OPINIÓN NO PEDIDA

Estados Unidos combate el narcotráfico mirando hacia el sur y no hacia su propio territorio. En la lucha contra el narcotráfico, ha proyectado durante décadas una narrativa conveniente: el problema está en México, principalmente. Las drogas llegan del sur, los cárteles florecen en suelo mexicano y la violencia que genera el narcotráfico parece tener una dirección única: hacia Los vecinos del norte.

Esta visión convencional de la realidad es, en el mejor de los casos, una simplificación infantil y en el peor, una estrategia hipócrita para evitar asumir responsabilidades. La verdad es mucho más incómoda: el verdadero motor del narcotráfico no está en México, sino en el corazón de Estados Unidos. Y mientras ese motor siga encendido, la guerra contra las drogas será una guerra perdida.

En un giro drástico y peligroso, el gobierno estadounidense decide, una vez más, “salvar” a su población del flagelo de las drogas apuntando sus misiles políticos y militares hacia el sur del Río Bravo. La nueva estrategia consiste en destruir las vías de acceso del narcotráfico provenientes de México: carreteras, túneles, pistas clandestinas y pasos fronterizos. La justificación es clara: si se cierra el paso de las drogas, se acaba el problema. Pero esta lógica es tan falaz como su propósito: destruir las rutas de acceso es tan inútil como intentar detener una inundación tapando una sola grieta en la represa, mientras el agua brota por cientos de otras.

Lo que Estados Unidos evita reconocer es que la raíz del problema está en su propia casa. Su población, ¡unos 250 millones de personas, es la principal consumidora de drogas ilegales del mundo. Es un mercado potencialmente enorme y rentable. Es su demanda insaciable la que financia a los cárteles mexicanos. Es su estructura de distribución —la mafia local, las pandillas, las redes de tráfico urbano— la que disemina la droga por todo el país. Y, lo que no es difícil de suponer, es que su sistema bancario y legal “blanquea” miles de millones de dólares que provienen del narcotráfico, permitiendo que el dinero sucio se reintegre al circuito económico sin demasiadas preguntas.

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Además, el flujo de armas va en la dirección contraria al de la droga: desde Estados Unidos hacia México. El armamento con el que los cárteles libran guerras entre ellos y contra el Estado mexicano, no se fabrica en Sinaloa ni en Michoacán: viene de fábricas estadounidenses, muchas veces comprado legalmente en tiendas norteamericanas para luego cruzar ilegalmente la frontera. ¿Quién controla ese tráfico? ¿Quién lo permite? ¿Quién se beneficia?

A esto se suma un dato explosivo y poco discutido: parte del dinero sucio que fluye desde el narcotráfico en México termina financiando campañas políticas en Estados Unidos. Diversos estudios e investigaciones periodísticas han señalado que los bancos norteamericanos han sido utilizados para lavar dinero del narco y que esos fondos lavados no solo van a parar a empresas y bienes raíces, sino también a la política. ¿Cuánto del dinero del narco acaba financiando candidatos que prometen combatir el narcotráfico mientras se benefician de su existencia? La respuesta precisa está oculta tras capas de opacidad financiera, pero la sospecha es razonable y, ¡devastadora!

La solución real no está en México. Para acabar con la producción de drogas en territorio mexicano, hay que cortar la raíz de su rentabilidad: el tráfico en Estados Unidos. Si no hay demanda, no hay oferta. Si no hay distribución interna, no hay negocio transfronterizo. Si no hay armas que crucen la frontera, no hay capacidad de fuego para sostener al narco. Y si no hay lavado de dinero, no hay expansión económica ni política del crimen.

Estados Unidos debe mirar hacia adentro si quiere resolver el problema. Dejar de culpar al sur y asumir la corresponsabilidad. Invertir en rehabilitación, salud mental y educación más que en militarización. Desarticular sus propias redes mafiosas, combatir el tráfico interno, regular su industria de armas y cerrar las puertas al dinero ilícito en sus bancos y campañas electorales. Todo lo demás es una cortina de humo, una guerra simbólica, una puesta en escena.

Mientras tanto, seguir destruyendo caminos en México es tan absurdo como intentar apagar un incendio destruyendo las mangueras de los bomberos. La droga no se siembra en México por capricho: se siembra porque alguien muy poderoso, al norte del continente, la está esperando con los brazos abiertos y la cartera lista.

SACAPUNTAS

1. El gobierno de México es comparsa del argumento gringo de que el mal tiene la raíz en nuestro país, digamos, ¿es aceptar que David se dobla ante Goliat? La Biblia registra otra historia. (Samuel, Libro 1, Cap. 17).

2. Nuestro Gobierno calla y acepta la ayuda gringa para combatir al narco en Mexico, eso sí, sin mancillar el 50% de la Soberanía que nos queda. ¿Miedo de perderlo todo?

pibihua2009@gmail.com