Nadie podría cuestionar el inmenso talento, propio de los genios, del escritor peruano Mario Vargas Llosa, pero ojo, que lo mismo resulta incuestionable el ser un excelente botón de muestra para ese sector payasesco de las sociedades latinoamericanas y sus taras, adolescencias y hondos complejos.

Desde sus veleidades en sus preferencias políticas, pasar de ser un furibundo comunista a un ridículo defensor de los más innombrables gobiernos de extrema derecha; llegó a ser candidato presidencial del Perú, siendo vapuleado en las urnas por Alberto Fujilori, mismo del que se dijo perseguido para migrar a España, consiguiendo la nacionalidad ibérica y sintiéndose más español (y monárquico) qué cualquier Borbón.

Un hecho que lo pinta de cuerpo entero es el haber botado a su esposa Patricia (de más de medio siglo de unión matrimonial) a sus 80 años, para irse a vivir con Isabel Presley, ex esposa de Julio Iglesias y pareja de uno que otro personaje ilustre, simplemente y cómo primerísima motivación otoñal (si no es que invernal) de sentirse parte de., parte en este caso de lo más granjeado de la sociedad hispana; para el, no dudemos, el momento cumbre de su vida no fue tanto recibir el nobel, cómo lo fue el sentimiento de éxtasis de mirarse en las páginas de la patética revista “HOLA!”, así eso haya representado su deslealtad a lo más sagrado: la familia.

Se dice que el pagaba una mensualidad a Presley por dicha unión, también que cuándo enfermó de Covid la señora se limitó a llamar una ambulancia y vaya, ni siquiera acercarse, ni a el ni al hospital a dónde fue internado por miedo a un contagio. Al final, ya decrépito y con una salud completamente mermada, su ya ex esposa Patricia tuvo el inmenso gesto de aceptarlo en su casa de la Ciudad de Lima y de cuidarlo en sus últimos meses; en fin, de Vargas Llosa quedémonos con dos ejemplos, uno el del escritor dedicado y exitoso de ficción, para tenerlo acaso cómo referente literario, y otro más, totalmente opuesto, el de ser humano, un hombre impregnado por completo de esos malditos complejos que son, ni más menos, los que mantienen a una región riquísima (en todos aspectos) cómo lo es LATAM en una situación de postración perenne.