Uno de los rasgos más destacados de Luis Donaldo fue su temple reformador; prácticamente en todos los distintos espacios a los que arribó, dejó huella de su sentido de innovación, de su pulsión para instrumentar ajustas y cambios.

Como diputado federal en la LIII legislatura promovió un diálogo constante con diversas figuras de la oposición de entonces, al tiempo que pretendió introducir algunas de las propuestas que le hacían. En la Secretaría de Desarrollo Social impulsó el llamado programa de 100 ciudades en donde se pretendía crear alternativas presupuestales para centros poblacionales intermedios, de modo que tuvieran las condiciones para captar flujos migratorios y de desplegar inversiones e infraestructura para recibir inversiones.

En su condición de presidente del PRI le tocó enfrentar y dar la cara en la primera derrota que sufrió el partido en una elección para elegir a quien fuese titular del gobierno en un estado. Rompió una inercia de dominio e imbatibilidad y dejó a un lado los artificios que amparaba tal predominio.

Muchos ejemplos pueden mencionarse dentro de esa ruta; de ahí que no fuese extraño que como candidato fuera el primero que, desde el PRI, llamara a una serie de debates con los de los otros partidos, cuando la conseja que daban muchos era lo innecesario de una interacción de tal tipo para cotejar propuestas; pues los triunfos del partido en el gobierno emanaban de la fuerza de su estructura, lejos entonces de asumir que podían estar animados por lo convincente de la plataforma política que se presentaba.

De alguna forma se trataba de la diferencia entre un sistema competitivo y otro que no lo era; en este último los adversarios al partido preponderante debían ser tratados con deferencia, pero sin reconocerles mayor protagonismo.

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A pesar de eso, Colosio pensó en los debates, los propuso y envió sendas misivas a sus oponentes para invitarlos a sostener encuentros para la contrastación de propuestas. La lección de las elecciones de 1988 había mostrado el límite de un modelo cuyas bases se sustentaban en el control de las elecciones, su organización y calificación. Ya se había introducido en las reformas electorales algunas variaciones importantes al respecto, pero aún no se detonaba una competencia política plena.

Sin duda que Colosio pretendía abrir el sistema democrático desde las mismas elecciones; así, en vez de ser cuestionado por las limitaciones del sistema competitivo, lograr tener un claro sustento a través de la nueva dinámica planteada en el sistema democrático y de lucha política.

Así, la idea de emprender reformas se tradujo también en las propuestas para introducir cambios democráticos en el sistema político: la reforma del poder. Ese fue el centro de su famoso discurso del 6 de marzo de 1994. El candidato presidencial del PRI realizaba una crítica mordaz al presidencialismo mexicano; lo cual, si bien planteaba una crítica de lo que sucedía en aquel momento con el régimen político, postulaba también un compromiso claro para el gobierno que Colosio pretendía encabezar.

En los términos que hoy se acostumbran por el partido en el gobierno, muy lejos de formular un segundo piso de propuestas y de las acciones que venía impulsando el gobierno de entonces, Colosio planteaba una nueva etapa de cambios con el lema de “cambio con responsabilidad y rumbo”. Formulaba una nueva etapa de proyecto de gobierno y no el mero continuismo del que estaba en curso.

Para algunos, una postura de ese tipo resultaba atrevida, pero Colosio estaba convencido de la necesidad de ponerla en práctica; no en vano muchas de las expresiones que reunió en ese discurso al pie del monumento a la Revolución, ya las había hilvanado en distintos momentos de su campaña.

Lo novedoso del 6 de marzo de 1994 es que sintetizó ahí las propuestas que venía formulando, y lo hizo en el marco de un discurso integrador y de ordenamiento conceptual entre el diagnóstico y los consecuentes planteamientos para solucionar los problemas identificados.

El corazón de la problemática detectada estaba en el autoritarismo que emanaba de la concentración de funciones y de la predominancia de un presidencialismo que sometía a los otros poderes. Por eso la reforma del poder; no era un mensaje de cara al pasado, sino una propuesta en la visión del futuro.

Resulta evidente que Colosio fue un gran líder del PRI, pero también lo es que no pensaba en regodearse en el dominio de un partido hegemónico o mucho menos de carácter único; pensaba en la pluralidad y en las grandes oportunidades que ésta presentaba para la nueva etapa del país. Una pluralidad firme a partir de un sistema competitivo de partidos.

El diagnóstico que presentaba Colosio como fundamento de su propuesta de reforma del poder, sigue siendo válido 31 años después de su asesinato. ¿Qué quiere decir? Sin duda que el proceso democrático del país se ha ido por un callejón que exacerba sus vicios, al grado de anular paulatinos avances que se dieron desde hace tres décadas hacia adelante.

La valides de la visión de Colosio para reformar el poder, lo dignifica a él por su visión clara; lo exalta por su determinación de no quedar atrapado en los excesos presidenciales de entonces; pero también duele porque hace patente el retorno autoritario que ahora vivimos en el gobierno del segundo piso de una transformación autoritaria.