A los 89 años falleció Mario Vargas Llosa, uno de los gigantes de la literatura hispanoamericana. Novelista, ensayista, crítico literario y lúcido polemista, Vargas Llosa fue el más importante escritor peruano de su generación y una figura insoslayable en las letras y el pensamiento político de América Latina. Su legado traspasa la narrativa; forma parte también del debate público y la crítica de los regímenes autoritarios del continente.

En México, Vargas Llosa no solo es recordado por La ciudad y los perros, Conversación en La Catedral, Pantaleón y las Visitadoras o Te Dedico mi Silencio, sino, sobre todo, por haber calado en lo más hondo de nuestra vida política con una frase lapidaria que marcó época: “México es la dictadura perfecta”. Aquella sentencia fue pronunciada en 1990, en un foro organizado por Octavio Paz y la revista Vuelta, en pleno reacomodo del mundo tras la caída del Muro de Berlín. El escritor no hablaba de tanques ni de censura brutal, sino de un régimen que, sin suprimir formalmente la democracia, había logrado vaciarla de contenido real: un sistema que convocaba elecciones sin alternancia, que tenía prensa sin libertad y leyes sin justicia.

A treinta y cinco años de aquella advertencia y ante la muerte de quien la formuló, la pregunta es inevitable: ¿Sigue vigente la definición de Vargas Llosa? ¿Desapareció la “dictadura perfecta” con la transición democrática del 2000, con el triunfo de Morena en el 2018 y el 2024 o simplemente mudó de piel?

Cuando el PRI perdió la presidencia con la victoria de Vicente Fox, muchos creyeron que el hechizo se había roto. Pero la transición fue, más que una ruptura, una transferencia del viejo aparato político a nuevos operadores. El PRI perdió la presidencia, sí, pero su cultura política sobrevivió: el clientelismo, el control del poder judicial, el corporativismo sindical, el uso faccioso de los medios y la cooptación de órganos autónomos.

La “dictadura perfecta” no era un partido, sino una lógica de poder, una cultura política. Y esa lógica se recicló. Hoy, el PRI es una fuerza marginal, pero las viejas prácticas siguen vivas en otros actores. En varios sentidos y por algunos personajes, el actual régimen reproduce algunas de las características que Vargas Llosa denunció: una mayoría aplastante e irracional en los congresos, la ausencia de contrapesos al poder, la estigmatización de la crítica, el uso de programas sociales como instrumento electoral, y un liderazgo presidencial que concentra el poder bajo una narrativa de redención nacional.

La dictadura perfecta no murió con el PRI; mutó. Vargas Llosa, quien tanto creyó en el liberalismo político y en la alternancia como antídotos al autoritarismo, murió con la certeza de que el mal que denunció sigue respirando. Su frase, lejos de ser un epitafio, es una advertencia todavía vigente. Y quizá, la mayor contribución política del Nobel peruano a México. Eso pienso yo. ¿Usted qué opina? La política es de bronce.