Hace más de una década que el destacado jurista italiano, Luigi Ferrajoli, nos ilustró con su obra, “Poderes salvajes. La crisis de la democracia constitucional”.

En ella, nos hizo notar la profunda y compleja dimensión política del momento adverso que vivían entonces y continúan padeciendo ahora muchos de los estados considerados democráticos, pues desde la primera década del siglo XXI ya se registraban signos de regresión en derechos y libertades individuales.

Para Ferrajoli, el socialdemócrata, esa crisis fue provocada por el neoliberalismo económico que se propuso integrar o confundir el poder económico con el poder político debilitando las funciones democráticas y garantistas de los estados nacionales y transfiriendo enormes riquezas a minorías y élites locales y globales.

Los “poderes salvajes” es una noción que no solo denota la concentración desmesurada de poderes en actores no estatales, sino también en instituciones gubernamentales que pueden llegar a hegemonizar verticalmente y sin contrapesos a otras instituciones o poderes, pero siempre para privilegiar a las elites y devorar las energías y recursos de las mayorías populares despolitizadas y a merced de sus depredadores.

Para el filósofo italiano, si bien sus observaciones eran válidas para Italia y países de la Unión Europea, también podrían aplicarse a otras naciones y regiones.

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En México hemos tratado de construir pacientemente un estado constitucional democrático a lo largo de los últimos cuarenta años.

Empero, en nuestro contexto ese propósito, bastante exitoso en términos electorales, no sociales, derivó en la erección de poderes salvajes no estatales que terminaron por penetrar, capturar y poner a su servicio a sectores e instituciones muy importantes del estado.

Una revisión de los florecientes mercados del crimen, las pavorosa tasas de corrupción, violencia e impunidad, y de anomia o falta de normas eficaces, o bien, peor, de lo que he llamado un “estado de excepción inverso”, en el que instituciones y personas estamos atrapados, nos revela de inmediato el poder de los poderes salvajes que nos dominan.

De allí que una de las principales luchas que estamos librando consista en la reversión de esa condición dañina en la que caímos, pues aquí en nuestra tierra solo así es posible explicar políticas tan radicales como la desglobalización o re-estatización selectiva, el fortalecimiento de la estrategia de seguridad, algunas restricciones al otrora ejercicio libérrimo de derechos, o bien, el blindaje del poder judicial y el urgente ajuste al sistema de justicia: prevención, procuración y cárcel.

Ahora bien, para realizar tan delicada operación se requiere mantener con financiamiento sano la política económica y social, y evitar que el desmontaje de los poderes salvajes que prohijó el neoliberalismo sea reemplazado por otros que tampoco cuenten con garantías institucionales efectivas para proteger y hacer efectivos los derechos individuales y colectivos.

Corresponde al histórico talento de las y los mexicanos, a nuestra tremenda capacidad de resistir, preservar y cambiar todo lo que sea necesario, el que podamos salir airosos de este trance complicadísimo y muy riesgoso: eliminar o re-regular a los poderes salvajes del neoliberalismo, a la vez que evitar el alumbramiento de otras bestias que igual devoren nuestras libertades y garantías e impidan favorecer la justicia social en el pluralismo y la diversidad.

Desde mi perspectiva, de eso se trata en buena medida la Cuarta Transformación histórica de la vida pública del país, y por ello es y será tan determinante para nuestra generación y la que sigue.