El Club Safari de México nació cuando aún no existían ni el SCI ni el Dallas Safari Club. Y nació con una vocación que ayer, en San Pedro Garza García, reafirmamos con fuerza: la de conservar cazando. La de honrar a México con cada paso en el monte, con cada mirada al cielo abierto, con cada historia contada junto al fuego.

Ayer no sólo entregamos el primer Premio Club Safari de México a la Fauna Nacional. Ayer cumplimos una promesa.

Este reconocimiento no se da por acumular trofeos, sino por algo mucho más profundo: por haber recorrido el país de punta a punta, por haber sentido su pulso natural, por haber entendido que la caza responsable es una forma de amor. Por haber pisado la hojarasca sin romperla del todo. Por haber escuchado al jaguar sin querer verlo. Por haber dejado que la selva hable.

Gracias a los cazadores responsables —esos que cargan no sólo rifles, sino también principios— hoy podemos hablar de poblaciones sanas de borrego cimarrón, de venados cola blanca que prosperan, de guajolotes silvestres que regresan a donde antes sólo quedaba el recuerdo. No son cuentos. Son datos. Son logros. Y son nuestros.

El acto de ayer fue posible gracias al respaldo del Gobierno de Nuevo León y al acompañamiento valiente de EarthX, una organización que no teme decir la verdad: que el cazador, cuando actúa con ética y legalidad, no destruye. Protege. Conserva. Cuida.

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En ese espacio trinacional donde coincidimos mexicanos, canadienses y estadounidenses —entre científicos, biólogos, funcionarios, estudiantes y ciudadanos— no celebramos sólo un premio. Celebramos una alianza. Un entendimiento. Una forma de ver el mundo con los pies llenos de polvo y los ojos bien abiertos.

Entregamos el reconocimiento a Andrés Eduardo Santos Schroeder y a Fortino de Jesús del Olmo Hernández, pero también se lo entregamos, simbólicamente, a todos los que han hecho de la caza una forma de vida y una herramienta de conservación.

Y al final, les pedí algo. Les pedí algo que yo mismo hice. Que se llevaran la mano al corazón y prometieran, en voz baja pero firme, que mientras vivamos, vamos a cazar con la mira puesta en la vida silvestre, y no en su destrucción. Que lo haremos con respeto. Con orgullo. Con México en la mente y en la entraña.

Estamos viviendo un nuevo tiempo. Un tiempo en el que la conservación y la cacería ya no se enfrentan: se dan la mano. Un tiempo en el que proteger la naturaleza ya no es solo un tema de biólogos, sino también de quienes la conocen paso a paso, y estación por estación.

Gracias a todos los que lo hicieron posible. Y gracias al Club, por haber sido —desde siempre— lo primero.

Club Safari de México