I. Poza Rica y su memoria

Los pozarricenses sabemos bien lo que significa una inundación. La de 1999 marcó a toda una generación: el agua subiendo sin control, las casas convertidas en ruinas, la ciudad sumergida en silencio y lodo. Por eso, cuando el Cazones volvió a desbordarse este 10 de octubre, muchos revivimos ese miedo antiguo, esa impotencia que se instala en el pecho cuando el agua te cerca y no hay salida.

Pero esta vez, junto con la tragedia real —la del agua, el despojo, la pérdida—, llegó otra inundación: la de la miseria humana. Una marea de odio, cinismo y oportunismo que, desde las redes sociales, pretende convertir el sufrimiento ajeno en capital político.

II. El golpe del agua

Poza Rica amaneció bajo el agua.

Calles convertidas en corrientes, hogares anegados, colonias incomunicadas. El miedo, la desesperación, la esperanza de que el agua baje y la vida siga. La tragedia no se mide en litros de lluvia, sino en historias humanas: en los niños que pasaron la noche en los techos, en los rescatistas exhaustos, en los vecinos que compartieron lo poco que tenían.

Y, pese al caos, hubo respuesta inmediata. Desde el primer momento se instaló un Centro de Comando en el Ayuntamiento de Poza Rica, con la presencia de la gobernadora Rocío Nahle, la coordinadora nacional de Protección Civil, Laura Velázquez, y mandos de la SEDENA, la Guardia Nacional y Protección Civil estatal.

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Los planes DN-III-E y GN-A se activaron sin demora. Brigadas recorrieron las colonias más afectadas, evacuando familias y atendiendo a quienes se habían quedado atrapados.

El DIF estatal habilitó refugios, la CFE restableció líneas eléctricas, CONAGUA desplegó equipos técnicos y se organizaron centros de acopio para apoyar a los damnificados.

¿Hubo errores? Claro que sí. En toda emergencia los hay. Hubo zonas donde el agua llegó antes que la alerta, y familias que sintieron la soledad del primer golpe. Pero el Estado estuvo ahí, actuando, corrigiendo, sosteniendo, sin convertir el desastre en un espectáculo ni en una pasarela de egos políticos.

III. La otra inundación: el lodo digital

Mientras soldados, voluntarios y funcionarios trabajaban entre el lodo, las redes sociales se llenaron de carroñeros digitales. De cuentas falsas, de opinadores de ocasión, de esos que jamás han pisado una colonia afectada, pero dictan cátedra desde el confort de su sillón.

Los mismos que hace unos meses hablaban de “innovación” y “alegría” política, hoy se regodean compartiendo imágenes de dolor para culpar al gobierno. Como si la lluvia tuviera filiación partidista. Y lo hacen con una saña que no nace de la preocupación, sino del cálculo: medir la tragedia en likes, y el dolor ajeno en votos potenciales.

Las redes, que deberían servir para coordinar ayuda y difundir información útil, se convirtieron otra vez en cloacas de moral barata. Ahí están los que preguntan con desdén: “¿Por qué no evacuaron?”, sin entender que no todos tienen auto ni a dónde ir. O los que sueltan su clásico: “¿Por qué viven ahí?”, sin imaginar lo que es construir sobre la única tierra que uno tiene.

Esa es la otra inundación: la de la soberbia, el clasismo y la desinformación.

IV. Empatía, no espectáculo

Hoy Poza Rica no necesita jueces de Facebook ni analistas de sillón.

Necesita manos, no hashtags. Necesita empatía, no jueces moralizadores.

Y necesita, sobre todo, que dejemos de usar su tragedia como campo de batalla para la politiquería más ruin.

Criticar es válido; exigir es necesario. Pero burlarse del dolor, difundir rumores, y usar la desgracia para golpear al gobierno o ganar seguidores, eso no es libertad de expresión: es descomposición moral. El que de verdad quiere ayudar, ayuda. El que solo quiere exhibirse, se delata.

V. Entre el lodo y la esperanza

Poza Rica saldrá adelante, como siempre. Con la fuerza de su gente, con el compromiso de quienes están en las calles, con el apoyo del Estado que ha sabido responder sin abandonar a nadie. Lo que no debe volver a repetirse es esa otra inundación, la de los juicios morales, la del odio disfrazado de indignación, la del cinismo que pretende apropiarse de la tragedia.

Porque si el agua se llevó casas, el lodo digital amenaza con llevarse algo más valioso: la empatía y la decencia.

X: @Renegado_L