Una pregunta que, sin duda, plantearía la teoría crítica de J. Habermas acerca de los valores culturales del neoliberalismo, sería la siguiente ¿Cuáles son los resultados del discurso tecnocrático de la modernidad?

Derivado de ese contexto analítico, en México, las preguntas pertinentes serían: ¿Cuáles son los valores culturales, éticos y cívicos del período marcado por las políticas públicas neoliberales (1984-2018)? ¿Cuál es el papel que el Estado juega en estos procesos de construcción de valores, cuál es su narrativa y cómo interviene en éstos la educación en general y la educación pública en específico?

Pero no sólo los grupos sociales construyen valores, sino que también los grupos se construyen y se reconstruyen en torno a ideas y valores. Para reflexionar sobre lo anterior, recupero un breve parafraseo de las ideas del filósofo y sociólogo alemán antes mencionado: “Los actores o grupos sociales se construyen en torno a nociones e ideologías políticas”.

Tanto los valores culturales como los valores éticos, cívicos, políticos y económicos han intentado cambiarse o reciclarse desde la ideología política del neoliberalismo, a partir de la segunda mitad del siglo XX. El impulso modernizador de la cultura nace, así, de la mano de una narrativa y de unas líneas discursivas específicas de gobiernos con sello tecnocrático, en México y en el mundo.

Miguel de la Madrid (1982-1988) y Carlos Salinas de Gortari (1988-1994), su más destacado discípulo, comienzan la narrativa de exaltación de los valores económicos, desde el poder político, al lanzar la idea de un país, México, que pronto sería parte del “primer mundo”. La nación estaría colocada así, desde 1984, en el camino alegre, abundante, moderno y generoso de la globalización.

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La tecnocracia (las y los técnicos en el poder) y la ideología política neoliberal se acompañan. El lenguaje y la lógica de la empresa privada se imponen en las instituciones del Estado. Las relaciones educativas en la escuela pública son reflejo de ello (el gerencialismo; los exámenes estandarizados a cargo de empresas privadas, la mejora continua, la calidad, etc.). Lo mismo se proyecta en las interacciones sociales al interior de las instituciones de salud pública (servicios subrogados; subcontratación de servicios y de trabajadores, etc.); o se expresa en la privatización de los servicios públicos en general, antes a cargo del Estado (carreteras, reclusorios o centros de readaptación social, aeropuertos, agua potable, más subcontratación, etc.).

El valor del individualismo y del esfuerzo personal se sobreestiman. Lo colectivo se subestima. Surge, así, la noción de la competencia consigo mismo (del verbo competir, no de ser competente) y con el otro; la idea de la ganancia a toda costa, a como dé lugar; se impone la lógica del despojo y del valor de la corrupción como ruta socialmente inevitable (“el que no tranza no avanza”, se acepta como dicho popular neoliberal). Hay conciencia de supremacía, valores positivos agregados y bondades para la nación cuando se da el giro estatal al neoliberalismo, es decir, aquel que va de lo público a lo privado.

En otras palabras, es un fino proceso de legitimación o relegitimación de lo privado por encima de lo público. Los procesos y valores positivos de la privatización son adoptados como movimientos necesarios, porque las empresas productivas del Estado “son improductivas y corruptas” y porque las empresas privadas generan empleos (mal pagados).

El libre comercio, la apertura de mercados, la competencia global siempre leal y la flexibilidad de las fronteras son las banderas simbólicas y materiales del neoliberalismo del siglo XXI. Discurso, por cierto, contradictorio porque el segundo invierno de Donald Trump, en Estados Unidos, (enero, 2025), se impuso en la unión americana con un discurso proteccionista y de violaciones a los derechos humanos. Hay libre mercado entre comillas, pero no hay libertad de tránsito ni de empleo para los trabajadores internacionales. A la luz de los anuncios trumpistas recientes, a partir de ahora no existen países aliados comerciales, sino adversarios.

La cultura del neoliberalismo significa transición del Estado de bienestar al Estado “solidario”, donde cada individuo deberá esforzarse y jugársela. Significa cada vez menor participación del Estado en la economía. Significa que el Estado no debe ser actor económico, sino regulador y promotor de la riqueza material, con justicia y democracia.

Lo neoliberal se traduce en menor identificación con lo popular o en la captura de las tradiciones populares por el folclore modernizador, donde las artesanías y el trabajo artesanal tienen valor como productos de exportación o para ser colocados detrás de unas vitrinas.

Como lo escribí hace unos días en uno de los muros de redes sociales digitales: Me pregunto: ¿Capitalismo con proteccionismo? Qué combinación tan contradictoria. Un sistema político con democracia liberal y economía de tipo capitalista, (EU, 2025), que no respeta los derechos ni las libertades cívicas, y que persigue a trabajadores internacionales es, por decir lo menos, un absurdo.

En el terreno de la vida cotidiana, de lo subjetivo o a nivel de los procesos de la reproducción del particular (en sintonía con la teoría de Agnes Heller), el neoliberalismo fomenta el pensamiento pragmático, estandarizado, inmediatista, y descontextualizado y altamente tecnificado-automatizado, y apuesta por la amnesia histórica de las y los ciudadanos.

“Cada individuo tiene un desarrollo personal diferente y el Estado no tiene porqué garantizar ciertos umbrales mínimos” (Gary Becker, dixit, en su teoría de la elección pública). Para el neoliberalismo son de más valor las y los consumidores que las y los ciudadanos.

Las luchas populares no están presentes en las agendas tecnocráticas ni neoliberales. La clase política en este bloque histórico ha tenido y tiene una fascinación especial por las lógicas tecnocráticas y neoliberales. En parte, por ello, coexisten tensiones entre la tecnocracia y la participación de los distintos grupos sociales que abanderan, por ejemplo, la diversidad, la inclusión o respeto a los derechos humanos, entre otros valores.

Por todo lo anterior, en el estudio y análisis de las políticas públicas es necesario explicitar los valores sociales, culturales, éticos y cívicos desde otras perspectivas (como la teoría de la resistencia, de H. Giroux), y no sólo desde los valores tecnocráticos y neoliberales.

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