“Estados Unidos no es el futuro del mundo, pero es el país del mundo donde el futuro llega primero”. Esta es una frase atribuida al francés Alexis de Tocqueville. En la prensa argentina leí que la escribió en 1838. Entonces, no puede estar incluida en su su famoso libro de 1845 De la démocratie en Amérique —traducido como La democracia en América, aunque quizá la traducción correcta debería ser La democracia en Estados Unidos, ya que esta solo es una de numerosas naciones del continente americano—.

La Universidad de Harvard nació doscientos años antes de que Tocqueville reflexionara sobre la democracia en Estados Unidos. Esta casa de estudios e investigación ya estaba entre las más importantes del mundo cuando el pensador francés visitó a la poderosa nación americana —Alexis de Tocqueville y Gustave de Beaumont habían sido enviados por el gobierno galo para estudiar el sistema penitenciario estadounidense—.

Estados Unidos es una potencia por su capacidad militar y económica, pero también —y sobre todo— por la excelencia de sus universidades, como la de Harvard, una de las llamadas Ivy League. Las otras son las universidades de Brown, Columbia, Cornell, Dartmouth, Pennsylvania, Princeton y Yale.

Otra frase de Alexis de Tocqueville, o atribuida a este pensador —no la encuentro en La democracia en Estados Unidos— es esta: “Cuando el pasado ya no ilumina el futuro, el espíritu camina en la oscuridad”.

En cada periodo el futuro de Estados Unidos ha sido iluminado por el brillante pasado de sus universidades, que son lo mejor que tiene el vecino país del norte. Hay estadísticas contundentes al respecto. Por ejemplo, que son estadounidenses ocho de las diez universidades con más premios Nobel del mundo, o que también ocho de las universidades con mejores calificaciones a nivel global sean de tal nación.

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De las Ivy League seis nacieron en el siglo XVIII. Las excepciones son Harvard (siglo XVII) y Cornell (siglo XIX). No son, por cierto, las únicas universidades de Estados Unidos consideradas entre las mejores del mundo. Hay bastantes más: MIT, Stanford, Tecnológico de California, Berkley y Chicago, todas estas fundadas en el siglo XIX.

Tantas universidades de elite desde hace más de 100 años han construido la grandeza de Estados Unidos. El presidente Donald Trump ha hablado de recuperarla, pero en mi opinión no se había perdido, o al menos ningún país le ha arrebatado sus liderazgos: económico, militar, deportivo, científico y tecnológico.

China es el único retador de Estados Unidos, lo que es notorio en todas las actividades, incluido el deporte: en Paris 2024 las dos naciones empataron en medallas de oro con 40 cada una; si EEUU quedó arriba en el medallero se debió a que obtuvo más segundos y terceros lugares.

En universidades China ha avanzado espectacularmente en las últimas décadas, gracias especialmente a un proyecto del Estado chino: el de la C9 League, que incluye a nueve instituciones de educación superior e investigación que ha apoyado el gobierno desde 1998. Ya aparecen dos universidades de ese país asiático en el top 12 de las mejores del mundo, la de Tsinghua y la de Peking.

Si Trump insiste en destruir la libertad académica de las universidades de Estados Unidos, terminará por favorecer a las universidades de China. Si tal cosa ocurriera, entonces sería la nación asiática, y ya no la norteamericana, aquella a la que el futuro llegaría primero.

Harvard —también Columbia— han decidido oponerse a Donald Trump. Estas dos universidades hacen más por evitar el inicio de la decadencia de Estados Unidos que su impredecible presidente.

Posdata: En México podemos estar optimistas. No son de primer nivel nuestras universidades. Con una presidenta universitaria es una situación que comenzará a cambiar. Claudia Sheinbaum, académica antes que política, lógicamente tiene entre sus prioridades la educación y la investigación, los únicos dos factores que nos alejarán de la oscuridad.