Hay diferencias, en música, entre las personas virtuosas y las geniales. El virtuosismo tiene que ver con el dominio extraordinario de un instrumento o de la voz, o con facultades notables para dirigir una orquesta. La genialidad solo se manifiesta en la creatividad.
Un genio creador fue el francés Maurice Ravel, nacido hace poco más de 175 años.
En 1930, un director de orquesta virtuoso, el italiano Arturo Toscanini, al frente de la Filarmónica de Nueva York —cito a Wikipedia— se tomó la libertad de interpretar la obra maestra de Ravel, Bolero, “dos veces más rápido que lo prescrito, con un accelerando final. Ravel, presente entre el público, rehusó levantarse para estrecharle la mano y tuvo una breve discusión con él entre bastidores. Toscanini habría llegado a decirle: ‘Usted no comprende nada de su música. Era el único modo de transmitirla’…”.
Tampoco gustó a Ravel lo que hizo con el Bolero otro director virtuoso, el neerlandés Willem Mengelberg.
Maurice Ravel dijo en 1931: “Debo decir que el Bolero es raramente dirigido como yo pienso que debería de ser. Mengelberg acelera y ralentiza excesivamente. Toscanini lo dirige dos veces más rápido sin ser necesario y alarga el movimiento al final, lo que no está indicado en ninguna parte. No: el Bolero debe ser ejecutado a un tempo único desde el inicio al final, en el estilo quejumbroso y monótono de las melodías árabe-españolas… Los virtuosos son incorregibles, inmersos en sus fantasías como si los compositores no existiesen”.
En el segundo piso de la cuarta transformación hay una mujer genial, la presidenta Claudia Sheinbaum, y algunas personas poseedoras de virtuosismo político que tienen la misión de ejecutar los proyectos diseñados por la titular del poder ejecutivo.
Virtuosos y virtuosas del sistema político de izquierda son Rosa Icela Rodríguez, Omar García Harfuch, Marcelo Ebrard, Citlalli Hernández, Juan Ramón de la Fuente, Edgar Amador, Ariadna Montiel, Luz Elena González, Jesús Esteva, Raquel Buenrostro, Ernestina Godoy, José Peña Merino, Octavio Romero, Zoe Robledo, Víctor Rodríguez y gobernadores y gobernadoras de Morena.
¿Quiénes aceleran insensatamente llevando demasiado a la izquierda las instrucciones presidenciales? ¿Quiénes son los impenitentes que ralentizan las órdenes que salen de Palacio Nacional, intentando de esa manera girar a la derecha los proyectos de Sheinbaum? ¿Quiénes no saben ejecutar las faenas con la ética exigida porque, de plano, no logran dejar atrás a la cultura política en la que se formaron, la del PRI?
En algún momento la presidenta deberá evaluar a su equipo —gabinete, liderazgos del Congreso, dirigentes de Morena y gobernantes locales— para saber quiénes sí han cumplido con eficacia y quiénes no.
Pienso que una parte del gabinete ha hecho la tarea: Rosa Icela, en política interior; Harfuch, en seguridad pública; Citlalli, en el apoyo a las mujeres; Juan Ramón, en política exterior; Montiel, en programas sociales; Luz Elena, en la refundación del sector energético; Romero, en el difícil reto de rescatar al Infonavit.
En el gabinete hay algunos integrantes que preferirían un gobierno más de derecha o, todo lo contrario, mucho más ubicado a la izquierda. Ya habrá oportunidad de analizarlos. Hoy no daré nombres porque, ahora mismo, las fallas más graves las veo fuera de la estructura del gobierno federal: están tanto en la militancia de Morena como en el poder legislativo y en las entidades federativas.
La oposición partidista y la comentocracia que detesta a la 4T han tomado como su bandera la defensa de la libertad de expresión, lastimada por ciertos gobernadores morenistas que, sin duda, se ven más autoritarios que los viejos gobernantes del PRI.
Si a nivel nacional la presidenta Sheinbaum se aplica para que sea absoluta la libertad de expresión —no se molesta a nadie que mienta sobre ella o que inclusive la difame—, no se entiende por qué hay gobernadores del partido de izquierda que entienden al revés esa instrucción política, y así, incorregibles e impenitentes, actúan como priistas. Algo deberá hacer Claudia para obligarlos a no perseguir a la gente que simplemente opina en medios y redes.
En Morena la fantasía del romanticismo nacionalista que caracteriza a la izquierda mexicana ha llegado a complicar el trabajo de la presidenta de México en el complejo tema de la relación con Estados Unidos.
Hay todo tipo de versiones del Bolero. Más allá de que Toscanini y Mengelberg aceleraban o ralentizaban la obra maestra, que se compuso para ballet, hay adaptaciones para jazz, música electrónica, rock, mariachi y aun se ha interpretado como canción africana. Hasta Cantinflas hizo una parodia en la película El bolero de Raquel. Todo esto en vez de perjudicar al Bolero, ha ayudado a difundirlo y a que sea considerado, en algunos análisis financieros, la pieza musical clásica más rentable de la historia.
El objetivo de Claudia Sheinbaum es muy distinto a cualquiera que haya sido el de Maurice Ravel cuando compuso el Bolero. La presidenta lo único que quiere es que, al final de su gobierno, México sea un país más próspero, más justo, más pacífico y más libre. Solo lo logrará si sus instrucciones se cumplen al pie de la letra, esto es, ni más acelerada ni más lentamente de lo debido; tampoco más a la izquierda de lo aconsejado por la prudencia, y por supuesto, de ninguna manera con giros a la derecha o hacia la cultura política priista que serían la peor traición al proyecto de la 4T.