En un país donde los prejuicios pesan más que las acciones, resulta paradójico que genere más escándalo un baile con mensaje educativo que el dolor silencioso de miles de personas que no saben leer ni escribir. Decir que “me da más vergüenza vivir en el estado más analfabeta que bailar una canción que lleva el mensaje alfabetizador” no es una exageración, es una verdad que golpea la conciencia.
“El Librito”, lejos de ser una simple coreografía viral, es un llamado creativo y necesario para visibilizar una problemática crónica: el analfabetismo. Si por cada persona que baila se suma un nuevo voluntario al programa de alfabetización, entonces que no se detenga la música. Porque no es el ritmo lo que importa, sino la causa que lo mueve.
Mientras muchos critican el baile, pocos se detienen a analizar el fondo del mensaje. ¿En serio es más digno quedarse de brazos cruzados viendo cómo Chiapas permanece en el último lugar en alfabetismo, que participar de una campaña que, incluso desde lo lúdico, busca sumar soluciones? Nuestra indignación está mal dirigida.
El proceso de alfabetización Chiapas Puede no comienza con pasos de baile, sino con pasos firmes de formación. Los voluntarios no solo aprenden a enseñar, sino que se capacitan con seriedad, compromiso y responsabilidad. Ahí es donde deberían estar puestas las lupas de la crítica: en evaluar la calidad de ese trabajo, no en trivializar sus formas de difusión.
Criticar un baile por supuestamente ridículo es olvidar que más ridículo es permitir que la marginación siga arrebatando oportunidades de vida a miles de chiapanecos. Es no entender que el analfabetismo es una forma de violencia silenciosa que limita libertades, sueños y dignidad.
Además, la intención del mensaje cambia completamente según quién lo emite. No es lo mismo ver a un espectador bailando sin contexto que a un alfabetizador que ha decidido sumarse al cambio. En este último caso, el cuerpo también se convierte en herramienta de lucha, en símbolo de compromiso.
El verdadero problema no es el baile, sino la indiferencia. Y si el baile consigue encender una conversación, romper el hielo, convocar a más corazones dispuestos a enseñar, entonces bendito sea ese ritmo que mueve conciencias más que caderas.
Así que sí, sigamos bailando si eso significa que un niño, una madre o un abuelo aprenderán a leer por primera vez. Que la vergüenza se quede del lado de quienes prefieren la crítica estéril a la acción transformadora. Porque más digno es alfabetizar bailando que callar en la ignorancia.
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