Cito lo fundamental de la columna de ayer de Epigmenio Ibarra en Milenio: “… ‘La cabeza piensa —decía Paulo Freire— donde los pies pisan’. ¿Cómo podrían pensar de otra manera las grandes figuras de los medios codeándose solo con la élite conservadora si nunca pisan las calles? ¿Y de qué otra manera podría pensar Ciro Gómez Leyva ahora que vive en Madrid, capital de la ultraderecha mundial, guarida de infames como Felipe Calderón, Enrique Peña Nieto o Carlos Salinas de Gortari?”.

A tan selecto grupo muy probablemente se unirá un columnista de la extrema derecha mexicana, Pablo Hiriart, quien además de publicar casi a diario un artículo en El Financiero tenía un cargo directivo en ese periódico.

Por cierto, El Financiero es propiedad del emproblemado empresario Manuel Arroyo, un hombre con el que he tenido conflictos —me demandó por daño moral y perdió—, pero a quien sinceramente deseo éxito en dos complejos procesos judiciales que enfrenta uno de sus negocios, Fox Sports México. A la empresa del señor Arroyo la han demandado la NFL y la Concacaf por incumplimiento en los pagos de derechos de transmisión. Si perdiera los litigios, don Manuel podría quedar en situación de bancarrota, algo que quizá perjudicaría en forma irreparable a El Financiero o llevaría a la venta de este rotativo.

Cualquier cosa que ocurriera con El Financiero —la quiebra o la venta— sería una mala noticia.

Pese a su ideología, que es la culpable de no pocas calumnias en sus secciones de opinión contra los dos gobiernos de izquierda mexicanos, el de AMLO y el de Claudia Sheinbaum, El Financiero es un periódico aceptablemente serio. Si desapareciera, sería terrible: siempre daña a un país la pérdida de un medio de comunicación.

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Y si El Financiero se vendiera, sería altísima la probabilidad de que el comprador fuera un grupo empresarial que quisiera utilizarlo para hacer otros negocios, lo que acabaría en definitiva con la objetividad en sus páginas.

Me dirán que esa, apoyar otras empresas, fue la intención de Arroyo cuando se quedó con el periódico que pertenecía a la familia de su fundador, Rogelio Cárdenas —llegó a ser un gran diario que desgraciadamente no pudo superar sus problemas económicos—. No dudo que tal sea la verdad, pero entre sus muchos excesos, el actual dueño de El Financiero pudo hacer un periódico interesante y hasta necesario como foro de expresión de la vieja clase política mexicana.

Dos de los colaboradores más importantes de El Financiero pertenecieron al equipo de comunicación del expresidente Carlos Salinas de Gortari. Me refiero a Pablo Hiriart y a Raymundo Riva Palacio, ambos funcionarios en el sexenio 1988-1994. Riva Palacio dirigió Notimex —que era la agencia de noticias del gobierno— entre 1988 y 1990. Hiriart la encabezó entre 1990 y 1992.

La cabeza piensa donde están los pies. Riva Palacio e Hiriart aprendieron a pensar cuando caminaban en los despachos y en los pasillos de una agencia de noticias claramente bipolar: informaba bastante bien, pero al mismo tiempo era una oficina de propaganda del salinismo, el régimen que consolidó al famoso neoliberalismo en México.

El hecho es que ayer Pablo Hiriart anunció que dejará de ser columnista y que se irá de corresponsal a Europa, probablemente España, país que tanto nos gusta a los mexicanos. Cito el anuncio que él hizo en El Financiero:

“Aviso: esta columna política que se publica de lunes a viernes desde hace más de una década en El Financiero, y antes en La Razón y en Excélsior, se pone en pausa indefinida. Agradezco al valeroso dueño de este diario, Manuel Arroyo Rodríguez, haber aceptado mi propuesta de ser –por un tiempo– corresponsal en Europa. Desde ahí podré ofrecer a los lectores algunas crónicas, entrevistas, reportajes y artículos de opinión sobre un continente que está en proceso de parto de una etapa desconocida para nuestra época. Ello implica dejar la dirección general de Información Política del diario, y no me resta sino agradecer a los lectores, a mi director Enrique Quintana y a las queridas compañeras y compañeros con los que he trabajado en la confección cotidiana de El Financiero en estos años felices”.

Pablo Hiriart

Ya podrá Epigmenio Ibarra añadir el nombre de Pablo Hiriart a la lista de mexicanos de derecha que andan en Europa, especialmente en Madrid, conspirando me parece que con bastante inocencia, contra la 4T.

No estoy de acuerdo con el admirado y respetado Epigmenio en su afirmación de que Madrid sea la capital de la ultraderecha mundial. La habitan personas de todas las corrientes ideológicas y tiene medios de información ejemplarmente progresistas como elDiario.es, dirigido por Ignacio Escolar. Pero sin duda en esa ciudad sí se han refugiado, por miedo a los gobiernos de izquierda mexicanos, los expresidentes Felipe Calderón, Enrique Peña Nieto y Carlos Salinas de Gortari, aunque por lo que sé, Salinas, quien logró la nacionalidad española, divide su tiempo entre Madrid y alguna ciudad del Reino Unido.

A ese grupo de políticos se unió recientemente un periodista líder en México, Ciro Gómez Leyva, quien desgraciadamente tiene demasiadas coincidencias con el más absurdo y fanático de los expresidentes, Calderón. Pronto llegará Hiriart, quien si no establece su residencia en Madrid, estará cerca de esta bella capital para sumarse a los complots inútiles de las personas mencionadas.

Por lo demás, no entiendo por qué Hiriart no podría, desde Madrid —o desde cualquier otro lugar de Europa— seguir publicando su columna en El Financiero. Ciro Gómez Leyva hace algo más difícil: conducir un noticiero de tres horas de duración en Radio Fórmula. Por cierto, lo hace muy bien, con algunas pocas faltas graves, como la de cancelar la participación de Epigmenio Ibarra.

Antes de terminar debo decir que yo paso temporadas, a veces largas, en España. No en Madrid, sino en un pueblo muy pequeño de la serranía de Cataluña. No he establecido ahí mi residencia ni pienso hacerlo. Si lo visito es porque me gusta hacerlo. A veces me acompaña mi familia; durante la última estancia de tres semanas estuve con mi nieto mayor, quien se aburre conmigo, pero resiste. No he visto mexicanos por allá, ni de derecha ni de izquierda. De hecho, veo poca gente: a veces no hay nadie en sus calles. Así que ni estoy en riesgo de contagio ideológico ni me llaman a ningún tipo de confabulación.