos. ¿Por qué no somos un poco como en los ochentas donde sabíamos que el Apestoso no era realmente apestoso o que el Pandillero no era realmente pandillero y que solo era un juego?
Mi único consejo, no juzguemos sin conocer y aun conociendo. Nadie sabe la historia de la otra persona.
¡Ánimo y saludos al Pandi, al Perro, al Cuaz y al Monstruo!